En 1952, la novela The Oldman and the Sea revitalizó la carrera de Ernest Hemingway, lo hizo ganar un premio Pulitzer, y de alguna manera contribuyó a que obtuviera el Premio Nobel de Literatura en 1954. Aquel relato de Santiago, el infatigable anciano pescador cubano, y el marlín, se ha prestado a algunas adaptaciones cinematográficas dignas, como la de 1958 protagonizada por Spencer Tracy o la versión de 1990 con el poderoso Anthony Quinn. En el 1999 llegó una nueva interpretación a la obra de Hemingway, el cortometraje animado The Old Man and the Sea del director ruso Aleksander Petrov.
El relato de Petrov se centra en los momentos más álgidos de la novela: cuando Santiago se encuentra en medio del mar dispuesto a cazar a ese pez al que imagina como un viejo rival. El animador hace una vívida descripción de la vida en el mar, con sus largos periodos de inactividad que se contraponen a los estallidos de furia por el esfuezo físico extremo al que se somete el viejo para cazar al marlín. Ambos estados permiten una narración pausada que deviene en una atmósfera cargada de melancolía y suspenso.
La película de Petrov ilustra todos esos estados de ánimo, por ejemplo, cuando el anciano revive sus glorias pasadas vemos imágenes de su niñez y juventud marinera en la costa de África o los dramáticos torneos de fuerza entre él y su “hermano” el marlín, o las secuencias cuando los tiburones devoran su premio. Los movimientos de los personajes y la naturaleza asemejan una pintura en movimiento –para cada cuadro, Petrov trabajó sobre un cristal esparciendo en este, con sus propios dedos, el óleo, como si cada fragmento fuera un gran lienzo–. Las imágenes color pastel nos transportan a un mundo donde podemos atestiguar la belleza de los animales, de la naturaleza y el hombre. Gracias a esta hermosa producción, en el año 2000, Alexander Petrov ganó el Premio Oscar al Mejor Cortometraje Animado. El corto también fue novedoso al ser la primera animación lanzada en el Formato IMAX.
VSM (@SofiaSanmarin)