Nada que hacer
Por José Antonio Quiñones
Lo que provoca el presenciar Tarnation (2004) es simple y sencillamente el infierno. Ni cintas de tan sórdidos realizadores como Harmony Korine (Gummo, 1997), Todd Solondz (Happiness, 1998) o Gaspar Noé (Irreversible, 2002) logran desesperanzar tanto al espectador como lo hace Jonathan Caouette, víctima del mundo, autor y protagonista de este documental.
Por supuesto la diferencia es clara, los tres primeros hacen ficción y aunque sus personajes y situaciones sean por demás bizarros –en el caso de Korine probablemente tanto como lo fue su vida cuando niño y adolescente –, estos siempre apuntan la cámara hacia delante, plasmando sus demonios más obscuros a través de otros –los actores, claro. En el caso de Caoutte es al revés, apunta hacia sí mismo, dinámica que comenzó cuando tenía once años de edad.
Según el Free Dictionary, la palabra tarnation significa “el acto de condenar o estar condenado”. El protagonista pasó los primeros años de su vida en manos de otras familias como adoptado, arrimado y víctima de las más perversas condiciones a las que un niño puede estar expuesto. Mientras esto sucedía, su madre deambulaba de hospital en hospital, cada vez menos cuerda y más inestable. Ella era una estrella de televisión infantil que un día cayó de una azotea y se lesionó las piernas; en lugar de recibir una terapia que estimulara dichas extremidades, sus padres –a consejo de un vecino– decidieron que la mejor opción era que su hija fuera sometida a un tratamiento de electrochoque. El argumento era que la lesión que le impedía caminar no era física sino psicológica.
Fue así que, con una cámara prestada, Jonathan Caouette comienza, más que a grabar, a conservar en video las vivencias con sus abuelos, quienes al poco tiempo pidieron su custodia; a su madre, quien de vez en cuando regresaba a casa antes de sufrir otra recaída, o a él mismo representándose frente al lente como una mujer maltratada por un esposo alcohólico.
Pasaron los años y Jonathan, establecido en Nueva York y con aires de actor, acude al casting de la película Shortbus (2006) de John Cameron Mitchel quien, por cierto, además de hacerle las pruebas, tuvo la fortuna de observar los primeros esbozos de este documental. Un material digno de mostrar y que hasta ese momento Jonathan no había pensando en explotar. Mitchell se encargó de que Caouette le entrara de lleno a la realización de lo que hoy conocemos como Tarnation.
Fue así como Jonathan Caouette, que ya desde pequeño se había convertido inconscientemente en una especie de documentalista, ahora tenía en sus manos la responsabilidad de darle forma a un producto visual que, tratase de lo que se tratase, debía de ser entretenido. La única diferencia es que el tema a desarrollar no era otra cosa que su propia vida y la de los suyos.
Es entonces donde comienza el debate, y es que, aunque el producto final es realmente desgarrador –y por consecuencia exitoso para cualquier festival ávido de mostrar historias originales –, surge un cuestionamiento ¿cuál fue la finalidad de Caouette al exhibir a su familia?. Entre que para él fue un ejercicio de expiación de todas sus penas y que ahora ya cuenta con una prometedora carrera como realizador, la respuesta continúa en el aire.
A casi siete años de su estreno, Tarnation es famosa por varias cosas; su costo de producción no superó los trescientos dólares, fue editada en iMovie y su creador, Jonathan Caouette, fue apadrinado por Gus Van Sant y John Cameron Mitchell. Una cinta que más que un documental entrañable y casi único, es un respiro de existencia para el autor, y eso, después de verlo, lo entendemos todos.