Por Alo Valenzuela (@AloValenzuela)
El género documental, por su carácter revelador de realidades, es utilizado muchas veces como un arma, como un dedo que señala a aquellos que abusaron del poder que su posición les otorgaba. En Último capítulo. Adiós Nicaragua (2011) el director Peter Torbiörnsson, que ya ha realizado más de 20 documentales acerca de Latinoamérica, África, Bosnia y Suecia (su tierra natal), decide que es momento de apuntar ese dedo hacia sí mismo, dispara el arma colocándose en el camino para redimir su sentimiento de culpa mediante el exhibicionismo. Eso sí, dejando claro que él fue un títere y que los verdaderos destinatarios del ataque son sus titiriteros.
El 30 de mayo de 1984, durante una conferencia de prensa en La Penca, explotó una bomba que terminó con la vida de siete personas y cambió para siempre la de veintidós sobrevivientes que resultaron heridos. El Frente Sandinista de Liberación Nacional llevaba ya varios años intentando derrocar al dictador Anastasio Somoza que seguía en pie apoyado por la CIA. En la selva se escondía un exrevolucionario que se había mostrado inconforme con los métodos y distanciado para formar su propio movimiento ganándose en seguida como enemigos a los dos bandos que ya se disputaban el poder. Con él era la conferencia de prensa y contra él, que sigue vivo, iba el atentado.
Peter Torbiönson había trabajado como periodista siguiendo de cerca la revolución cubana (vemos imágenes en las que se da la mano con Fidel Castro) y después la nicaragüense. Como muchos de los periodistas que estaban en la conferencia Peter creía ver que un sueño tomaba forma en Latinoamérica y simpatizaba con esa promesa de igualdad y justicia. Por eso accedió a llevar a un supuesto periodista Danés a la conferencia de prensa, a sabiendas de que no era ni danés ni periodista, pues los sandinistas se lo pedían. Era un espía, o al menos eso pensaba Peter del argentino al que ayudó a infiltrarse y que llevaba consigo la bomba que le arruinó la vida.
Si bien la filmación muestra un poco de los viajes que hace Peter y la puertas que toca en busca de respuestas, lo que más vemos en la pantalla son conversaciones. Muchas veces aparece el director completamente solo, en su habitación o en cualquier lugar, contándonos sus frustraciones y tratando de explicarse a sí mismo lo que está pasando, dándose ánimos para seguir adelante. Otras veces lo vemos con sus amigos o con la gente relacionada que logró encontrar y convencer de hablar, pidiéndoles perdón, buscando consuelo en sus explicaciones solidarias o, en el caso de los culpables, demandándoles que digan la verdad.
El documental es una confesión y una denuncia. Nos muestra la opulencia con la que viven los autores intelectuales del atentado que ahora gobiernan Nicaragua sin dejar de hablar de los ideales de igualdad de su héroe nacional Augusto Sandino. Nos muestra una Nicaragüa con preciosos paisajes que sin embargo parecen reflejar su tristeza, llenos de gente que sufre pero no deja de soñar y aspirar a algo mejor a pesar de los otros, los que en sus cinismo le dejaron a Peter todo el peso de la vergüenza. No hay crítica ideológica ni política sino necesidad de limpiar la sangre que le dejó una vida llena de remordimiento. El director es siempre el foco, se desnuda porque lleva mucho tiempo yendo por la vida como un muerto y no le dan miedo las consecuencias de utilizar el arma que mejor conoce contra quienes sabe (y los entrevistados se lo recuerdan a cada rato) capaces de cualquier cosa. El título es bastante elocuente, Peter quiere cerrar una relación agobiante y despedirse sin la carga de ese secreto.