A principios de la década de 1990, durante una conferencia sobre temas de salud en París, los miembros del movimiento denominado ACT UP se manifiestan con nerviosa violencia en contra de los conferencistas. Ese primer acto permite descubrir que se trata de una organización, no improvisada, pero sí con sus propias fallas al interior, con grietas existentes entre la militancia y la protesta, la inadecuación y la acción. Más tarde, los jóvenes se reúnen al interior de una aula para debatir los méritos y las deficiencias de sus métodos. Este grupo no se está metiendo en líos criminales ni actos vandálicos, pero sus impulsos agresivos responden a la inmediatez y urgencia de su situación: jóvenes portadores del virus de la inmunodeficiencia (VIH) a punto de morir. Entonces, la necesidad de que estas personas se unan para formar cierta resistencia se cristaliza en tales circunstancias. La mayor parte de sus esfuerzos se dedican a la conciencia pública; por ejemplo, infiltrándose en las escuelas secundaria y preparatoria para repartir folletos sobre la importancia del uso del condón al momento de tener relaciones sexuales.
El cineasta francés, Robin Campillo, explora las diversas políticas y motivaciones de la filial en París de ACT UP, un grupo activista creado en Nueva York para llamar la atención de las personas afectadas por el SIDA, que se especializaba en actos públicos de desobediencia civil y que buscaba concienciar a la opinión pública sobre la prevención. El director coloca al espectador en medio de los debates al interior del grupo; vemos la planificación, las discusiones, los argumentos, los chistes, los enojos, las envidias, las divisiones, la emoción y algo de aburrimiento que van de la mano con el activismo político. El extraordinario trabajo en equipo de todo el elenco logra crear una intensa y verosímil camaradería que se construye a fuego lento a partir de las observaciones puntuales de Campillo y la notable reconstrucción histórica de una época cercana. Aunque el ímpetu de Sophie (Adèle Haenel) y la ambigüedad de Thibault (Antoine Reinartz) son desperdiciados, el realizador deja, inteligentemente, que los verdaderos protagonistas de relato emerjan poco a poco a partir de un grupo muy amplio. Nathan (Arnaud Valois), un atractivo y taciturno joven recién llegado, se enamora de Sean (Nahuel Pérez Biscayart), un extrovertido, rebelde y demacrado hombre. Su intimidad se convierte en el centro emocional de la película a medida que el grupo aumenta sus intentos extravagantes de presionar a las grandes compañías farmacéuticas para que los ayuden con los tratamientos médicos. Las escenas donde los miembros de ACT UP se enfrentan a la corporación farmacéutica Big Pharma son probablemente las más débiles y frágiles debido a su previsibilidad y nula sorpresa con las que son presentadas. La empresa, que se niega a publicar importantes investigaciones científicas, es atacada y el grupo penetra en las instalaciones armado con sangre falsa y carteles, soplando silbatos y gritando a los empleados de la oficina. Esencialmente, se trata de un rito de iniciación para los nuevos. Después de la demostración, los jóvenes bailan al ritmo de la música house que da título a la película. Aunque ellos están seriamente involucrados en la lucha, también están redefiniendo su propia identidad y comunidad en un ciclo de reunión, protesta y baile que se repite mecánicamente. No obstante, 120 latidos por minuto (120 battements par minute, 2017) es una importante lección de historia sobre la eficacia de la protesta, y cómo la fusión de alegría y comunidad pueden luchar contra la hostilidad y la indiferencia.
Fecha de estreno: 1 de diciembre, 2017.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional