por Ricardo Pohlenz (@rpohlenz)
A principios de los ochenta, John Byrne escribía con Chris Clermont los Hombres X. Había empezado dibujando el comic pero acabó por hacer mancuerna con Clermont en los guiones. Esto es importante porque el trabajo de Byrne y Clermont, entregados a las desproporciones de un verismo imposible que alcanzara su cumbre en los noventa, son los que sentaron las bases para la explotación de los mutantes como propaganda política, donde se vindica la diferencia para poder nulificarla.
No es muy importante recurrir a esta primera versión de Los días del futuro pasado para explicar las similitudes, las diferencias y las actualizaciones entre el comic y la película. La adaptación de un comic a la pantalla grande ha tenido siempre sus peligros. Hay algo en la hubris de los superhéroes que resulta siempre ridículo, con lo que el realizador se complace, como lo hizo Tim Burton con su versión de Batman o, para poner un ejemplo de la franquicia en cuestión, Sam Raimi con Spiderman, quien compensa con los alardes visuales que lo caracteriza la bidimensionalidad de lo personajes y la pobreza del argumento. Supongo que el argumento de Los días del futuro pasado puede resultarle barroco a un niño de diez años pero es más bien esquemático.
Todo empieza en futuro, donde Ian McKellen y Patrick Stewart se lamentan un poco por el fin del mundo y, otro poco, por los papeles que les han tocado en el ocaso de sus carreras. Hugh Jackman y Hale Berry salen, como siempre, de muebles. Las partes habladas de Hale Berry se pueden contar con los dedos de una mano. Hugh Jackman es la única esperanza que tiene la humanidad, debe regresar en el tiempo –lo manda Ellen Page que debuta como mutante- para impedir que Jennifer Lawrence mate a Peter Dinklage, el científico enano que creó los robots que acabarán con la humanidad. Es aquí donde retoma la acción de la película anterior, Primera generación –dirigida por su acólito Mathew Vaughn- con James McAvoy haciéndola de Patrick Stewart, convertido en un yonqui desencantado después del fracaso de su escuela para mutantes y con Michael Fassbender haciéndola de Ian McKellen, encerrado en una celda de alta seguridad bajo el pentágono.
Esta es toda la premisa, Hugh Jackman tiene que convencer a James McAvoy de que no todo está perdido y existe la posibilidad de un futuro donde los mutantes convivan en paz con los no mutantes para luego ayudar a escapar a Michael Fassbender y así prevenir que Jennifer Lawrence mate a Peter Dinklage. Es el mismo esquema narrativo que usaron los Wachowski en una de las secuelas de la Matrix y para el versión reciclada para el nuevo siglo de los Hombres de Negro escrita por Ethan Cohen. La pardoja del rizo temporal: es todo lo que sucede sí y sólo si alguien hace algo en un momento y no en el siguiente. Las versiones chabacanas para cine palomero del recurso utilizado por Schrödinger para ilustrar un problema de mecánica cuántica. Qué pasa si el gato está vivo, que pasa si el gato está muerto, qué pasa si el gato está vivo pero también está muerto, qué pasa si no hay gato. Al final, me temo, no hay gato.
Hugh Jackman regresa al futuro (es decir, al presente, supongo) para descubrir que no mató a Femke Janssen en La batalla final, con lo que pierde todo el sentido el culebrón que hemos estado viendo en pantalla los últimos quince años. La moraleja de la película es una declaración política: quién es dueño del presente, es dueño de pasado (y también del futuro). No se trata de saber si el gato de Schrödinger está vivo o muerto, sino hacer todo lo posible para que esté vivo o muerto, según convenga. No es tan importante la semejanza que hay entre los sentinelas inventados por Byrne y Clermont hace más de treinta años con los drones del Ejército Estadounidense. Resulta más interesante discutir la relativización de la imagen como documento histórico que hace Bryan Singer siguiendo la premisa de Robert Zemeckis, volver al futuro es regresar del pasado. Esta actualización del pasado la sublima con palimsestos, es cine de época donde primero empalma dibujos animados con actores y luego a Tom Hanks en newsreels. Richard Nixon pierde realidad como personaje de los Hombres X. Singer no denuncia o ni valida la coyuntura política de un momento histórico para convertirlo en una atracción de parque de diversiones. No es que la historia sea parte de la ficción, es que la historia es ficción.
Como culebrón con mutantes, Los días del futuro pasado no acaba de armarla, pero tiene dos buenos momentos: la secuencia en la que Evan Peters se mueve a todo velocidad en una habitación donde todos los demás permanecen inmóviles mientras escucha Time in a Bottle de Jim Croce en sus audifonos (queda preguntarse a que velocidad corre la pista de la canción) y la secuencia en que Michael Fassbender levanta un estadio para hacer público ante el mundo la existencia de los mutantes. Debo confesar que durante esa escena me anticipé a los acontecimientos, esperando que Fassbender salvara el día después de poner en evidencia el peligro de los drones ante Nixon. No sé como se me ocurrió una salida tan sútil frente al rigor esquemático de los personajes. ¿Qué puedo decir? Es lo mismo que hace tan aburrido como predecible a Hugh Jackman es su inmortalidad. Es el masoquista perfecto para nuestro sadismo, y aún, acaba por ser cansado que le pase todo y, al final, no le pase nada.