Por Julio Enrique Macossay (@makoss1)
Fueron necesarios trece años y cinco películas anteriores para que por fin se llevara a la pantalla grande una de las historias icónicas de Wolverine: la de su viaje a Japón que fue traída a nosotros en comic por Chris Claremont y Frank Miller en 1982. Gran parte de la trama de este clásico fue alterada en función del tema principal de la película de James Mangold: la mortalidad. Esto se hace patente desde la primera escena –inexistente en el cómic– en la que vemos un Japón asolado por la Segunda Guerra Mundial y a tres soldados a punto de cometer seppuku (suicidio ritual). Uno de ellos, Yashida (Haruhiko Yamanouchi), duda mientras los otros dos acaban con su vida; esta vacilación es suficiente para que Wolverine (Hugh Jackman) aparezca y lo salve de la explosión de la bomba atómica en Nagasaki que ocurre unos instantes después, utilizando un trozo de metal y su propio cuerpo para contener la ráfaga de fuego que se introduce en el pozo donde ambos se están refugiando. En este momento está contenida la dicotomía fundamental del filme: la inmortalidad de Logan en clara contraposición con la mortalidad de todos los demás.
El Wolverine que vemos al inicio dista del implacable y feroz guerrero de otras cintas y cómics. En vez de eso, tenemos a un personaje que tiene ciertas similitudes a los inmortales atormentados del siglo xix. Es menos parecido a esos antihéroes implacables como Deathstroke (New Teen Titans, DC Comics) o Cable (X-Force, Marvel) –que a su vez eran una representación de los héroes casi inmortales e irreflexivos del cine ochentero y noventero como Van Damme o Schwarzenegger cuya caracterización se basaba más en sus habilidades en combate que en su vida interior– y ostenta más similitudes con un Melmoth, el errabundo, de la novela homónima de Charles Maturin, o el Mortal Inmortal del cuento homónimo de Mary Shelley. Estas últimas, entidades que ven a la inmortalidad como un mal del que se tienen que deshacer pues los aleja no sólo de toda la humanidad, sino de sus seres queridos. Inclusive en la cinta hay una escena de claros ecos maturinianos en la que un viejo Yashida le dice a Wolverine que la inmortalidad es una maldición y que un hombre que ha vivido tanto como él debería pasársela a alguien más.
El Logan del presente está convertido en una suerte de eremita recluido en el bosque renegando de su papel como héroe y arrepintiéndose de sus pecados. El principal de éstos es haber tenido que matar a Jean Grey (Famke Janssen) en X-Men: Last Stand (2006), cuando poseída por Phoenix le ruega que acabe con ella para así salvar a la humanidad de esa entidad cósmica. Vive atormentado por este hecho, pero la ‘tortura’ es tomada en un sentido literal porque en más de una ocasión lo vemos hablar con ella en alucinaciones. Este recurso funciona para que conozcamos los pesares que le causan su propia inmortalidad a través de los labios de una persona muerta, y la lucha interna que mantiene debido a su propio sentimiento de culpa.
Es muy probable que alguien que haya visto muchas de las películas de superhéroes de las últimas décadas sienta una cierta sensación de déjà vu al pensar en cómo un Wolverine enfrenta sus demonios internos. Como apuntó Greg Hatcher en un tono un poco fatalista, todas las películas de superhéroes se ciñen a una trama básica: “Un héroe que es un cretino egoísta debe derrotar los traumas de su infancia, sus demonios personales, y aprender a preocuparse por las personas que lo rodean y servir al bien común”. Si bien Logan sí se preocupa por los que lo rodean, todo el viaje a Japón sirve como un método para que redescubra su vocación como héroe y para vencer a su demonio personal.
Acorde con este tema central, el director James Mangold (Inocencia interrumpida, 1999; Johnny & June, 2005) decidió mostrar una faceta de Logan que no se había mostrado en la pantalla grande. Sin spoilerear nada que no puedan ver en el trailer, en algún momento de la cinta sus poderes son restringidos. Su nuevo estado de vulnerabilidad, más allá de ser un recurso más para que medite sobre su propia mortalidad, también sirve para que se replantee toda su estrategia de batalla. Gracias a esto, vemos escenas de acción en las que Wolverine reflexiona más sobre sus maiobras antes de realizarlas y pierde un poco el carácter impulsivo que suele caracterizarlo, lo que a final de cuentas es refrescante en un personaje que conocemos tan bien. Lamentablemente, en cuanto recupera sus poderes curativos, regresa al comportamiento de siempre.
Algo que también distingue a este filme es que está ausente, casi por completo, el afán de ligarlo con el resto de la franquicia –a excepción de una escena que aparece en los créditos finales–, y los cameos innecesarios —lo menciono en especial por la intrascendente aparición de Gambito en la anterior película de Wolverine— que más que agregar algo a la trama suelen alentarla y distraer. A final de cuentas, estos pequeños cambios no están desarrollados lo suficiente como para ponerla a la altura de versiones más afortunadas que usan este mismo patrón, como es el caso de las cintas de la trilogía de Christopher Nolan.
A los fanáticos del cómic les quedará la duda de cómo hubiera funcionado la historia original de Miller y Claremont. Varios personajes habrían tenido un rol distinto —por citar alguno en el cómic, la joven Yukio no se limita a ser una asesina del clan Yashida sino que también es la amante de Logan— para enfatizar, no la inmortalidad, sino la dicotomía entre civilización y barbarie. En el cómic, la amada de Logan, Mariko, representa a la civilización, mientras que el mutante, a la barbarie, como lo deja notar uno de los diálogos: “Mi amor es por un hombre […] no una bestia en traje de humano que no sabe nada del honor, el deber o ninguna de las creencias que atesoro más”. En el cómic, Wolverine es caracterizado como un asesino perfecto y la inmortalidad sólo sirve para reforzar este estatus, pero no tiene ninguna implicación psicológica en el personaje. Ahí, su único demonio personal es su violencia y bestialidad que confronta, no para servir al “bien común” sino para obtener un beneficio personal: desposar a Mariko. De haber seguido esta línea, el personaje de Hugh Jackman sería totalmente antiheróico. En lugar de tener una reflexión sobre la inmortalidad, tendríamos como médula del filme una crítica a la violencia, un tema más trascendente para nuestros tiempos, al menos en el contexto de las recientes matanzas en Estados Unidos, incluyendo la trágica de Aurora que ocurrió en una premiere de Dark Knight Rises el año pasado.