Un profesor universitario llamado Gilles (Éric Caravaca) y una de sus alumnas, Ariane, (Louise Chevillotte), suben las escaleras del colegio manteniendo cierta distancia entre ellos, como si quisieran pasar desapercibidos ante los ojos de los demás, pero una vez que llegan a la planta superior, se esconden en el baño para tener un coito, de breve duración, pero intenso. Así comienza Amante por un día (L'amant d'un jour, 2017), con un encuentro amoroso, reservado y fluido. Después de los créditos de apertura, aparece Jeanne (Esther Garrel), una joven que después de romper con su novio, llora y camina por la calle durante la noche. Ella pide asilo a su padre, Gilles, y ahí se percata que ya no vive solo, sino con su actual pareja, la joven Ariane. Esta última se ocupa de Jeanne, la consuela -convirtiéndose en una especie de madre a pesar de tener la misma edad- para que la hija de Gilles supere la ruptura amorosa. Una tarde, Ariane encuentra a Jeanne en la cornisa de la ventana, a punto de arrojarse hacia el exterior, pero logra frustrar el suicidio. La hija le pide a la novia de su padre que no platique nada sobre el suceso; así surge el primer eslabón de confianza y amistad entre las dos jóvenes que pronto evoluciona hacia una relación basada en secretos mutuos.

El filme, dirigido por el cineasta francés, Philippe Garrel (Les amants réguliers, 2005), es un estudio elegante y honesto sobre las intersecciones de la fidelidad, la atracción sexual, los celos, el deseo, el amor sin fin, ya sea porque es eterno o porque debe renovarse constantemente. Aunque las imágenes en blanco y negro pueden crear una especie de distancia temporal entre los personajes y los espectadores, el director logra invocar una representación realista de los modos en que las personas establecen distintos tipos de vínculos con los otros, ya sea una relación romántica, sexual, familiar o de amistad. Compuesto principalmente por planos prolongados (desde tomas estáticas hasta tracking shots), el encuadre cercano de Garrel a los personajes genera una sensación de intimidad que proyecta los altos y bajos de sus dificultades de manera efectiva, aunque muchas de sus preocupaciones vuelven, de manera reiterativa, al mismo estatus, sin que exista un crecimiento o evolución contundente en los personajes. Afortunadamente, incluso dentro de las secuencias más reiterativas de la película, cada actor ofrece interpretaciones mesuradas acorde con sus estados de ánimo. El trabajo de Esther Garrel en particular se siente natural, espontáneo y creíble; sus interacciones con los otros personajes y acciones, incluso durante las secuencias más dramáticas, se perciben completamente humanas. A lo largo del filme, una pieza de piano melancólica se utiliza para subrayar los momentos de interés entre los personajes. Aunque la composición en sí misma es hermosa e inicialmente logra crear una atmósfera entrañable, pronto se vuelve excesivamente melodramática debido a lo mucho que estos momentos son arropados por un paisaje sonoro y musical que a veces distorsiona el efecto deseado. En cada obra, Garrel parece colorear su idea del amor con diferentes matices: en un maravilloso diálogo entre Ariane y Jeanne, el amor se define como "una manta que protege y elimina el frío"; sin esa cubierta, el ser humano se ve obligado a luchar, a cambiar de dirección para volver a encontrar ese refugio. Aquí no hay desesperación exagerada; la sonrisa se disuelve, pero también limpia las lágrimas y lucha constantemente por controlar los deseos. Podemos ver la resignación serena de aquellos que continúan viviendo incluso después de una ruptura amorosa, pero sin olvidar que después de una inocencia salvaje se producen cicatrices internas.

Fecha de estreno en México: 5 de abril, 2018.

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