Atrapado en Sunset Blvd.
Por Alfonso Zárate Santos
—Usted es Norma Desmond, salía en las películas mudas. Era usted grande.
—Soy grande, son las películas las que se han hecho pequeñas.
Es casi un lugar común hablar de Hollywood como la fábrica de sueños, pero detrás de esa fachada de fantasía y glamour, se oculta un lado obscuro. Hollywood es también una máquina que devora a aquellos soñadores que se le acercan. Los consume. Pocas películas nos muestran ese lado obscuro de Hollywood de una manera tan brillante como Sunset Blvd (1950).
Sunset Blvd. es una película difícil de clasificar. Por una parte pertenece al período clásico del cine negro o film noir. Pero, aunque comparte ciertos elementos con este género, su preocupación central no es el crimen. El asesinato que aparece es tan sólo un pretexto para adentrarnos en un mundo inquietante y fascinante que se parece mucho a una fantasía. La película misma tiene la extraña lógica de un sueño.
La primera vez que vemos a Joe Gillis (Holden), protagonista de la historia, está flotando inerte en una piscina, sangre sale de su cuerpo, es claro que no respira. Él se presenta a sí mismo, lo escuchamos como una voz en off, y nos informa que está muerto. Será él quien nos contará su propia historia que culmina en ese trágico final, sin vida en una piscina en la casa de la famosa actriz, Norma Desmond.
Flashback. En vida, Joe Gillis es un guionista sin dinero ni trabajo… Huyendo de unos cobradores se mete a lo que él piensa es una casa abandonada sobre Sunset Blvd. Es una casa lujosa y decadente, un lugar donde el tiempo se ha detenido. Una casa envuelta en un ambiente fantasmagórico, pero no abandonada. Entra y conoce a sus habitantes: Norma Desmond (Swanson), actriz del cine mudo, y Max (von Stroheim), su mayordomo.
Como la casa, Norma Desmond vivió su mejor época hace mucho tiempo. Tiene años sin hacer cine, pero sueña con volver. La actriz le encarga que reescriba un guión en el que lleva años trabajando, guión que piensa llevar al mismísimo director Cecil B. Demille (Demille) para asegurar su retorno triunfal a la pantalla grande. Joe piensa que el guión es un desastre pero acepta el trabajo. Dinero fácil. De pronto ya está viviendo en la casa y así, poco a poco, se va enredando cada vez más en el mundo delirante de Norma Desmond.
Joe descubre que la famosa actriz es en realidad una adicta. Adicta a los reflectores, a su condición de estrella de cine, necesita desesperadamente de la mirada de los demás. Vive como una reclusa en su enorme mansión repleta de recuerdos, que se ha convertido en un museo dedicado a ella misma. Vive atrapada en el pasado. Muerta en vida, está obsesionada con la idea de volver algún día a la pantalla grande.
El papel de Norma Desmond es interpretado con grandilocuencia por Gloria Swanson. Hay que decir que pocas veces en la historia del cine hemos visto una actuación tan exagerada. Y, sin embargo, la interpretación está perfectamente justificada. No es sobreactuación, sino la justa dimensión del personaje. Así es como ella se ve a sí misma. Norma Desmond vive alejada de la realidad o, mejor dicho, habita su propia realidad. Se mueve con el dramatismo de quien imagina que una cámara la sigue constantemente, registrando cada uno de sus gestos. Todo el tiempo actúa, vive representando un papel, el de la Diva, la figura mítica del cine, algo que va más allá de una persona de carne y hueso.
Esta fantasía no podría sostenerse sin la complicidad de Max, el mayordomo. Más que un sirviente, es un perro guardián. Guardián de sus secretos, protege celosamente el mundo de fantasía en el que ella vive. Es un hombre que se ha desdibujado en todos los sentidos para que ella pueda seguir viviendo su extravagante quimera.
Pero las cosas son aún más complicadas de lo que parecen. Al avanzar la historia se revela que Max, antes de trabajar para la actriz, fue director de cine. De hecho, fue él quien descubrió a Norma Desmond cuando era una jovencita y, para complicarlo todo aún más, también fue su esposo. Ahora está reducido a mayordomo, un mayordomo que no ha abandonado del todo su vocación de director de escena. Es él quien ahora dirige con absoluta precisión todo cuanto sucede en la casa. Dentro de la casa todo es teatro, una triste representación sin público.
Conocer el pasado de Max, vuelve tangible el riesgo que corre nuestro protagonista. Joe Gilis ha pasado de ser guionista para convertirse en un hombre mantenido y en el amante de la mujer madura y adinerada. De seguir en la casa, es posible imaginar que la transformación no termine ahí. Podría degradarse aún más. Igual que Max, que pasó de ser esposo a ser mayordomo. Y después qué sigue. ¿La degradación total: convertirse en chimpancé; pasar una vida entera encerrado en la casa para luego ser enterrado en el jardín con todos honores en un ataúd de lujo tamaño infantil? Tal es el peligro de esta jaula de oro. Te atrapa y cada vez es más difícil la escapatoria.
Sunset Blvd. nos plantea además un juego de espejos. La película busca difuminar esa línea que separa ficción de realidad. Esta intención se hace evidente con la selección del reparto. Wilder elige actores cuyas biografías se asemejan a las de sus personajes. No es casualidad que sea Erich Von Stroheim, el director de cine alemán, quien interpreta al mayordomo que en otro momento fuera director de cine. De la misma manera, Gloria Swanson, que en la vida real había sido una famosa actriz de la época del cine mudo, interpreta el papel de Norma Desmond, la actriz en decadencia. En este juego de espejos, actor y personaje se reflejan y confunden, dándole mayor peso a las situaciones representadas en la película.
De la misma manera, la breve aparición de personalidades del cine, como el afamado director Cecil B. DeMille y el legendario actor del cine mudo Buster Keaton, actuando como ellos mismos, así como la mención de personas y sucesos reales, forman también parte de esta estrategia para confundir realidad con ficción. Así se acentúa la sensación de que estamos espiando “tras bambalinas” al mundo oculto que hay detrás de las cámaras.
Tal vez el mayor logro de la película es que involucra cada vez más al espectador con la mente retorcida de Norma Desmond. Cuando en la escena final ella cruza esa línea hacia la locura, nosotros lo hacemos con ella. Sunset Bouelvard tiene un final irónico como pocos. Norma Desmond logra conseguir lo que ha anhelado tan fervientemente. Decenas de camarógrafos y periodistas se han reunido en su mansión, todos vienen a verla. Una vez más, como en sus mejores tiempos, ella es el centro de todas las miradas. Pero no vienen a admirarla, vienen para cubrir la noticia amarillista del asesinato. En su delirio, cree que están ahí para filmar una escena. En su recámara, rodeada de policías que la interrogan, ella se maquilla, preparándose para la toma. Sale de su cuarto para hacer ese descenso dramático por las enormes escaleras de su mansión. Es un momento triunfal y patético a la vez. En ese preciso instante, Max adivina lo que debe hacer. Sin dudar ni un segundo, toma su lugar junto a las cámaras y grita: “¡Luces, cámara, acción!” El mayordomo se vuelve a convertir en director de cine. Y ella baja, lentamente, gozando intensamente el calor de los reflectores… hasta que su rostro grotesco y fascinante ocupa toda la pantalla. Una vez más es la reina del cine. Finalmente ha conseguido ese close-up tan largamente anhelado.