Por Julieta Navarrete (@Juletiux)
Los resabios de la censura y el miedo se mantenían aferrados a Italia después de la desaparición del régimen de Mussolini. En el marco de la posguerra, un grupo de cineastas se alzó entre lo que se había perdido para afrontar mediante la imagen todos esos problemas sin resolver que el ser humano tenía como consecuencia de la guerra. Roberto Rossellini saca a la luz su ejercicio neorrealista Roma, ciudad abierta (1945), que habla sobre las heridas de su país y su gente. A partir de entonces, sus películas mostrarían esa necesidad que él consideraba innata en el hombre: la de decir las cosas como son y ser incapaces de ignorar la realidad, sin importar cuál fuera.
Rossellini nació en Roma el 8 de Mayo de 1906, en el cobijo de una familia de empresarios. Su trabajo como cineasta consistió en el registro y el documental, y en crear una narrativa dialéctica que acercara al público para que aprendiera sobre el contexto en el que vivía sin una poética rebuscada, con el objetivo de mostrar la imagen como era, que planteara problemáticas e hiciera reflexionar al espectador de manera sencilla y directa. Sin embargo, nunca pretendió establecer las bases de ningún manifiesto neorralista, en un texto publicado en la revista italiana Retrorpettive aseguró ser un realizador de filmes, no un esteta y, por ende, ser incapaz de indicar en qué consistía tal cual el neorralismo como generalidad, sino solamente decir cómo lo sentía él y cuál era su idea al respecto, definiéndolo como “Un deseo, finalmente, de aclararnos nosotros mismos y de no ignorar la realidad cualquiera que ésta sea.”.
Continuó con su filmografía antifascista con la película Paisá (1946), en donde utilizó actores que no eran profesionales para reforzar la idea de una creación espontánea, casi documental. Una película dividida en seis historias ocurridas durante la Segunda Guerra Mundial que después se convertiría en la segunda parte de una trilogía llamada La trilogía de la guerra, que culminaría con su obra Alemania, año cero (1948), un discurso sobre la moral, la pérdida de la inocencia y las voces traumáticas que corren a través de las ruinas
Rosellini trabajó en películas realistas con fuertes cargas de metáfora y se enfocó también en el documental, especialmente después de que viajara a la India tras separarse de su esposa y recurrente actriz de sus obras, Ingrid Bergman. La guerra se mantuvo como tema central de sus trabajos toda su vida, incluso después de que en 1963 declarara que abandonaría el cine y se dedicaría a la televisión, que bien empleada también podía servir como aparato educativo, pero en los setentas salieron a la luz dos largometrajes más, Año uno (1974) y El mesías (1975) que no tuvieron la recepción esperada del público italiano.
El cineasta italiano murió de un ataque al corazón el 3 de Junio de 1977. Su legado, que acompaña al de Luchino Visconti y Vittorio De Sica, es una ventana abierta al ser humano y su historia para sacar nuestra curiosidad respecto a los detalles de lo auténtico y lo verídico. Las imágenes del cine de Rossellini siempre fueron transparentes.