Hasta los huesos parte de la premisa de que una persona muere por etapas: primero, frente a la gente, y después, en la soledad del ataúd, muere su carne. La película narra la histeria de su hombre (Bichir) ante la idea de ser devorado por un gusano. Su miedo es justificado: a pesar de caricaturesco, el animal es voraz e intrusivo y la amenaza de sus dientes es brutal. Para convencer al pobre diablo de que morir y ser devorado no es tan grave, hay un cabaret subterráneo poblado de osamentas y cuyo acto estelar corre a cargo de la Catrina (León) cantando “La llorona”.
No es difícil ver cualquier cantidad de clichés, incluso desde la sinopsis. Aunque Hasta los huesos no se esfuerza en esquivarlos, sí añade elementos para darle la vuelta a su folclorismo coyoacanesco: por una parte, la película mezcla violencia y humor fina e indistintamente. Por otra –acaso el aspecto más valioso– hay histeria sexual, perversa. Para la memoria está el gag del gusano debajo de los pantalones, que da menos risa que horror.
Hasta los huesos cumple diez años de su filmación. Seguirá igual de vivo dentro de veinte, treinta años.