Función en LA68 (Mérida): sábado 25 de enero, 12pm.
Retrata el colapso de una comunidad, Aïn El Halazoun, una aldea de confesión cristiana no lejos de Beirut que fue abandonada en masa por sus habitantes al finalizar la prolongada guerra de 1975-1990. Al cabo de cinco años, solo uno de ellos, el tío del realizador, volvió allí para establecerse definitivamente. Las 45 familias restantes, dispersas por la geografía libanesa, regresan al lugar con alguna frecuencia, pero se marchan invariablemente al atardecer, atrapadas entre la nostalgia compulsiva y el temor al futuro. Los fantasmas de la guerra convirtieron a Aïn El Halazoun en el museo a cielo abierto de una reconciliación asumida como amnesia colectiva que ha dado al traste con la autoestima del país. Viviendo entre ruinas, el gesto a contracorriente del tío adquiere un claro sentido afirmativo, más allá de lo que a primera vista puede parecer capricho o excentricidad. Su rutina cotidiana se alimenta no solo de un presente en que la relación con los animales se desplaza de lo utilitario a lo afectivo, sino de la profunda comunión con un tiempo dolorosamente suspendido que dialoga silencioso desde la tumba de los padres, el rastro de una iglesia y el paisaje desolador de una colina fantasmal sembrada de casas deshabitadas. Figura carismática seguida por la cámara con delicadeza y devoción, hay algo de quijotesco en el talante fantasioso e ingenuo del tío, cuya simbólica vindicación de un país recuperable, operando desde el espacio negativo instaurado por la muerte, la violencia y el horror, representa apenas un primer paso, solitario pero admirable y esperanzador.
Fuente: Signis