Por Rodrigo González M (@cinevolante)
El cineasta
Documentar la música podría parecer una tarea sencilla, pero no lo es. Si hay conocimiento del tema, se tiene acceso a la banda o músico y el espíritu de rockstar lo suficientemente curtido, no debería haber ningún problema. Pero la verdad es otra porque para cualquier director, aproximarse a un sujeto de investigación como, en este caso, una banda de rock del tamaño de Pearl Jam, se convierte sutilmente en una trampa sin salida. Retratar a una banda que viste nacer, crecer, que forma parte de tu trabajo y de tu propia evolución como cineasta implica el riesgo de perder, en algún tramo, la objetividad.
Cameron Crowe tiene un lado intrínsecamente ligado a la música. Y ese vínculo tiene su origen en su muy temprana inclinación a la escritura. A los 13 años ya hacía contribuciones para un periódico local en San Diego, y a los 16, época en la que se estaba graduando de la Universidad de San Diego, ya enviaba artículos para Creem y Circus. Dos años después ya escribía para la Rolling Stone.
Cuando Rolling Stone muda sus oficinas a Nueva York, Cameron decide quedarse en San Diego y volcar sus esfuerzos en una novela: Fast Times at Ridgemont High: A True Story (1981), y antes de que incluso fuera publicada, los derechos para filmar la película ya se habían vendido. Los estudios Universal no tuvieron grandes expectativas en un filme independiente que terminó por ser de culto. Y, para sorpresa de todos, una espantosa campaña publicitaria dio pie a que de esta película emergieran actores que a la postre serían reconocidos, como Jennifer Jason Leigh, Phoebe Cates, Nicolas Coppola (mejor conocido como Nicolas Cage), Sean Penn y Forest Whitaker.
En ese momento, un joven Crowe empezaba a llamar la atención de los grandes estudios. Una de sus primeras colaboraciones importantes la haría de la mano de James L. Brooks (el famoso escritor y productor de Los Simpson), quien se convirtió en productor ejecutivo de su primera película como director, Say Anything, de 1989.
Para su siguiente proyecto (y aquí viene el encontronazo con Pearl Jam), Cameron Crowe escribió y dirigió Singles, en 1992. Crowe filmó en Seattle y firmó a Pearl Jam para que actúen como la banda del personaje de Matt Dillon, Citizen Dick.
Esta película que sería lanzada un año después de Ten, álbum debut de Pearl Jam, se posiciona como uno de los íconos visuales y temáticos de los años noventa, y por supuesto que le da a la banda un escaparate que quizá nunca pensaron que tendrían.
Otra colaboración importante con Pearl Jam viene en el año 2000, en la película Almost Famous. De un tono profundamente autobiográfico, junto con su esposa Nancy Wilson (exguitarrista de Heart) escribe todas las canciones de Stillwater, la banda ficticia de la película, y todas las guitarras son grabadas por Mike McCready, guitarrista de Pearl Jam.
El documental
La idea se originó una tarde en casa de Mike McCready, cuando aparecieron unos viejos casetes con las grabaciones que Eddie Vedder les enviara en 1990, tras responder al anuncio de que la banda buscaba un nuevo vocalista. Ese reencuentro los llevó a revisar material de la banda original de Jeff Ammet y Stone Gossard, Mother Love Bone, y que la muerte de su vocalista original Andy Wood desintegrara. Con el aniversario de la banda acercándose, había una historia que documentar y el mejor hombre para el trabajo era, sin duda, Cameron Crowe. Cameron tomó el reto y dividió el documental en tres partes.
La primera de ellas es un repaso emotivo y fiel de la escena musical de Seattle al inicio de la década de los noventa. Con imágenes tomadas por la banda misma, conciertos y gigs de otras bandas, pequeños testimoniales a cámara de muchachos que jugaban a ser rockstars pero que no los dejan entrar a ciertos lugares de la ciudad, le dan un tono casi familiar a esta primera parte. Como ellos mismos comentan: “no se sentía rivalidad entre las bandas, no había pleitos ni resentimientos de ningún tipo, en el fondo todos sabíamos que estábamos contribuyendo a algo que era mayor que cada uno de nuestros esfuerzos musicales”.
A la muerte de Andy Wood por una sobredosis, Jeff Amment y Stone Gossard, fundadores de la banda, decidieron bajar un poco la guardia. Sin embargo, Jack Irons, primer baterista de Red Hot Chilli Peppers le haría llegar a su amigo Eddie Vedder, en San Diego, una grabación de una banda de Seattle que buscaba un vocalista. Eddie grabó tres tracks para ellos en una especie de miniópera que tituló Momma-Son. Esas canciones después se convertirían en los sencillos "Alive", "Once" y "Footsteps" de su primer álbum, Ten.
En esta misma parte del documental somos testigos de inicio vertiginoso de Pearl Jam, que pasó de ser un grupo que tocaba en pequeños clubs a uno que antes de acabarse los primeros sencillos de su primer disco ya había llenado estadios de más de 30 mil personas a lo largo de California y Washington. Este boom mediático sería no solamente una firma para la banda, sino, como nos cuentan, para toda la escena musical de Seattle, que en 1992 se inauguraba con el nombre grunge. Nadie supo jamás bien a bien, si el grunge fue un estilo musical, una manera de vestir, una actitud o una subcorriente más del mainstream acaparado por MTV. Lo que sí es cierto es la mayoría de las bandas que dieron origen a este movimiento jamás se llamaron a sí mismas de esa manera.
Ya consolidada Pearl Jam como una de las referencias musicales de este renacimiento musical del rock, lo que vendría sería, como lo describe Chris Cornell, "una tormenta eléctrica".
Segunda parte, los primeros 10 años
Cameron Crowe tiene el ojo lo suficientemente educado y su origen como reportero le da las herramientas precisas para poder llevarnos por los caminos menos obvios. Cuando agota los éxitos, los conciertos y los premios, deja que la banda nos cuente sobre la composición de nuevo material, los sentimientos encontrados con canciones ya grabadas, o las muchas veces que Eddie puso en peligro su vida colgándose de las estructuras de los escenarios. Este puñado de sucesos nos pone en un contexto donde es posible tomar una lectura de una época en la que el imperialismo estadunidense era más liberal y aparentemente inofensivo, y se sentía un boom en la economía, la cultura, la innovación y, al mismo tiempo, el sentido de desasosiego y falta de oportunidades comenzaba a dejar marcada para siempre a toda una generación. La mezcla de la amenaza de los babyboomers colapsando la economía al momento de jubilarse, el terrible fracaso de las dot coms, y al mismo tiempo el superávit macroeconómico alcanzado en esa década hicieron de esta nación un caldo fértil para que la música tuviera temas y razones innumerables para renovarse.
De la mano de los méritos artísticos de Pearl Jam, Crowe elabora un retrato generacional de la misma forma en que lo hace en Almost Famous, pero en este caso con un sentido más estricto del testimonio y de la imparcialidad. Logra por momentos separarse de la silla de director y su visión misma de la música se convierte en un canal para que la banda hable libremente de aspectos muy personales como sus propios sentimientos respecto a la paternidad ausente y disfrazada que vivió Vedder, el poco respeto al concepto de fama de toda la banda o la postura radical en defensa de la música y a favor de los fans. Ellos enfrentaron desde su trinchera a los especuladores y "mercachifles" (como ellos los llaman) de la industria musical.
En momentos, esta parte del documental resulta muy delgada, quebradiza casi, pero no poco comprometida con su tónica general. Así, es también la más trepidante y la más reveladora, pues nos muestra el lado de Pearl Jam más allá de la música, nos enseña la inserción de sus miembros en la iconografía cultural y, de paso, y nos deja con un buen sabor de boca de lo que se nos permite ver en el aspecto personal de cada uno de ellos.
La tercera parte, los siguientes 10 años
En esta tercera parte, las cosas cambian ligeramente; hay un choque entre concepto y motivo. Por un lado, seguimos siendo testigos de la evolución de la banda como tal, de su crecimiento musical y de la manera en que sus álbumes van convirtiéndose en el soundtrack de muchas personas, principalmente de la generación de los noventa. Pero al igual que esa generación se aleja de sus 20 y sube (o subimos) al tercer piso, la misma banda empieza a bifurcar su postura musical con un marcado activismo político, a veces en contra de los republicanos, otras en contra de Ticketmaster, tratando siempre de mantener cierta postura y cierta coherencia. Crowe pierde un poco el ritmo y nos deja sin brújula porque nos quita los peldaños para seguir escalando en su propia narrativa: nos receta una sucesión de eventos que parecen puestos al azar y nos lanza a una pista de hielo sin patines. El que se pueda relajar se divierte, el que no, va a caer y le va a doler.
Aborda cómo el impacto y la influencia musical de Pearl Jam en la escena mundial se ven materializados en las colaboraciones con personajes como Neil Young en el álbum Merkingball, o compartiendo el escenario con The Rolling Stones, Pete Townshed, U2, Robert Plant, Cat Power, Mike Watt, Jack Irons y una larga lista de músicos y bandas; y por supuesto en colaboraciones más elaboradas, como la que Eddie Vedder realiza para el soundtrack de la película Into The Wild (Sean Penn, 2007).
El fundamento del documental se centra en dos aspectos básicos de la banda: el primero es que desde su formación se han mantenido unidos y en activo, un logro mayor si tomamos en cuenta que casi todas las bandas de esa generación desparecieron. El segundo es que dentro de la idea musical de Pearl Jam se conserva intacta la esencia del rock. La gran maquinaria de la industria musical a nivel mundial deriva en en esta década en un monstruo hambriento capaz de ultrajar a la industria misma; esa avaricia de un monstruo que es capaz de deglutir y corromper la forma más pura de rebeldía, encuentra en la historia de esta banda un hueso muy duro de roer. El hecho de que esta sea una banda que se volvió figura indiscutible del mainstream pero que sobrevivió a ser engullida por el monstruo mismo, le da definitivamente un sitio en la historia.
Este trabajo de Crowe lleva en su manufactura eso mismo de lo que se constituye el rock: el sabor de lo hecho a mano de principio a fin, lo hecho con garra y con un objetivo. Y por eso se gana a pulso un lugar dentro de clásicos del documental del rock como Gimme Shelter (Albert y David Maysles, 1970), retrato de unos Estados Unidos en los sesenta, partido por dos épocas y con los Rolling Stones como músca de fondo; o como End of the Century (Jim Fields y Michael Gramaglia, 2003) sobre The Ramones, o el poderoso documental I'm Trying to Break your Heart (Sam Jones, 2002) que narra la excesivamente problemática grabación y el lanzamiento del disco Yankee Hotel Foxtrot de Wilco.
Sin llegar a la pureza narrativa y con más artificios visuales que Don't Look Back (D.A. Pennebaker, 1967), en donde un jovensísimo Dylan otorga bizarras conferencias de prensa y tiene encuentros furtivos que se convierten en jam sessions con músicos que previamente critica, este documental sobre Perl Jam sí puede ser un documento definitivo de una época donde juegan en un mismo terreno el MTV que ponía solamente videos y el MTV que produce series más espantosas que las de Televisa. Están ahí las bandas que fueron reinas de los escenarios del grunge y sus sombras que ahora divagan en reencuentros, reuniones, recopilaciones y separaciones; juegan los medios como Rolling Stone, Time Magazine o el programa de Oprah que le dedicó un especial de dos horas al grunge. Juegan por supuesto Ament, Gossard, Cameron, McCready y Vedder, que de una forma poco ortodoxa lograron encontrar su lugar en la historia de la música. Juega Cameron Crowe, que afina su ojo y nos deja ver cómo aquí también cura algunos de sus fantasmas, tal como cuando en Almost Famouslogra exorcizar la mala relación con su madre a partir de la creación de un personaje, acá cura a su músico que no fue. Pero, sobre todo, hay un lugar para el espectador que, finalmente (y sin caer en fanatismos) tiene a la mano un documento que retrata sin miedo, con la artillería bien afinada y, claro, con sus baches, la vida y muerte de una página de la historia mundial del rock, y, por supuesto rescata lo mejor de esa página: la música.