Por Fernando Moreno Suárez
Del 17 al 25 de septiembre, 2010. San Sebastián.
El lugar perfecto
Una de las mejores cosas que le pueden pasar a uno es asistir a un festival de cine. Para los que hemos tenido ese privilegio no es un secreto que la ciudad que acoge el evento es parte fundamental de su éxito. No sólo es importante el apoyo de las autoridades locales, la implicación de los medios y patrocinadores de la región o la importancia que tenga el certamen dentro del calendario cultural del lugar; sino que además de todo esto, tal vez lo más relevante termine siendo la implicación de la gente que, lo haga suyo o no, realiza un esfuerzo que requiere muchos recursos y organización. En relación con lo anterior, San Sebastián es el lugar perfecto para organizar un festival de cine.
Capital cultural del País Vasco y laboratorio gastronómico de Europa -entre muchas otras cosas, los restaurantes de la ciudad suman 18 estrellas Michelín - Donostia es una ciudad construida de cara al mar que tiene en sus tres principales playas -Zurriola, La Concha y Ondarreta- y el río Urumea, coordenadas perfectas para ubicarse y moverse fácilmente gracias a un excelente sistema de transporte. Así, las sedes principales de la fiesta cinematográfica -el impresionante y moderno Palacio Kursaal, el Teatro Victoria Eugenia y el Teatro Principal- están dentro de un perímetro que permite vivir el festival a pie, través de los callejones del casco antiguo, y mezclarse con los donostiarras en salas de proyección, bares de pintxos y cafés donde se habla de cine constantemente.
58 años de estrellas
Si bien la presencia de las estrellas es un elemento fundamental para los festivales de cine, con sus casi 60 años, San Sebastián cuenta con una historia impresionante, como la del hotel El Astoria 7, cuyas 200 habitaciones no tienen número en la puerta sino el nombre de luminarias que han asistido al festival y están ambientadas con sus fotografías y memorabilia.
La edición de 2010 se recordará sin duda por la visita de Julia Roberts, Premio Donostia de este año y protagonista junto con Javier Bardem de uno de los años menos mediáticos del evento. Roberts vino, vio y venció con su simple llegada a la ciudad, terminando con una polémica estéril sobre sus escasos méritos histriónicos para ser premiada. El argumento a su favor, además de ese encanto especial que sólo tienen algunos elegidos, se resumía a una idea de los más entendidos: simplemente es una estrella.
De su más reciente largometraje Come, rezar, amar, dirigido por Ryan Murphy, nueva sensación de la televisión mundial por su trabajo en Glee y Nip Tuck, hay poco que decir. Sin duda es una de las cintas más flojas proyectadas en la semana que no está a la altura de casi ninguna película de la filmografía de los implicados en su producción (Bardem, Murphy o la propia Roberts) y, seguramente, se incluyó solamente por proyectar algo de la homenajeada.
Como compensación por la baja asistencia de estrellas de carne y hueso siempre estarán las películas. Muestra de ello es el espléndido documental La noche que no acaba de Isaki Lacuesta que retrata la vida y andanzas de la mítica Ava Gardner en España y su tórrida relación con la cultura y ambiente nocturno de la península Ibérica.
Basado en el libro Beberse la vida. Ava Gardner de Marcos Ordoñez, éste es un homenaje a todas las divas que después de tocar el cielo descubren en su propio rostro que aunque el tiempo es implacable, todo en el camino ha valido la pena. Calificada en su momento como “el animal más hermoso sobre la tierra”, la Gardner es un maravilloso pretexto para hacer un documental delicioso.
La armada mexicana
En un hecho sin precedentes, en pleno año del Bicentenario, tal vez tratando de reanimar el romance que vivió nuestro cine con el festival en décadas pasadas, un romance encarnado en la figura de Arturo Ripstein que se llevaba un premio siempre que participaba, México tuvo una presencia muy importante en la edición de 2010.
La primera muestra de ello fue Chicogrande, el más reciente largometraje de Felipe Cazals que se proyectó en la inauguración y recibió muy buenos comentarios; mientras que Abel, de Diego Luna, sorprendió a propios y extraños convirtiéndose en una de las grandes triunfadoras con dos premios, el Euzkaltel de la juventud y Horizontes Latinos para la mejor película latinoamericana. En la misma categoría, A tiro de piedra de Sebastián Hiriart mereció una mención especial del jurado ”por su propuesta cinematográfica potente, tanto a nivel visual como sonoro y musical…” mientras que los proyectos Asalto al cine de Iria Gómez y Entre la noche y el día de Bernardo Arellano obtuvieron los premios Casa de América y de la industria en el concurso Cine en Construcción.
Además, formaron parte de la programación de este año En el hoyo (2006) de Juan Carlos Rulfo y la coproducción con Chile Post Mortem (2010) de Pablo Larraín que también fueron muy bien recibidas.
Más allá de tomar estos éxitos con una cautelosa alegría, un festival de primera categoría como San Sebastián vuelve a poner sobre la mesa la paradoja de un cine que es valorado y reconocido en el extranjero y que sigue batallando día a día por hacerse de un lugar en su propia taquilla y con su propio público. Nada nuevo bajo el sol.
Realidad mata ficción
Dejando atrás los éxitos y limitaciones del cine nacional, la quincuagésima octava edición de San Sebastián se distinguió de todas las anteriores por un protagonismo inusual del documental en un festival que tradicionalmente ha estado dedicado a proyectos de ficción.
A través de la retrospectiva temática “doc. Nuevos caminos de la no ficción” y de algunas cintas que se colaron dentro de la “Sección Oficial” o de las “Perlas” dentro de “Zabaltegui” sorprendieron la cantidad y calidad de los documentales .Tal es el caso de Aral, el mar perdido, cortometraje de Isabel Coixet, realizadora de cintas tan memorables como Mi vida sin mí (2003), La vida secreta de las palabras (2005) o El mapa de los sonidos de Tokio (2009) que incursiona en el documental para contar una historia interesante y aterradora a partes iguales.
En 1960 el mar de Aral era el cuarto lago más grande del mundo quesero que, tras una serie de decisiones políticas y económicas desastrosas de la entonces todo poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas desviando dos rÍos para irrigar unos campos de algodón en Kazajastán, termina desapareciendo.
La mirada de Coixet huye constantemente del artificio y el tremendismo y construye un relato sobrio acompañado de la voz en off de Ben Kingsley y de la música compuesta por Tim Robbins -¿quién dice que una carrera internacional no da ventajas?-. Así, vemos barcos varados en medio del desierto y fábricas de conservas abandonadas donde antes había vida y prosperidad. Testimonio de la estupidez humana y muestra clara de que la falta de respeto al medio ambiente no es cosa menor, Aral, el mar perdido, prueba el compromiso que la directora ha resumido en una frase contundente: “todos dicen que quieren salvar el mundo pero nadie quiere sacar la basura. Para mí hacer estos proyectos es sacar la basura”.
Otro de los documentales que llamaron poderosamente la atención de los asistentes a las proyecciones del Kurssal fue La promesa, de Laura Poitras, que relata la vida de Abu Jandal, responsable varios años de la seguridad de Osama Bin Laden y de su cuñado, Salim Hamdam, preso en Guantánamo acusado de los atentados de las torres gemelas. Montado a partir de una serie de cartas que se envían los dos protagonistas, el trabajo de Poitras es una profunda reflexión sobre la relación existente entre los medios, la política y el terrorismo en un entrono globalizado, difícil de controlar. La lectura de las implicaciones del 11 de Septiembre rebasan las visiones simplistas y, como lo hacen las propuestas interesantes, ponen sobre la mesa más preguntas que respuestas. Lejos de la conmemoración complaciente, La promesa conmueve al tiempo que informa.
Siguiendo con las aproximaciones a la política vía documental, otra de las piezas sobresalientes de la no ficción del festival es Bicicleta, cuchara, manzana de Carles Bosch. Basada en la historia personal de uno de los políticos españoles mejor valorados de las últimas décadas, Pasqual Maragall, la cinta es un interesante ensayo fílmico sobre lo que implica ser un personaje público en la era de la información.
Hace poco más de dos años, al ex presidente de la Generalitat de Cataluña y exalcalde de Barcelona, le diagnostican Alzheimer, hecho que, además de detener su meteórica carrera política, se convierte en motor y punto de partida de la película. En lugar de esconderse y desaparecer, Maragall y su gente más cercana -familia , amigos y equipo de trabajo- hacen pública la noticia y crean una fundación que investigue sobre el mal que lo aqueja.
Aunque a momentos está a punto de ponerse serio, Carles Bosch, director y guionista del documental, encuentra en un peculiar sentido del humor el principal atributo de una cinta que retrata a un personaje entrañable que, mientras va perdiendo fuerza y salud, se agiganta en la pantalla. La ovación para Maragall, durante la proyección en un abarrotado Palacio Kursaal, se convirtió, evidentemente en versión de celuloide, en una de las más sabrosas de toda la semana. Como sucede cuando hablamos de cine, las estrellas aparecen por donde menos lo esperamos.
Finalmente, no podría hacer un balance completo de los documentales interesantes que salvaron más de una jornada del festival sin hablar de Exit Through the Gift Shop, sin duda una de las cintas más divertidas y refrescantes de toda la programación. Dirigida por Banksy, el legendario artista callejero, grafitero, stencilero o como se le quiera llamar. El documental en cuestión es un afortunadísimo accidente cinematográfico y creativo que inició en manos de un excéntrico personaje interesado en el arte callejero y terminó bajo el control de un genio con talento.
Así, conocemos a Thierry Guetta, un loco francés que videograba sin mucha idea las andanzas de personajes de la escena callejera del Los Ángeles, como JR, Space Invader o Shepard Fairey. Eventualmente conoce a Banksy, estrella máxima del gremio, quien tiempo después le sugiere hacer un documental con el material recabado. Entonces, la falta de talento del director original y la visión del que terminará la obra hacen el milagro. El artista toma el control del proyecto y Guetta se vuelve mágicamente el objeto de estudio.
Divertido e irreverente desde el primer minuto, libre y propositivo en su montaje final, Exit Through the Gift Shop es una radiografía de la escena de la gráfica callejera y urbana contemporánea dibujada por sus protagonistas más importantes. Con un ritmo envolvente y una inteligencia provocadora, el primer trabajo como director del nativo de Bristol, que consigue mantener en el anonimato su identidad a lo largo de todo el metraje, es también una reflexión sobre el valor comercial del arte y lo que puede conseguir un tipo con talento cuando cambia de medio. Ojalá no cumpla su promesa de no hacer más películas, pues hay dentro de él un gran director.
Lo mejor y los premios
Como sucede en muchos ámbitos de la actividad humana, a veces la decisión de los que juzgan coincide con lo que más nos gusta y otras no. De esa paradoja eterna se desprende mi idea de combinar en las siguientes líneas los premios con las mejores cintas del festival.
Tal vez sólo en dos casos audiencia y jurado coincidieron completamente y esos son Abel de Diego Luna, que desde su primera proyección con público fue ovacionada, y Neds de Peter Mullan que se llevó la Concha de Oro a mejor película y la de Plata a Mejor Actor para Connor Mc Carron. Ambas despertaron el interés y arrancaron aplausos desde su primera aparición. La segunda, como buen fresco social desarrollado en la mejor tradición del cine inglés -no sorprende que su director fue actor fetiche del maestro en esos menesteres, Ken Loach-, es una cinta dura con todos los ingredientes para triunfar en un certamen como San Sebastián.
Mención aparte merece Pan Negro de Agustí Villaronga que merecía mejor suerte y sólo se alzó con la Concha de Plata a Mejor Actriz para Nora Navas, a pesar de ser, muy probablemente, la película más completa de todas las que se presentaron a concurso. Obscura y con una pátina de misterio que se refleja en una fotografía perfecta, una ambientación impresionante y una puesta en escena milimétrica, la cinta deja de lado todos los lugares comunes de las historias de la Guerra Civil española para hablar de la condición humana y de los monstruos que todos llevamos dentro. No es un cuento de niños que dejan de serlo, sino un retrato de la pérdida de la inocencia que elude sentimentalismo alguno. Además de su poderosa narrativa, en Pan negro hay, en sus dos protagonistas infantiles, Frances Colomer y Marina Comas, dos futuras estrellas para el cine europeo.
Dentro del palmarés oficial hay pocas cosas más que destacar. Lo más memorable resulta Cerro bayo de la argentina Victoria Galardi que se presenta como una muestra más del buen estado de salud del cine de aquel país sudamericano. Dueña de una voz propia y con un talento especial para la dirección de actores, la ópera prima de Galardi es una pequeña gran película con múltiples protagonistas que avanza delicadamente y construye su relato a través de vasos comunicantes casi invisibles.
Igualmente entrañables, aunque fuera de los premios, vale la pena recordarse Miel del turco alemán Semih Kaplanoglu (Oso de Oro de Berlín este año) y Apart Together del chino Quanan Wang (Oso de plata al mejor guión 2010), dos muestras más de cine puro y sin artificios.
Cambio de estafeta
El subtítulo principal de este texto se refiere al final de un ciclo en San Sebastián con la despedida de Mikel Olaciregui, director del festival por 10 años, y el inicio de otro con la llegada de José Luis Rebordinos, al timón del proyecto durante el próximo año. Aunque el festival fue fuertemente criticado por la falta de estrellas y directores de renombre durante este año, Olaciregui sale por la puerta de enfrente, satisfecho por el trabajo realizado en una de las citas de cine más importantes del orbe y con un balance más que positivo.
Enfrentando la crisis económica que aqueja al mundo desde hace dos años, misma que golpea de manera implacable a España recientemente, el trabajo de Olaciregui es mucho más que sus palabras de despedida, en las que se puede leer incomodidad y una muy justificada molestia a los comentarios de sus críticos más acérrimos: “me voy sin nostalgia”.
Personalmente no creo que esto sea posible, querido Mikel. No creo que uno pueda irse sin nostalgia de un festival tan especial y bien organizado como San Sebastián que, además de buenas películas, ofrece la magia de una ciudad única y un pueblo entrañable. Yo no puedo dejar de sentir cierta nostalgia por caminar a la orilla del Urumea o por la Playa de la Concha, por tomar una clara con limón o un buen Somontano mientras espero la siguiente función, desayunar un café con leche y un bocadillo de tortilla o por pararme en Fuego Negro o La cuchara de San Telmo a tomar unos pintxos y cenar a cuerpo de rey en cualquier restaurante del Casco Antiguo. Yo ya extraño San Sebastián, por eso regresaré el año próximo.