Por José Antonio Valdés Peña (@miradasoncetv)
La diferencia entre la proyección de una película en el marco de un cineclub y en algún otro espacio es la concepción misma de su programación. Mientras que en una sala de corrida comercial un filme participa jugando las reglas de la oferta y demanda de sus exhibidores, arriesgando el pellejo si fracasa en su primer fin de semana, en el marco de un cineclub el mismo filme se vuelve una ficha invaluable en el tablero de sus programadores. Porque igual forma parte de una retrospectiva dedicada a algún cineasta, a alguna corriente de la historia del cine, participa de un programa doble con alguna película con la cual comparte tema, director o época, o bien, se vuelve un invitado de lujo porque vale la pena comentarse.
Y es que el detalle está en el comentario. En la época dorada de los cineclubes, cuando eran trincheras para ver el cine invisible, el que estaba prohibido o cuyas características vanguardistas lo hacían inaccesible a los grandes circuitos comerciales, lo más sabroso era el esquema bajo el cual un filme era proyectado. Todo comenzaba con un presentador, especialista en el filme, o bien, el creador mismo de la obra, quien aportaba una breve introducción antes de iniciada la función. Concluida esta intervención, comenzaba a correr la cinta. Y al finalizar, el público escuchaba una lectura del filme por parte del presentador para dar paso a una sesión de preguntas y respuestas. Por lo tanto, la suma de opiniones entre el presentador y/o comentarista y el público terminaba por conformar una nueva visión de la cinta.
Con la llegada del cine en video, el cineclub fue perdiendo adeptos. Ahora se podía ver una película las veces que uno deseara y comentarla uno mismo con amigos o en solitario quizás. La accesibilidad casi enfermiza que un cinéfilo en la actualidad tiene con respecto al cine mundial con tan sólo una rápida navegación por internet, hace que la posibilidad de debatir con los demás sea cada vez más ajena. Tristemente, muchos de los posibles debates ocurren ahora de forma virtual, en forma de chats o blogs, en los cuales se participa o se puede ser indiferente por igual.
Porque lo bonito es ver a la gente a los ojos. Lo que siempre enchina la piel es sentir la reacción del público ante una película, cuantimás si es de las que a uno le apasionan. Escuchar las opiniones diversas va creando una especie de espectro que flota sobre todos los presentes en torno a una obra artística. De cualquier especie, porque para un cinedebate no hay buenas ni malas películas. Tanto se puede debatir sobre el genio como sobre la incapacidad o la torpeza. El caso es platicar de cine.
Lo cual no quiere decir que el cinedebate sea una escuela de cine por sí misma. Puede ser un complemento genial, eso sí, pues muchas de las instituciones de educación cinematográfica luchan por equilibrar el conocimiento teórico (el pensar el cine) con el práctico (el hacer el cine); por lo tanto, la asiduidad de un estudiante de cine a un cineclub debate es un herramienta para entender aún mejor la filosofía de la profesión que ha elegido para vivir desde distintos puntos de vista marcados por experiencias de vida y formación profesional. Un cineclub debate no está hecho para “educar” a un público en general no particularmente interesado en el cine. Puede resultar una experiencia apasionante para saber que más allá de la película misma se esconden muchas claves para disfrutarla aún más.
Desde mi experiencia como profesor y coordinador de distintas exhibiciones, siempre en un marco cultural, puedo contarles miles de anécdotas que me han ocurrido en el camino del cinedebate, mismo que puede salirse de control y acabar (me consta) en golpes entre los espectadores. No es para tanto.
El primer paso es el rigor, la seriedad con la cual el cineclub debe abordar su programación, manteniendo su nivel de calidad a través de sus ciclos temáticos, retrospectivas y presentaciones especiales por igual. Le sigue escoger a la persona idónea, especialista en cine, conocedor o admirador de la película seleccionada, para que platique sobre ella. Es importante que el filme le apasione, porque así podrá compartir no solamente su lectura e información sobre éste, sino las razones de su pasión. Porque debemos recordar que no hay que permitir que la información nos joda la inspiración.
Acto seguido, comienza la función. Pero antes el presentador debe enfrentarse a su público por vez primera platicándole, claro, qué es lo que va a ver. Datos generales (año, dirección, actores, país de producción y la duración, indispensable para aquellos neuróticos que ven varias veces el reloj durante una proyección) que le sirvan al espectador no solamente como una base para lo que va a ver, sino para que se sienta en un sitio diferente a cualquier sala de cine. Va a ver una película acompañado por cinéfilos, no simples devoradores de palomitas que ni siquiera saben lo que van a ver. Todos guiados por un conocedor que debe tener la sensibilidad para seducir al público cuando llegue el momento de la verdad, o sea, el debate final. Y sobre todo que sea tolerante con las opiniones diversas a la suya y sepa controlar al público que participe.
Porque, también hay que decirlo, no a todo el mundo le gusta participar, elevar su voz. Mucho del público que vió la película suele salir disparado en cuanto se percata que el debate va a comenzar. Por soberbia (“ahí vienen estos mamones sabelotodo a catequizarnos…”) o bien, por pánico escénico, pues al expresar su opinión el cinéfilo participante se vuelve el foco de atención. En fin, si se retiran, pues ellos se lo pierden. Algunos otros se quedarán sin participar, asintiendo o cuchicheando sus respuestas y opiniones sin externarlas. Tampoco se trata de forzar a nadie.
Comienza entonces la verdadera tarea del presentador. Coordinar un debate donde muchas cabezas querrán participar, encaminando el mismo hacia rumbos inciertos. Para que nada se salga de control, lo ideal es que el presentador aporte a manera de exposición su punto de vista de manera clara, contundente, alternando su información con su pasión para provocar la participación misma del público. Una vez terminada su intervención, comienza el debate en sí. Advertido queda todo aquel que coordina un cinedebate que puede exhausto. Porque se vuelve un moderador de opiniones que debe contrastar con la suya propia. No es fácil. Pero eso sí, es muy apasionante. Al final, todas las ideas, todas las lecturas y opiniones han dado una nueva visión a la película analizada, cuestionada, destazada públicamente. Lo mejor es que nada ha quedado en el aire, perdiéndose como lágrimas en la lluvia. Al contrario. Cada uno de los asistentes, al salir del cineclub de nuevo hacia su vida real, como les sucedía a los Hombres-Libro del final de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, se lleva su propia película, enriquecida por las voces, los pensamientos y las emociones de aquellos con quienes compartió, por un momento, el milagro del cine.
En la guerra, el amor y el cinedebate todo se vale. Elementos audiovisuales de todo tipo, referencias culteranas, pasión y sobre todo armonizar a los asistentes en torno al cine. Hacer riquísima una experiencia única. Finalmente, potenciar esa mágica noción de que el cine es mejor que la vida.