Por Alberto Sándel (@albertosandel)
Desde que Toy Story llegó a las salas de cine en 1995, las animaciones realizadas por computadora alcanzaron la madurez suficiente para competir contra el formato tradicional. Entonces empezó un periodo en que toda cinta con el sello de Pixar conseguía por lo menos una nominación al Oscar. Así, poco a poco, la industria fue prefiriendo este formato, relativamente más económico y versátil, lo que también fomentó la creación de nuevas empresas dedicadas a su producción. Pero esta revolución narrativa no era inmune al mal que toda novedad experimenta, el desgaste paulatino que siempre desemboca en el estancamiento. La gran aventura Lego podría parecer un gran chiste, o una acaramelada comedia para niños pequeños, sin embargo, a pesar de estar estructurada con las fórmulas necesarias para hacer de ella una película comercial, posee una fuerza volátil y frenética, esto se traduce en un ímpetu que quizá no llegue a replantear las bases de una película de animación, pero sí aporta una frescura particular. Caótica.
El Señor Negocios (Will Ferrell) roba una antigua reliquia conocida como Pegamento. Su guardián, un anciano de nombre Vitruvius (Morgan Freeman), profetiza la llegada de un gran maestro constructor que encontrará la reliquia capaz de detener al Pegamento: la Pieza de Resistencia (la tapa del tubo donde está contenido). Ocho años después, Emmet (Chris Pratt), el más normal de los obreros, despierta en su departamento para comenzar su rutina. Su mundo se rige a través de una serie de reglas mostradas en un librillo de instrucciones. Todos en la ciudad ven el mismo y único sitcom en la televisión, Dónde están mis pantalones, y escuchan la misma canción de moda, “Everything is Awesome”. Pero dentro de toda está perfección cotidiana se enmascara una profunda soledad.
Una noche, Emmet se queda solo en la construcción donde trabaja, cuando se cruza con una misteriosa chica punk, que busca algo entre los escombros de la obra. Es cautivado por la desconocida, y al intentar acercarse a ella, cae en el interior de unos ductos subterráneos, donde se encuentra con la Pieza de Resistencia. Toca la pieza y experimenta una serie de alucinaciones, o visiones. Al término de éstas, despierta en una habitación de interrogatorio; ahí, el Policía Bueno-Malo (el rostro del personaje con voz de Liam Neeson puede girar y cambiar de personalidad a voluntad) lo acosa con preguntas sobre el grupo de maestros constructores. Sin duda, “el ser un don nadie era el mejor disfraz para el líder de semejante rebelión”, le espeta el policía, “un ciudadano correcto, que no sobresale y puede pasar desapercibido”. Mandan a Emmet a un cuarto para fundirlo, seguramente lo peor que puede ocurrirle a un muñeco de plástico. Y cuando el rayo láser se dispone a realizar su labor, la chica misteriosa de la construcción irrumpe en la sala para salvar a Emmet. Ella se presenta como Estilo Libre, mientras construye una motocicleta usando piezas sueltas de todo lo que hay a su alrededor.
De esta forma, la Pieza de Resistencia cumple la misma función que la píldora roja, en The Matrix (1999), cuando Neo está a punto de descubrir que todo lo que conoce como realidad –en el caso de Lego, irónicamente– es un constructo. El túnel, que conduce de un mundo Lego a otro, simboliza el primer umbral; ambos entornos a pesar de que constituyen épocas y espacios diferentes, nos permiten desentrañar, que en cada uno, se permea esa misma intención de perfección, de pulcritud, que existe en la ciudad de Emmet. Este continuo cruce de umbrales, motiva el descubrimiento constante de su identidad, con el conflicto de asumirse como el elegido, de encontrar aquello que lo vuelve único en su interior. El último umbral, que en todo camino del héroe siempre se debe traspasar solo, constituye en cada ocasión el momento de la apología, al héroe se le revela una verdad, la cual deberá portar en su camino de regreso al mismo lugar del que ha partido.
Quizá no sea la primera intención de la cinta, pero, en una especie de negra paradoja, teniendo en cuenta la poderosa marca que es Lego, los realizadores de este filme retratan al sistema capitalista (no es coincidencia que el Señor Negocios sea también el Presidente Negocios) como una forma de estado totalitario, no sólo en sus leyes y estructuras, sino más bien a través del pensamiento que permea a sus habitantes. La contraparte de esta fuerza de poder consiste en el grupo de los últimos maestros constructores, quienes poseen la habilidad de destruir y crear nuevas formas con todas las piezas a su alrededor. La creatividad es aquello por lo que se aboga como la vía para generar una identidad propia. Sólo las piezas de museo se mantienen inmóviles e inertes, sólo las piezas de museo pueden ser “perfectas” y esto es lo que desea el Señor Negocios: un mundo en el que no haya posibilidad de cambio y todo sea como está escrito que debe ser. La imaginación infantil, el caos, es la transformación constante, la fuerza vital que dota a los juguetes de vida, y por ello debe ser esterilizada, erradica de ser posible.
Spoiler alert
Después de obtener tantos logros en cuanto a contenido, el mensaje resulta condensado en una parábola bastante pueril. Pues el punto en el que choca la analogía de un mundo posmoderno, de cierta forma globalizado, en el que todo se rige por las mismas y únicas reglas, que confronta a la identidad y apuesta por la imaginación creativa, la trama regresa al mismo punto de querer igualar al individuo con la sociedad trastocada. “Todos somos o podemos ser el elegido”, apela Emmet frente al señor negocios, “todos somos especiales”. De esta forma, el mundo capitalizado no es el monstruo totalizador representado en los años de la Guerra Fría, en zapatos del enemigo soviético. El problema del Señor Negocios es que nadie le había dicho que era especial. En otras palabras, todo el conflicto implosiona en el clásico final feliz.
Fin del spoiler
En el aspecto técnico, la animación estuvo en manos, casi en su totalidad, de Animal Logic, empresa australiana que anteriormente se había hecho cargo de algunos especiales televisivos de Lego. La animación parece felizmente imperfecta e incluso puede engañar al ojo, porque combina el stop motion y las imágenes generadas por computadora. Esta mezcla provoca una gran calidad en el detalle, pues cada aspecto de este mundo está completamente construido con bloques; por algo, la película estuvo en producción desde 2011. La estética sencilla y colorida fue supervisada por el veterano colaborador de Robot Chicken, Chris McKay. El guión fue escrito por los creadores de Lluvia de hamburguesas, Phil Lord y Cristopher Miller, quienes también dirigen la cinta. Y finalmente todo se pone en marcha gracias a la edición de Mckay junto con David Burrows, quienes supieron el momento oportuno para cortar las escenas y que los chistes no resultaran agobiantes.
La gran aventura Lego reasume una forma estructural de abordar el caos. Su multireferencialidad ejercita una gran gama de gags, que no se limita a un solo plano (por ejemplo, si es una película con temática medieval, todo los chistes son medievales), así historia, cine, personajes del cómic, personas cotidianas, todos confluyen en este mundo –gracias a la gran cantidad de derechos comerciales que a lo largo de los años ha adquirido la compañía danesa. Esta comedia creó su propio universo, en el que Miguel Ángel, el maestro renacentista, puede estar sentado junto a su tocayo, la tortuga ninja, sin que nos cause sorpresa o disgusto; donde Superman existe fuera de su historieta, banalizado, lejos de los conflictos del héroe, para ser simplemente acosado por un bobalicón Linterna Verde, quien lo persigue como un típico fan from hell; Batman, un superhéroe dark (sólo utiliza piezas negras o grises muy, muy oscuras) y narcisista (explotando aquello de que a todos sus aditamentos siempre les coloca el prefijo bati- y la forma de un murciélago), y Abrahm Lincoln se quita la solemnidad del encumbrado presidente norteamericano, para volar en una silla propulsada por cohetes. Estos personajes de Lego, como Buzz Lightyear en Toy Story, asumen su carácter de la ficción a la que pertenecen y, sin complejizarse, lo amoldan a su nuevo entorno. No son tintes surrealistas, todo lo que intenta Lego Movie es crear una historia de juguetes, cuya materia prima sea la versatilidad de un juego de niños, el caos a disposición de contar una historia divertida.