La película de Richard Curtis es un romance de fantasía lleno de bobeces que era casi imposible que no me gustara. Criticar es como viseccionar a un perrito labrador. Todos los elementos tradicionales de Curtis están en esta cinta, incluyendo un agradable reparto, como una familia de clase alta, además de una excéntrica/vulnerable hermana pequeña, personajes que entran en un juego verbal extraño de Curtis ("Oh my arsing God in a box!"), y una especie de Hugh Grant como protagonista: Aunque Domhnall Gleeson de 30 años suena demasiado para el joven Grant. Pero la cinta tiene buenos gags y una narrativa ingeniosa gracias al bien armado guión de Curtis.
Gleeson interpreta a Tim, el hijo tímido de unos padres excéntricos y adinerados (Bill Nighy y Lindsay Duncan), quien a los 21 años deja el nido familiar en Cornwall para terminar su pasantía como abogado en Londres y, en el anhelo del amor, conoce a María (Rachel McAdams). Sin embargo su relación se torna díficil por el superpoder secreto de Tim: puede viajar en el tiempo a cualquier punto de su pasado, y corregir sus errores, aunque propicie nuevos en el camino. Un argumento más cercano a Sliding Doors que a Groundhog Day. Curtis es un director al que le gustan sus cucharadas de azúcar, y no se avergüenza de introducir en la banda sonora una pieza de Arvo Pärt para asegurarse de que reconozcamos los momentos tristes. (Ahora que lo pienso, Jean-Luc Godard había provocado el mismo efecto sentimental en Origins of the 21st Century, en cuanto a la comparación de estos dos directores es mejor dejarlo ahí). Necesitarás de dientes dulces para masticar esta película, franca, con una especie de frágil sinceridad.
Peter Bradshaw (The Guardian)