24 de junio de 1930
París, Francia
Un pequeño tributo a Claude Chabrol
Por Agustín Gendron
Cineasta de estilo clásico, cuyas películas se mantuvieron siempre fieles a una muy particular concepción ideológica y estilística que podríamos definir como realismo cínico. Claude Chabrol (1930 – 2010) construyó una obra fílmica que funciona como un preciso termómetro moral de su época (o épocas, ya que su vasta carrera abarcó desde El bello Sergio (1958) hasta El inspector Bellamy (2009). Entre esas dos cintas y a lo largo de 70 más, Chabrol filmó como muy pocos, la historia, la cultura propia y los demonios que aparecen sobre los hombros de la burguesía francesa. Además, junto con algunos célebres colegas, renovó (inventó, dirían algunos) la crítica cinematográfica en la época legendaria del Cahiers du cinéma, y luego, con esos mismos copains, fundó un movimiento fílmico que marcó un parteaguas en la historia del cine.
Nada mal para un antiguo estudiante de farmacología, admirador de la obra de Fritz Lang y Alfred Hitchcock. Precisamente esos dos cineastas fueron sus principales influencias; del primero aprendió los secretos del manejo del espacio cinematográfico, la eficacia en la narración de una historia a base de imágenes y un cierto gusto por los personajes atrapados en algo más fuerte que su voluntad. Del “mago del suspenso” (cuya transformación de simple destajista artesanal a verdadero autor fue impulsada vigorosamente por el mismo Chabrol), tomó su agudo sentido irónico, la exploración de la siempre jugosa relación entre individuo y culpa y la inclusión del crimen como elemento central de muchas de sus tramas fílmicas.
Chabrol filmó dramas, comedias, melodramas, thrillers, parodias del cine de espías y épicas bélicas; como todo buen gastrónomo, no le hizo ascos a ningún platillo, realizando adaptaciones cinematográficas de obras de Patricia Highsmith, Ed McBain, Ruth Rendell, Ellery Queen, Henry Miller, Henri George Clouzot y Georges Simenon, entre otros. Alternativamente, gozó del favor y sufrió el desprecio de la crítica, continuó filmando hasta su deceso —acaecido en septiembre de 2010— y en sus últimos años poseía el estatus de leyenda viviente.
Aunque las formas de expresión fueron varias, las ideas principales que el cineasta deseaba expresar fueron consistentes. Si hubiese que resumir sus obsesiones en una sola frase, podríamos decir que lo que más motivaba a Chabrol era la constante interacción entre virtud y bajeza, expresada a través de personajes complejos que deben sortear los dilemas de un mundo en el que en muchas ocasiones se castiga el bien y el mal prospera.
Un filme típico de Chabrol presenta una intrincada serie de acontecimientos que, desde un muy peculiar distanciamiento irónico, dan detallada cuenta de las debilidades humanas hasta elaborar un mosaico en imágenes de los dobleces morales y el poder corrosivo de la culpa. Un personaje típicamente chabroliano es una persona comprometida con ciertas realidades que, sin ser manifestaciones definitivas del mal, definitivamente no lo son del bien. Generalmente, nos dice el director francés, vivimos atrapados en un ambiente social en el que las nociones de “bondad” y “maldad” son siempre relativas, nunca absolutas. Cuando el papa Benedicto XVI señala un día sí y otro también al relativismo moral como uno de los azotes de la humanidad contemporánea, siempre recuerdo las películas de Chabrol. En todo caso, son más entretenidas que un sermón.