Un niño se hace amigo de un globo aparentemente sensible, y éste comienza a seguirlo a su escuela, al autobús, y a la iglesia. El niño y el globo juegan juntos en las calles de París y tratan de escapar de un grupo de muchachos que quieren pinchar el globo. Ganador del Oscar al Mejor Guión Original en 1956, y un clásico de la cinematografía francesa, es una oda a la simplicidad y a la capacidad de sorpresa que muchas veces perdemos como adultos, pero que un niño sabe usar mejor que nadie. Es también un ejemplo claro de lo que se necesita para entretener a un niño, y no es algo con grandes efectos visuales, ni 3D, ni aparatos sofisticados, ni siquiera videojuegos de última generación. Los placeres de un niño son mucho más simples, y a medida que nosotros aprendamos a reconocer eso, la imaginación de esos niños será imparable, tal y como nos enseña esta obra maestra de Albert Lamorisse.