Reseñas en blanco y negro: Vámonos con Pancho Villa - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Vámonos con Pancho Villa
Vámonos con Pancho Villa
 
México
1936
 
Director:
Fernando de Fuentes
 
Con:
Antonio R. Frausto, Domingo Soler, Manuel Tamés
 
Guión:
Rafael F. Muñoz , Xavier Villaurrutia
 
Fotografía:
Gabriel Figueroa, Jack Dreper
 
Duración:
92 min.
 

 
Vámonos con Pancho Villa
Publicado el 23 - Nov - 2010
 
 
  • Vámonos  con Pancho Villa a pesar de estar  catalogada como una de las grandes joyas del cine mexicano y del cine de  la Revolución, pocos han visto la película y poco se puede ver, fuera  de funciones especiales o ciclos dedicados al género.  - ENFILME.COM
  • Vámonos  con Pancho Villa a pesar de estar  catalogada como una de las grandes joyas del cine mexicano y del cine de  la Revolución, pocos han visto la película y poco se puede ver, fuera  de funciones especiales o ciclos dedicados al género.  - ENFILME.COM
 
 
por Libia Brenda Castro

De cómo aparece y desaparece de la vista una película: el final alternativo y los datos curiosos

Por Libia Brenda Castro

¿Quién ha visto Vámonos con Pancho Villa?

Esta película fue filmada en 1935, se estrenó en diciembre de 1936, duró una semana en taquilla y luego durmió, en una lata, hasta los sesenta, cuando se proyectó en algunos cineclubes; volvió a quedar en el olvido veinte años y algún funcionario en pro del cine mexicano decidió pasarla por televisión, imagino que en función nocturna, perdida en un canal de cobertura nacional y con un final alternativo.

Es más, ¿quién ha visto Vámonos con Pancho Villa en el cine? Parece pregunta de concurso con premio, donde gana el que sabe más datos curiosos. Hoy en día, a pesar de estar catalogada como una de las grandes joyas del cine mexicano y del cine de la Revolución, pocos han visto la película y poco se puede ver, fuera de funciones especiales o ciclos dedicados al género. Es una cinta, entonces, que ha aparecido y desaparecido de forma intermitente, desde su primera función hasta su proyección dentro del ciclo de la exposición Cine y Revoulción en San Ildefonso.

Uno de los tantos datos curiosos es la secuencia de los trenes con los sombrerudos subidos a la locomotora, las soldaderas moliendo maíz, los jinetes de canana cruzada y la indiada de a pie a la espera de partir en el ferrocarril. Fernando de Fuentes, el director, la filmó como parte de su película; sin embargo, a lo largo de los años, entre unas y otras, se perdió el origen de la referencia. En más de una película se ha reciclado esa secuencia, en más de un documental sobre la Revolución, la han usado como ejemplo de un momento “real”, como si en verdad fuera la captura in situ de un momento histórico, cuando todos esos revolucionarios eran extras pagados para aparecer en una ficción que recordaba un hecho de veinte años atrás. Qué mejor manera de diluirse o desaparecer como obra única, que ser fagocitada por obras posteriores que no citan la fuente original.

Inserto poco patriótico

Fuera de los libros de Historia, la Revolución mexicana permanece en tres ámbitos, el imaginario colectivo, la literatura y el cine. Uno de sus personajes más socorridos es Francisco Villa, el Centauro del Norte; el problema con él es que casi siempre se lo representa en el borde de la exageración y el melodrama: como el caudillo valiente pero abusivo, como el héroe revolucionario que buscaba máiz pa’todos y tuvo entre sus muchos méritos el haber invadido Estados Unidos o como el despiadado y sanguinario líder de la División del Norte que acabó traicionando la causa y murió asesinado porque el que a hierro mata a hierro muere. El caso es que el caudillo aparece sobredimensionado, sujeto de leyenda y de ficción. Pero en Vámonos..., Villa ni siquiera es el protagonista, apuntala el argumento y la trama, pero no es la figura central.

Domingo Soler encarna a un Francisco Villa más humano que heroico; verosímil, y yo diría que hasta mesurado. La actuación de Soler (ese apellido de tanto prestigio de la “Época de Oro” del cine mexicano) es menos exagerada y extrema que muchas representaciones posteriores. Por ejemplo, a Pedro Armendáriz se le siente un poco impostada su encarnación del caudillo —a todo color— en Así era Pancho Villa, de 1957. Las apariciones de un Soler maquillado para encarnar al general norteñote, bromista y bigotón durante la película se limitan a una serie de momentos clave en que uno está a la expectativa de su decisión final o, incluso, de la reacción ante las noticias que le dan sus lugartenientes.

Los verdaderos protagonistas son seis, “Los Leones de San Pablo” y, como en la canción de los diez perritos, cada vez van quedando menos, hasta que Don Tiburcio Maya y el “Becerrillo” —ya como parte de “Los Dorados”, el regimiento personal del general— son los únicos sobrevivientes. El “Becerrillo” quiere regresarse y Tiburcio lo convence de que siga por la causa; días después el muchacho se enferma de viruela y Tiburcio tiene que incinerar su cuerpo, luego de darle el tiro de gracia para no quemarlo vivo. Esta es la gota que derrama el vaso de la paciencia del más leal y tolerante de los seis Leones originales: después de darse cuenta que no vale la pena luchar por un líder injusto, Tiburcio se aleja en la noche, de espaldas a la cámara, y desaparece en las vías del tren encaminado de vuelta a su casa.

La escritura de los héroes

Para seguir con los datos curiosos puedo decir que Rafael F. Muñoz no sólo es el autor de la novela que sirve como base del argumento de esta cinta, también aparece en la película, muy maquillado y poco ducho en su actuación, como uno de los Leones de San Pablo, Martín Espinosa. Muñoz era periodista, escritor y guionista, sin embargo, irónicamente, no fue él quien se hizo cargo del guión, la adaptación fue hecha por el mismo De Fuentes y el poeta Xavier Villaurrutia. Es probable que Muñoz apareciera por simple divertimento, es probable que no tomaran en cuenta su opinión en esta versión cinematográfica de su libro; una cosa es cierta, la novela de Rafael F. Muñoz no quedó en la memoria —fuera de cierta memoria académica— como parte de las épicas revolucionarias más conocidas de un acervo literario mexicano de alto nivel. Muñoz no está junto a Martín Luis Guzmán ni a Mariano Azuela, ni incluso junto a Jorge Ibargüengoitia, quien con Los relámpagos de agosto, está en las filas de escritores mexicanos que hicieron novelas de la Revolución. En cambio, Muñoz es vagamente recordado por sus cuentos o su biografía de Santa Anna, El dictador resplandeciente, aunque su nombre no resuena tanto como el de los héroes que habitan su literatura.

Podemos abundar sobre el equipo de realización, encabezado por su director, quien se volvió un parangón del cine mexicano con Allá en el rancho grande (precisamente de 1936). Además de Villaurrutia en el guión, están Jack Draper como director de fotografía y Gabriel Figueroa como operador de cámara y, por último, Silvestre Revueltas, quien se hizo cargo de la música e incluso hace un cameo como pianista de cantina. Con equipo de ensueño como éste (más una ristra de nombres que ya no tienen espacio en este breve texto), resulta casi un misterio que la cinta haya desaparecido durante tantos años, para volverse una referencia de culto.

No deja de llamarme la atención el final alternativo, donde De Fuentes incluye una escena que sucede diez años después, cuando Villa va por Tiburcio Maya hasta su rancho para llevárselo de regreso a la bola. El viejo Tiburcio se niega y Villa mata a su mujer y a su hija. Tiburcio muere a manos del general Fierro y entonces el Centaruo del Norte, inclemente, se lleva a su hijo pequeño con él y le dice: “Vámonos con Pancho Villa”.

El por qué no se proyectó la película con ese final más tremendista en 1936 es un misterio (aunque se rumora que Lázaro Cárdenas pudo haberlo censurado); pero, si se ve la película como originalmente fue exhibida, con unos minutos menos, la sensación es más bien de desencanto, de decepción, acaso de melancolía.

 
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