22 de febrero de 1900
Calanda, Teruel, Aragón, España
Tres aproximaciones a Luis Buñuel
Por Agustín Gendron
Surrealista, iconoclasta, provocador… Cuando se habla de la obra de Luis Buñuel (Calanda, Aragón, 1900 - Ciudad de México, 1983) invariablemente surgen estos adjetivos, todos ellos sin duda verdaderos, pero existen muchos otros aspectos en torno a este cineasta que vale la pena traer a este foro. Detallo sólo tres, a manera de aperitivo.
El cine como hipnosis
Para Buñuel, quien practicó con entusiasmo durante su juventud el arte de adormecer a voluntad a las personas —con sorprendentes resultados, todos ellos consignados en sus memorias—, el cine ejerce un cierto poder hipnótico sobre el público, al grado que muchos de sus elementos, entre los que menciona la oscuridad de la sala, los movimientos de cámara y el cambio de planos, “debilitan el sentido crítico del espectador y ejercen sobre él una especie de fascinación y hasta de violación”.
Y, al igual que muchas escenas de los filmes de Buñuel, esta frase aparentemente inocente oculta una bomba que le explota a uno cuando menos lo espera. En todo caso, revela una clave del trabajo fílmico del maestro aragonés: a través del poder de ciertas imágenes, Buñuel busca transgredir las defensas psíquicas del observador. Sirviéndose de los múltiples recursos del lenguaje cinematográfico, el director / hipnotizador consigue sacudir la psique del desprevenido cinéfilo —quien muy probablemente ni siquiera lo note en un primer momento—, con la ventaja de que su acto puede ser repetido una y otra vez, salvando las barreras del espacio y el tiempo para alcanzar a los públicos más diversos. Muchos han comprobado que ver una película de Buñuel puede cambiar la vida: si la sacudida es monumental, la experiencia resulta inolvidable por lo liberadora.
El poder de las imágenes… Como pocos realizadores, Buñuel ha conseguido deslizar entre las circunvoluciones de nuestro cerebro algunas de las más memorables de la historia del cine: arañas, hormigas, navajas, ojos, manos, piernas, enanos, santos, ciegos, pordioseros… sin caer en el psicoanálisis de café ni el sensacionalismo. Lo buñuelesco es sinónimo de un interregno entre sueño y realidad, en el que ambos ámbitos se confunden e influencian mutuamente, surcado por ráfagas de humor irreverente, negro, morboso y donde lo irracional es el verdadero motor de las acciones humanas.
El cine como arma
Buñuel amaba las pistolas, los fusiles, los bastones-espada y el boxeo. Todos estos elementos aumentan su eficacia si quien los utiliza o practica lleva a cabo un ataque súbito, aprovechando un titubeo del adversario o un hueco en su defensa. En el cine de Luis Buñuel el ataque siempre es fulminante pero nunca carente de estrategia; responde a un orden riguroso que se encuentra incluso en sus producciones más comerciales, y a mecanismos análogos a los del sueño: la repetición, la asociación irracional, el viaje. Su obra fílmica concluye con una inesperada explosión: un último golpe de nocaut.
El cine como coctel
Buñuel amaba el martini seco, el coctel por excelencia, el más riguroso en su preparación, prueba suprema de cualquier cantinero versado en los grados superiores de la alquimia alcohólica. Para preparar un buen martini todo cuenta: la temperatura y solidez del hielo (que no forma parte del coctel en sí pero es elemento consustancial de la bebida), la calidad de la ginebra, la cantidad de vermut, las gotas de angostura, la correcta manipulación de la coctelera… Para Buñuel, si se va a preparar un buen martini, nada debe dejarse al azar. Creo que lo anterior aplica también para sus películas. Para degustar el misterio uno debe estar preparado.