21 de julio de 1971
Londres, Reino Unido
Charlotte Gainsbourg
Por Sofía Ochoa
Si este texto estuviera escrito en francés, probablemente ustedes, lectores, recordarían con la misma precisión con la que recuerdan dónde estaban el 11 de septiembre de 2001, qué hacían el 2 de marzo de 1991, día en que murió el padre de Charlotte, el músico, compositor, actor y director francés, Serge Gainsbourg.
Quizá parezca de mal gusto y un tanto sugestivo en términos de complejos que aluden a mitos griegos empezar a hablar de una actriz y cantante con suficientes méritos profesionales propios, a través de su padre. Pero es natural que la sombra de ese feo pero seductor poeta que se extiende sobre un país entero, Francia, y, con un poco de reserva, sobre la cultura pop occidental, sea parte crucial en la carrera de su hija. Está, por ejemplo, ese episodio que desató sospechas pederastas y pedofílicas sobre su relación cuando la puberta Charlotte, sólo un año mayor que Lolita, el personaje de Nabokov, apareció en el video de “Lemon Incest” vistiendo la camisa que su padre no trae puesta, cantando en la cama con él. Ese año Charlotte estudiaba en un internado, así es que no llegó a sus oídos la reverberación de esos rumores.
O al menos eso dice. Sus padres, a pesar de la vida de rockstars que tenían (su madre es la cantante, modelo y actriz británica, Jane Birkin), y que de vez en cuando la llevaban en cesto a los antros, intentaban que sus intempestivas vidas tuvieran las menos repercusiones posibles en ella y sus hermanos. Cuando ella era niña, en los setenta, esta era su rutina: sus padres despertaban a las tres de la tarde, recogían a los niños de la escuela para darles de cenar, la au pair los bañaba y antes de salirse a las calles de la ciudad, sus padres les daban el beso de buenas noches.
La explosión creativa y la pasión que existía entre ellos quedaba incómodamente empaquetada en una rígida disciplina que Serge enfatizaba con su personalidad estricta. Por ejemplo, a ella y a su media hermana Kate no se les permitía jugar en la sala principal ni tocar nada. Cuando desacataban esta orden, su padre rápidamente se daba cuenta y las reprimía.
Al igual que su madre, Charlotte se formó como actriz y cantante con pura práctica. Cuando empezó a actuar, a los 14 años, lo hacía durante los veranos para no perder clases. Nunca estudió formalmente actuación. Tampoco canto, y su tímida voz de susurro está lejos de ser una auténtica voz de cantante. Pero eso no ha impedido que se convierta en una de las mejores actrices de su generación, ni que haya grabado, hasta ahora, dos discos, uno con ayuda del dúo Air, el otro con la de Beck.
Las dos caras con las que enfrenta la vida, la de la timidez y la que sin ningún pudor da lo mejor de sí ante la cámara; la de su madre inglesa, con la que mira hacia América, y la de su padre, con la que mira al pasado de un linaje eslavo que sobrepasó la guerra sin sacrificar su fe en el arte y la belleza; la de la falta de estudios en su área de trabajo y la de la convicción y el talento; la de la mujer de aspecto común, de jeans y playera, y la de mujer de mundo con un estilo más auténticamente glamouroso que los bronceados perfectos y las cirugías plásticas, han hecho que Charlotte Gainsbourg supere, o al menos sobrelleve, las tragedias de su vida dando pasos a su favor.
En 2007, se cayó esquiando aparentemente sin mayores consecuencias. A los seis meses, después de sufrir un dolor crónico de cabeza, fue al doctor quien le informó que tenía suerte de estar viva. Había sufrido un derrame cerebral. El accidente la hizo tener conciencia de la realidad de su muerte. Le tomó mucho tiempo recuperar la confianza en la vida. Se sometía constantemente a resonancias magnéticas para reafirmarse. Su terapia fue la música y la actuación.
En 2008, se reunió en Los Angeles con Beck para planear su disco IRM (las siglas de ‘imagen por resonancia magnética’ en inglés). Para inspirarse llevó, además de poesía de Apollinaire y la novela Through the Looking Glass de Paul Auster, la grabación de una resonancia, para ella, ‘el sonido del delirio’.
Por más raro que parezca, filmar Anticristo (2009), bajo la implacable batuta de Lars Von Trier, también le hizo bien. Von Trier tiene fama de torturar a sus actrices. Pocas regresan a su set. El papel de Charlotte es especialmente difícil. Interpreta a una mujer histérica por la muerte de su hijo y por la presión que su esposo, psicólogo, pone en ella para ‘ayudarla’ a través de una poco convencional terapia. La película se desarrolla entre mocos, lágrimas, semen, fluidos vaginales, sangre, golpes y gritos. Mientras se filmó, Von Trier también atravesaba por una crisis. Eso le permitió relativizar la suya y abandonar sus preocupaciones sumergiéndose en la mente de alguien más. El papel le dio el Premio a Mejor Actriz en Cannes en 2009.
Este mayo regresará a la Riviera Francesa con Von Trier a presentar Melancholia, un filme de ciencia ficción en el que probablemente tiene un papel menos exigente. Su hermana es interpretada por Kirsten Dunst.