Conoce un cineclub: Los lazos del arte en el MUNAL

En esta sección mensual hacemos una crónica de un cineclub que visitamos.

Por Julieta Navarrete  (@Juletiux)

El sustento arquitectónico del MUNAL se dio gracias a la bien conocida obsesión de Porfirio Díaz por Francia. El edificio, a imagen y semejanza de las corrientes modernistas francesas del XIX, pasó de ser la sede de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, al Archivo General de la Nación y después, el Museo Nacional de Arte. Hoy, alberga un acervo de más de 3000 piezas de arte de entre el siglo XVI y el XX. Pero la labor del MUNAL no termina en su obra plástica, escultórica o arquitectónica; por suerte, se ha expandido también al cine.

En el 2010, con la inauguración del Auditorio Adolfo Best Maugard, se abrió un espacio a las artes visuales. El lugar no rompe con el resto de la arquitectura, sino que la complementa. Es un espacio pequeño (apenas con 82 butacas) con una amplia tarima que permite presentaciones de danza y teatro, lo que aumenta la oferta cultural. Desde hace un año, el programa permite que el espectador establezca lazos entre piezas específicas del acervo del museo o de las colecciones temporales con las películas y ciclos que se pueden ver en la pantalla del auditorio.  También, los domingos a las 12:00 p.m., se proyectan filmes alemanes apoyados por el Instituto Goethe. La gente poco a poco ha hecho de la asistencia a esta función, un ritual.

El mes pasado, con la exposición Arte Flamenco del Siglo XVI, el programa del auditorio presentó un ciclo de películas relacionadas con la luz y los paisajes. No era una referencia literal, sino una invitación a conectar la composición, los colores y las luces de los cuadros en la exposición con lo que se proyectaban en pantalla. Van Eyk, Vermeer y Rembrandt dialogaron con las luces invernales del documental sobre Holanda, Dutch Light (2003), de Paul van den Bos y también con los grises luminosos y nostálgicos de Bergman en Luz de invierno (1963) . No se trataba de hablar de los pintores holandeses en sí, sino de crear un discurso sobre la luz –que ellos tan bien supieron controlar en sus pinturas– y sobre cómo la iluminación afecta a la manera en que vemos el paisaje.

Pablo Martínez Zárate, encargado de la programación del cineclub, ha conseguido con este tipo de programación que el público reflexione sobre la historia del arte no pensando a cada disciplina de una manera aislada, sino como un conjunto que se retroalimenta y se enriquece cuando se conjuga con otra rama. “Nos parece que es una forma de fortalecer el conocimiento que se tiene de la obra que compone el acervo del museo y también, de alguna manera, de diversificar las actividades que rodean a una exposición temporal”.

Un cuadro anónimo del siglo XIX titulado Esta es la vida, muestra la cruenta realidad del México de aquél entonces, aunque su discurso, fácilmente, podría instalarse en la actualidad, pues muestra una sociedad dividida por las clases y la violencia en la calle. Debajo, hay una cédula que dice: “Esta pieza inspira uno de nuestros ciclos de cine. Explora relaciones entre la plástica y la cinematografía”. Este ciclo abre con Así es la vida (2000), de Arturo Ripstein, y tanto ésta como el resto de las películas que lo componen tratan sobre la difícil situación económica en México, las luchas contra la injusticia y lo complicado que es salir adelante. El hilo conductor está en esa realidad innegable que nos rodea, sin necesariamente ir a lo literal de la escena del XIX o de remitirse únicamente a ese periodo. 

La exposición Imperios Luminosos presenta obras de Ramón Cano Manilla, Ezequiel Negrete Lira y Mardonio Magaña, de las Escuelas de Pintura al Aire Libre. Estos artistas se salían de los cánones de la Academia para pintar, a su manera, la vida cotidiana del México rural. El óleo de Cano Manilla, Danza del Xóchitl Pitzahuac, con el pueblo congregado para la fiesta, inspiró el ciclo fílmico Fiestas mexicanas cuyas películas dejan de manifiesto aquella facultad tan nuestra de hacer grandes celebraciones, desde verbenas de Semana Santa hasta los estrafalarios XV años.

En Agosto de 1944, París celebró su liberación de las tropas de Hitler con la entrada del bloque de los Aliados a la capital, durante la Segunda Guerra Mundial. Los fuegos artificiales inundaron el cielo y el fotógrafo Leo Matiz se encargó de capturar los instantes luminosos que ahora se exhiben en la muestra Microcosmos de una victoria. En el ciclo Leo Matiz: Luces de París, la capital francesa es personaje y cómplice en las películas Purgando al bebé (1931) de  Jean Renoir, Fuego fatuo (1963) de L. Malle, Pickpocket (1959) de Bresson y Hadewijch (2009) de Bruno Dumont, y es mediante la magnificencia del lugar que se aprecia en sus escenas, que se establecen relaciones entre el cine y la temática de Matiz, aunque no precisamente hablen del contexto histórico que retratan las fotografías. Son guiños para establecer relaciones, no imposiciones literales.

El cineclub del MUNAL permite entender al arte ya no solo como archivos para la memoria y la contemplación, sino como herramientas para la reflexión, para conectar datos y atrevernos a formar nuestra propia curaduría a partir de lo que vemos y procesamos, apropiándonos de la cultura, convirtiéndola en relacional y dinámica, y, sobretodo, fomentando el crecimiento del conocimiento. En materia de arte, el MUNAL ofrece paquete completo.

Junio 26, 2012

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