Reseña, crítica Poder y traición - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
The Ides of March
Poder y traición
 
EE.UU.
2011
 
Director:
George Clooney
 
Con:
Ryan Gosling, George Clooney, Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti
 
Guión:
George Clooney, Grant Heslov
 
Duración:
101 min.
 

 
Poder y traición
Publicado el 28 - Ene - 2012
 
 
George Clooney dirige esta cinta adaptada de la obra de teatro de Beau Willimon, Farragut North, que a su vez, está inspirada en la campaña de elección de Howard Dean del 2004. - ENFILME.COM
 

Las películas que manejan temas políticos siempre develan en mayor o menor medida la doble moral que se esconde detrás de toda la parafernalia gubernamental. Es inevitable, porque la mentira es inherente a las personas que se encuentran en la carrera por el poder, y esto es algo que nos hemos resignado a aceptar. No nos importa ser engañados; lo que nos importa es que nos engañen bien. Por tratarse de una práctica tan sucia, no todos están dispuestos a considerar a la política un arte, aunque hay que aceptar que requiere de mucho tiempo, dedicación y hasta talento para dominarse.

Poder y traición se estrena en una época muy conveniente tanto para Estados Unidos como para México. Éste es un año de elecciones presidenciales en ambos países, y la película sirve como un recordatorio de la farsa que ya hemos empezado a presenciar con las precampañas electorales. Sería fácil pensar que su nominación al Oscar por Mejor Guión Adaptado es circunstancial, pero aunque la película hace énfasis en la imagen prefabricada de los políticos, el aspecto que explota en sus personajes es la traición. Simplemente hay que reparar en el título original, Ides of March, que se refiere a la fecha en que Julio César fue asesinado –los idus de marzo o 15 de marzo–, víctima de una conspiración perpetrada por Bruto, Casio, y otros hombres que se habían ganado la confianza del emperador.

George Clooney dirige esta cinta adaptada de la obra de teatro de Beau Willimon, Farragut North, que a su vez, está inspirada en la campaña de elección de Howard Dean del 2004. La película aborda el ascenso de Stephen Meyers (Gosling), un joven idealista que trabaja como director de comunicación en la campaña de elecciones primarias del Partido Demócrata del gobernador de Pensilvania, Mike Morris (Clooney). Meyers es talentoso y confía en su candidato, pero es joven y tiene mucho que aprender; no se da cuenta de que el ascenso que busca le costará su integridad ética. Es en parte por esta razón que Paul Zara (Hoffman) y Tom Duffy (Giamatti), dos veteranos directores de campaña, se aprovechan de la falta de experiencia del joven portavoz.

En un principio, Meyers siempre aparece al lado de Zara en actitud de pupilo, observando y aprendiendo. Gosling hace un estupendo trabajo al mostrar su ingenuidad a través de la fe ciega que tiene en Morris, la cual contrasta peligrosamente con la agresividad de los hombres que están por encima de él. Es fácil suponer que, hacia el final de la película, el personaje de Meyers sufrirá un cambio drástico porque se encuentra en medio de los políticos experimentados y los pasantes, y las señales de la ambición de Meyers se encuentran distribuidas cuidadosamente a lo largo de las escenas iniciales.

El conflicto empieza cuando Duffy cita a Meyers para hacerle una propuesta peligrosa: trabajar para la campaña de su contrincante. El simple hecho de que Meyers escuche la propuesta de Duffy representa un peligro potencial para la campaña de Morris, y el joven portavoz lo sabe. El desarrollo de estas escenas bien podría aplicarse a una película que gire en torno al tema de la infidelidad, y la aproximación de Duffy es tan sutil que Meyers no está del todo consciente de las consecuencias que podrían tener sus actos. Al final del encuentro, Duffy le dice a Meyers, casi a manera de profecía, que su optimismo no durará mucho y que, tarde o temprano, se volverá corrupto como todos en ese campo. Duffy presenta una idea –la inminente corrupción de sus valores– en la mente de Meyers y, al mismo tiempo, la siembra en la mente del público para estar alerta a los cambios en el personaje.

Es durante estos momentos de duda que Meyers conoce a Molly (Wood), una pasante con el carácter y la paciencia necesarios para lidiar con el desinterés que Meyers tiene por los que están por debajo de él. La escena en la que se conocen es engañosamente simple. Wood demuestra nuevamente –como en Thirteen (2003) y en Down in the Valley (2005)– que es experta en interpretar a jóvenes cuyas agallas son una maldición. Durante este momento, Meyers pretende asumir el control de la situación y conquistar a la pasante con la seguridad que lo distingue. Ella, por su parte, lo mantiene a raya, y al final le enseña quién manda. En realidad, este juego de poder aparentemente infantil sucede a distintos niveles y con todos los personajes a lo largo de la película. Todos llegan a verse involucrados en algún tipo de discusión en donde se busca someter al oponente, y la clave para hacerlo es conocer al enemigo. Es la estrategia que utiliza Duffy, y es la lección que aprende Meyers, y la evolución de este aspecto en el protagonista es clara en todas las escenas en donde aparece Ida (la feroz reportera interpretada por Marisa Tomei), quien sale en pantalla únicamente cuando es necesario poner a prueba el carácter de Meyers.

La palabra “lealtad” hace eco a lo largo de toda la película, pero ésta se encuentra sometida a ciertas condiciones que la despojan de su verdadero valor. En esta historia se menciona la lealtad únicamente para enfatizar la traición. Zara, por ejemplo, despide a Meyers por un supuesto acto desleal, sin tomar en cuenta que el joven portavoz había sido hasta ese momento el servidor más fiel a la campaña. Por otro lado, Meyers acepta con gusto los halagos de su enemigo, confirmando que “la corrupción de los mejores es la peor de todas”. Es entonces que queda expuesta la fragilidad de todo un sistema y se hace evidente que cualquier persona perteneciente a la campaña, con excepción del candidato, puede ser desechada. El pecado de la deslealtad tiene su castigo, pero no se basa en un juicio moral, sino en un razonamiento estratégico. De acuerdo a la lógica de Zara, cualquier cosa que ponga en peligro la integridad de su candidato o –muy en segundo lugar– la suya, deberá ser eliminada.

En el momento en que se descubre un peligroso secreto sobre la vida privada de Morris, Meyers regresa al juego con una estrategia despiadada: atacar desde adentro al hombre que tanto protegió y al que debía su lealtad. Todo aquel que sepa jugar ajedrez sabe que el rey debe moverse solamente cuando sea muy necesario. No solo es una pieza vulnerable, sino que a veces incluso es inútil, pero no se puede renunciar a él porque entonces se pierde la batalla. Lo que se puede hacer, en cambio, es sacrificar a las otras piezas. Cada jugador sabrá con qué piezas se quedará y cuáles deberán sacrificarse. Este principio es importante para una película como ésta, en donde la verdadera competencia no es entre dos candidatos, sino entre las personas encargadas del partido. Vale la pena mencionar, por ejemplo, una escena en donde Morris y Pullman sostienen un debate y sus directores de campaña, Zara y Duffy, se ven desde lados opuestos del auditorio y se saludan con una sonrisa mutua que demuestra el fastidio que sienten el uno por el otro. Luego de unos segundos, los dos caminan hacia la parte trasera del auditorio e intercambian, ahora sí, insultos sobre cuál de los dos es más estúpido y cuál tiene los testículos más grandes. Es la única escena en donde los vemos juntos, pero basta para plantear una idea fundamental en la película: la batalla real sucede tras bambalinas.

Ryan Gosling –quien ya estuvo nominado al Oscar por Half Nelson (2006) y al Globo de Oro por Lars and the Real Girl (2007)– lucha por demostrar que está a la altura de los actores de reparto, y aunque en las escenas iniciales se ve opacado por la presencia de Hoffman y Giamatti, su talento se hace evidente conforme se va desarrollando la historia, a tal grado que es una fortuna que Leonardo DiCaprio no tomara el papel de Stephen Meyers como estaba planeado. Gosling lo demuestra en la genialidad de la escena final, que sucede bajo la sombra de la escena inicial y cierra de manera cíclica una serie de eventos desmoralizantes para los que estamos de frente al escenario político. La escena se asemeja a una ceremonia de coronación en donde los símbolos de realeza son un auricular y un micrófono. Al final alguien ha muerto, otro se ha sacrificado, una profecía se ha cumplido, y un hombre ha sido investido con dos instrumentos de poder que han probado ser más efectivos que una espada y una corona.

 

 
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