Santiago (Santiago Corcuera), Elena (Elena Larrea), Ignacio (Ignacio Beteta), Elsa (Florencia Ríos) y Diego (Jorge Caballero), jóvenes pertenecientes a una clase privilegiada de México, asisten a una fiesta en compañía de más amigos para darle rienda suelta a los excesos: alcohol, drogas y sexo. Los jóvenes buscan nuevas maneras de entretenerse ya sea creando una serie de enredos sexuales donde los mejores amigos se acuestan con la misma mujer, destruyendo muebles –arrojándolos desde un segundo piso hacia el patio– o proponiendo un peligroso juego con un arco. Incluso, se divierten relatando cuentos de terror asociados a robos, secuestros, maltratos y violaciones por parte de grupos criminales y sicarios de México de los que sólo han escuchado en las noticias.
Los muertos (2014), segundo largometraje del realizador mexicano, Santiago Mohar Volkow (Dios nunca muere, 2012), es una exploración del narcisismo obsesivo tan característico de las clases adineradas del Tercer Mundo, aquellas que aseguran que en el Primer Mundo no hay problemas y que miran con desdén a las clases trabajadoras de su país. El cinefotógrafo Lluis Sols decide mantener su lente a unos cuantos metros de distancia respecto a los personajes, para que veamos cómo se relacionan con el espacio que habitan (enormes pasillos y recámaras que sirven como contenedores de jóvenes que, infestados de alcohol y drogas, deambulan torpemente) y cómo interactúan entre ellos (el cuerpo semidesnudo como herramienta para aproximarse al otro, seducirlo y manipularlo). En más de una ocasión, el director opta por dar marcha atrás para mostrar el mismo evento desde el punto de vista de otro personaje; sin embargo, este truco narrativo se percibe innecesario y poco efectivo debido a que nunca se revela alguna novedad cuando se pone en marcha este mecanismo. El filme pretende abordar la realidad cotidiana que se vive en México. Hay alusiones a las víctimas del crimen organizado que son vistas por los protagonistas con ojos de indiferencia social; es por ello que hacia el final del relato, en un evento crucial que marca la vida de los jóvenes, resultan incongruentes y forzados los rostros de indignación, preocupación y reflexión de los personajes. Aunque audaz en su planteamiento –que por momentos recuerda al desencantando y poco comprometido Charles, el protagonista de El diablo probablemente (1977) de Robert Bresson, o la superficialidad de los adolescentes retratados en The Bling Ring (2013) por Sofia Coppola– Santiago Mohar Volkow está más preocupado por el carácter formal –la configuración de atractivos encuadres, el juego de luces, sombras y colores en atmósferas nocturnas, la repetición de los sucesos, la insistencia en filmar desde el interior de los automóviles, el agua como símbolo de la purificación– que por los temas que agobian y rodean a sus personajes, jóvenes que cuando salen de su burbuja se encuentran con un plantón en el Zócalo o con unos cadáveres al interior de un automóvil abandonado, pero éstos terminan siendo eventos que no despiertan ningún sentido de compromiso social y que no forman parte de su acomodada realidad.
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Fecha de estreno en México: 22 de abril, 2016.