Por Richard Parkin
Traducción: Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
Del 10 al 21 de octubre, 2012. Londres.
La nueva era
Ha comenzado una nueva era. La edición número 56 del Festival de Cine de Londres del BFI (British Film Institute), en asociación con American Express, fue la primera que estuvo bajo la administración de Clare Stewart –antigua directora del Festival de Cine de Sydney–, y puede considerarlo un éxito.
El cambio más radical de Stewart fue el de acortar la duración del festival de 16 días al estándar manejado por la industria de 12 días, todo esto sin reducir de manera significativa el número de filmes presentados. Esto tuvo como resultado una experiencia más intensa y agotadora (al menos para los reporteros que van de visita), y aun así, al tener más cines participantes a lo largo de Londres (junto con algunas transmisiones simultáneas en otras sedes del Reino Unido), las asistencias alcanzaron un nuevo nivel de más del 12 por ciento en comparación con el año pasado.
En el 2009 se introdujo en el festival el Premio a Mejor Película, el cual reemplazó a los tradicionales premios Sutherland y Grierson (para mejor ópera prima y mejor documental, respectivamente). El programa renovado de Stewart parte de estos cimientos, reemplazando el programa Films On The Square con categorías específicas de la competencia. También han quedado atrás las categorías geográficas como French Revolutions y Cinema Europa, que han sido reemplazadas por una división de temas:Love (amor), Dare (desafío), Thrill (emoción), Sonic (sónico), Debate(debate), Journey (viaje) y Cult (de culto). En teoría, esto hace más accesible el programa –de esta manera, se puede saber lo que uno va a ver–, pero algunas de las selecciones pueden ser desconcertantes: Beyond the Hills fue la presentación inaugural en la sección Journey, pero en la película no vimos ningún viaje.
La proyección inaugural y la de clausura fueron decepcionantes. El filme de Disney dirigido por Tim Burton, Frankenweenie 3D, sin duda fue una elección populista; una película buena pero poco memorable. Sin embargo, el hecho de que la cinta ya se estuviera proyectando en el continente americano le restó importancia al evento. La película de clausura, la adaptación de Mike Newell de la novela de Charles Dickens, Grandes Esperanzas, fue exactamente lo que uno esperaría: tomas atractivas, diseño elegante, y con buenas actuaciones (Ralph Fiennes, Helena Bonham Carter y Robbie Coltrane). En medio de esta admirable labor, se les olvidó una sola cosa: el cine. La película transcurre como una versión teatral adaptada a la televisión en tres episodios.
Grandes esperanzas hubiera sido una mejor opción de apertura, por lo menos por el título. Esto habría dado al festival la oportunidad de terminar de buena manera con uno de los cuatro o cinco filmes aclamados que estaban luchando por un lugar en la programación. Entre éstos podemos mencionar To The Wonder, de Terrence Malick; The Master, de P.T. Anderson; Cloud Atlas, de Tom Tykwer; Life of Pi, de Ang Lee; o The Silver Linings Playbook, de David O. Russell. En lugar de eso, al dejar fuera del festival a estas películas, la especulación de este año en torno a la proyección sorpresa generó una mayor expectativa que las galas.
A pesar de la ausencia de Malick, de P.T. Anderson, o de la ganadora del León de Oro, Pietà, de Kim Ki-Duk, hay que mencionar que el programa del festival tuvo una calidad en profundidad y alcance. Como veremos a continuación…
Premios relucientes
Jacques Audiard ganó en el pasado el premio inaugural de Mejor Película con la sobrecogedora épica de prisión A Prophet. Este año recogió el premio por segunda vez por Rust and Bone, una historia de amor cruda y poco convencional protagonizada por Marion Cotillard y Matthias Schoennarts. El presidente del jurado, Sir David Hare, alabó la virtuosidad de Audiard y su habilidad para integrar todos los elementos del filme (música, montaje, guión, fotografía, sonido, diseño de producción y actuación) con un solo propósito. Estoy de acuerdo con él. Los personajes vibran con un complejo magnetismo. A nivel narrativo, se estrella con un muro, pero la simple fuerza del trabajo cinematográfico la convierte en una película tremendamente gratificante.
Rust and Bone fue una merecida ganadora, pero creo que si The Hunt de Thomas Vinterberg hubiera sido incluida entre las películas competidoras, se habría llevado el premio. Esto a juzgar por las respuestas, directas o indirectas, a la pregunta ¿qué es lo mejor que has visto? Rust and Bone rara vez era mencionada en estas conversaciones, mientras que The Hunt era la primera en boca de la prensa y delegados de la industria. ¿La razón? Porque se trata de un material emotivo manejado con maestría. Mads Mikkelsen nos muestra al mejor personaje de su carrera con un profesor solitario pero popular, quien se encuentra reconstruyendo su vida en su ciudad natal hasta que un niño le hace una acusación sin fundamentos. El guión impecable de Vinterberg y Thomas Lindholm le va cerrando cuidadosamente las puertas al acusado, y se crea una tensión que no parte del dilema de si en verdad lo hizo, sino de qué tan graves serán las represalias.
Sir David Hare, el presidente del jurado, también alabó Después de Lucía, una película mexicana que provoca en el público una sensación de indignación similar. Aquí el método del director y guionista mexicano Michel Franco envuelve a la audiencia. Nuestra incapacidad para interrumpir el ciclo creciente de abuso, junto con la pasividad de la víctima Alejandra –una joven estudiante que se encuentra lidiando con la culpa de la muerte de su madre– convierten a la cinta en un espectáculo casi imposible de presenciar. Las escenas se desarrollan desde un solo ángulo, con tomas largas y despojadas de cualquier afán voyeurista.
Luego de haber triunfado en Sundance y en Cannes, así como en Deauville, Seattle y Los Ángeles, Beasts of the Southern Wild de Benh Zeitlin era la principal candidata para ganar el Premio Sutherland para Mejor Ópera Prima. Una asombrosa, original y casi primigenia historia acerca del apego de una niña hacia su padre y una extraña ciénaga llamada “Bathtub” (tina) que yace bajo los diques cercanos a Nueva Orleans. Basada en la obra de teatro de Lucy Alibar –que sospecho que ha de haber sido valerosamente imaginativa–, la película es tan fresca y condimentada como un gumbo de langostino. Pero al igual que las aguas diluviales, su reputación seguro se esfumará.
Clare Stewart es tan fanática de la ópera prima de Rama Burshstein, Fill the Void, que la ubicó en la categoría de Mejor Película. Su decisión es justificada, pues se trata de un debut excepcionalmente logrado, y posiblemente uno de los filmes más románticos que se han hecho sobre el matrimonio arreglado (pero, por otro lado, consensual). Ambientado por completo dentro de una comunidad ortodoxa del grupo jasídico de Tel Aviv, y restringida en su mayoría a los interiores, la película hace un énfasis en el rostro de Shira (Hadas Yaron) mientras lucha por descubrir sus verdaderos deseos en medio la angustia y la presión emocional. El título parece inclinarse por procedimientos demasiado pesados, pero el entendimiento de Burshstein de las fallas de las personas hace más de una referencia a Jane Austen.
“¿Qué es lo mejor que has visto?”
La mayoría respondió esta pregunta con dos palabras: The Hunt. No podría objetar esto, pero más que cualquier otra película, yo mencionaba In the Fog, del director ucraniano Sergei Loznitsa. El documentarista veterano dio el paso a la ficción hace dos años con My Joy, un sorprendente viaje nihilista hacia el corazón negro de Rusia. Su siguiente proyecto, una adaptación de la novela de Vasili Bykov sobre la Segunda Guerra Mundial, examina la imposibilidad de permanecer neutral durante la ocupación alemana de Bielorrusia. Tres obreros de ferrocarril son ejectuados por sabotaje, mientras que el cuarto –Sushenya (Vladimir Svirsky)– es liberado, por lo que el grupo de la resistencia asume que él aceptó colaborar con sus enemigos. Entonces se preparan para imponer su propia justicia, y aunque Sushenya clama ser inocente, se da cuenta rápidamente de que su destino está sellado. Intensa, sosegada y fatalista, se trata de una pieza maestra con un movimiento de cámara lúcido. Loznitsa está consciente de lo que quiere decir, y utiliza únicamente 72 tomas (en aproximadamente 2 horas) para decirlo. Es la escencia del cine.
El cineasta rumano Oleg Mutu estuvo detrás de la cámara en In the Fog, así como en Beyond the Hills, de Cristian Mungiu, un fascinante testimonio de los eventos que culminaron en un trágico “exorcismo” en un pequeño monasterio de Rumania. El estilo de Mungiu es más naturalista; su escenografía es cinética y posee la textura vital de la vida misma, accidental y detallada. Lo mismo aplica para el guión de varias capas que condena a sus personajes al mismo tiempo que nos provoca simpatía por ellos, ya que se encuentran inmersos en un mundo moderno que no pueden comprender del todo, y el cual solo les hace el favor de poner un alto a toda la mierda solo por un momento. La Palma de Oro que Mungiu ganó en el 2007 no fue una casualidad
Una historia consciente de sí misma
Dos películas de la competencia se proyectaron de manera explícita, conscientes de sí mismas a través del arte de la narrativa. Ambas son brillantes –o, por lo menos, brillantemente astutas– aunque son muy, pero muy diferentes entre sí.
El segundo filme de Martin McDonagh, Seven Psychopaths, es una divertida construcción de las convenciones de un thriller violento de Hollywood. Colin Farrell interpreta a un guionista llamado Martin que intenta escribir una película llamada Seven Psychopaths, pero sin tanta violencia. No ha logrado mucho, pero cuando su descarado amigo secuestrador de perros –una actuación arrojada de Sam Rockwell– decide ayudarle, Martin se ve inmerso entre peleas y borracheras en el espectáculo de su propia creación. El diálogo de McDonagh es agudo y simple como de costumbre, pero al final la película carece del corazón de In Bruges.
In the House de François Ozon también retrata a un escritor frustrado despojado de su zona de confort. Aquí nos encontramos con un dilema de seducción, de atracciones ambivalentes a partir del voyeurismo y la narrativa. Un maestro de escuela –Fabrice Lucchini– se encuentra fascinado por el trabajo brillantemente redactado de un alumno precoz que diseña un plan para entrar a la casa de una compañera de clase. ¿Acaso es real o se trata de una fantasía? Él asesora al joven, y pronto comienza a sentirse inmerso en la acción de la historia. Todo se desarrolla de una bella forma. Al igual que en Seven Psychopaths, el problema sobre cómo encontrar un final adecuado se muestra de manera explícita. Hay varias opciones, solo una les resulta. Un deleite de principio a fin.
Al comienzo de It was the Son, de Daniele Capri, un hombre desafortunado es golpeado por un rayo. Capri debe de haber vivido una experiencia similar, aunque figurada, al momento de introducir al singular narrador en su adaptación de la novela de Roberto Alajmo. Interpretado por el actor chileno Alfredo Castro, este sujeto extraño y solitario que se sienta en una sala de espera a contar historias le confiere una dimensión lunática y siniestra a la ópera cómica de Alajmo. Parece animar a la cámara, conduciéndola por ingeniosos ángulos expresionistas. Es en verdad entretenido.
Un premio para anarquistas
El premio a la película más anarquista de este año en el LFF fue compartido entre Le Grand Soir y Tomorrow. Claro que no hubo tal premio, y ni siquiera un anarquista que se precie de serlo lo habría aceptado, pero de haber sucedido…
Gustave Kervern y Benoit Delepine tienen un linaje anárquico. Louise-Michel, su comedia negra del 2008 sobre un grupo de obreros que hicieron un complot en contra de un jefe corporativo que los despidió, fue nombrado a partir de un activista francés del siglo XIX. El espíritu de protesta ha reforzado su trabajo desde el comienzo. En Le Grand Soir alcanzan su clímax con la figura del perspicaz punk de mediana edad llamado No que acecha en las pasillos y estacionamientos de un supermercado en las afueras de la ciudad. Cuando su hermano profesionista tiene una crisis, No lo inicia en el camino de la libertad. La delincuencia no había sido tan entretenida desde Les Valseuses, de Bertrand Blier.
El documental de Andrei Gryazev, Tomorrow, nos presenta al grupo activista de Rusia, Voina (conformado por algunos integrantes de Pussy Riot). Gryazev sigue al grupo mientras roba y mendiga –ellos no creen ni en el dinero ni en trabajar por un sueldo–, así como durante la preparación de su nueva hazaña, ‘Palace Coup’, que consiste en filmar cómo derriban una patrulla, lo cual no debe ser tan trivial como suena bajo la atmósfera autoritaria de Rusia.
Ficciones silenciosas
Luego de la ruidosa proyección matutina de Seven Psychopaths, agrupado con veintitantos internos de compañías productoras que terminé por conocer, no pude haber encontrado un mayor contraste que en el primer largometraje de ficción del documentarista Jem Cohen, Museum Honors. De lo ridículo a lo discretamente sublime; de una postura salvaje de macho astuto, hasta la contemplación íntima, llena de gracia.
Un encuentro fortuito en el Museo de Arte Kunsthistorisches en Viena conduce a una tierna amistad entre dos personas solitarias: Bobby, un ayudante gay de mediana edad, y Mary (interpretada por la cantante Mary Margaret O’Hara), una canadiense que ha llegado de visita a la ciudad para visitar a su primo hospitalizado. En parte un suave estudio de los personajes, y en parte una digresión absorbente sobre el estudio de la historia del arte y la arquitectura, la película es incisiva de una manera consistente, y te alienta a mirar con cuidado y detalladamente al mundo que te rodea.
Un sentido de contemplación similar es provocado por Silence, de Pat Collin. Al igual que Museum Hours, se trata de una especie de documental escenificado sobre un ingeniero de sonido que se retira a su tierra natal en la costa este de Irlanda, aparentemente, para grabar el silencio. No es algo fácil; cuanto más escuchas, más oyes. Existe el ruido incluso en medio del bosque. Su viaje revela lentamente las capas de la memoria, la nostalgia y el exilio.
La vida en el campo
El London Film Festival me condujo hacia lo que se podría llamar el documental bucólico. Creo que comenzó en 2008 con Modern Life, un estudio de generacional de granjeros franceses de Raymond Depardon. (Sleep Furiously –un título edimburgués– alimentó mi interés). El año pasado quedé completamente encantado por Women with Cows, un retrato de dos hermanas y su granja de lácteos en el sur de Suecia. Así que este año, naturalmente, me aseguré de ver Winter Nomads, un filme sobre pastores en Suiza. No quedé decepcionado.
Aquí vemos a los pastores modernos Pascale y Carole mientras guían a un rebaño de 800 ovejas a través de los montes al oeste de Suiza, una práctica conocida como 'trashumante'. Los pastores lidian con el tráfico y los molestos locales mientras encabezan la búsqueda de pasto, acostándose a descansar donde puedan. Debido a la simplicidad de su existencia, la presencia de un equipo fílmico debió haber sido perjudicial, lo que hace que la intimidad lograda por el director Manuel von Stürler y su pequeño equipo sean aun más admirables. La estética es simplemente adorable.
Perdido y encontrado
Con 228 proyecciones en un periodo de doce días, debes perderte más películas de las que podrás ver. No puedes estar en doce lugares a la vez. La mayor parte del tiempo sabes lo que hay que esperar de los títulos en el festival. Llegan con la reputación que se han construido en Berlín, Cannes, Venecia. O en los Estados Unidos. Pero también hay cintas de las que no has escuchado nada. Hay que leer entre líneas, seguir a tus corazonadas, y tomar riesgos.
Una de mis ganadoras fue Tango Libre, de Frederic Fonteyne. El tercer largometraje del director belga es una comedia con el tono perfecto sobre un oficial de prisión solitario que conoce a una chica sexy en sus clases de tango solo para descubrir que tiene intimidad no con uno, sino con dos de los prisioneros. Es una obra para entretener a las masas llena de pasión y complementada con un humor sutil, con la osada actuación de Sergi López.
Otra gema fue Eat Sleep Die. Tomando elementos de las experiencias personales que vivió durante su infancia dentro de una familia de imigrantes obreros en un pequeño pueblo de Suecia, la cineasta debutante Gabriela Picher toma una historia monótona –sobre redundancia y recolocación–, y le imprime un realismo valiente y sin ataduras, cálido, vital e irreverente.