Para Fellini las posibilidades de la ficción eran un espejo. No un espejo en el que uno se refleja, hecho luz sin saberlo, al para rasurarse con la pretendida pericia que supone no cortarse, sino un espejo en el que se teme, se presiente al pez revoloteando un poco más allá de la cornisa.
En este filme la música es casi otro personaje de la película. Y es que la complejidad de Virginia Woolf requería de un talento equiparable, como el de Glass.