A Anna (Sasha Luss) se le prometió una cosa cuando se unió a la KGB: si se entregaba a la jefa del departamento (Helen Mirren) durante cinco años completos, se le permitiría retirarse y alejarse de una vida de intriga. Cinco años después, y en medio de una exitosa carrera de modelaje que sirve como cobertura para su viaje internacional, Anna se da cuenta de que la comunidad de inteligencia rusa nunca la dejará irse mientras sea útil. Depende de ella encontrar una salida de una vida de violencia y traiciones, y con un poco de suerte, y con la ayuda de un agente vengativo de la CIA (Cillian Murphy), Anna busca sobrevivir a una serie de peligrosas persecuciones con la intención de poder disfrutar de una jubilación anticipada.
Anna: el peligro tiene nombre (Anna, 2019) es la segunda incursión en el cine de Sasha Luss y, no por casualidad, su segunda vez trabajando con el cineasta francés Luc Besson. La modelo rusa convertida en actriz tuvo un pequeño papel en Valerian and the City of a Thousand Planets (2017), pero aquí tiene la oportunidad de lucir como una asesina asediada que desea tener una nueva vida alejada de las intrigas y los conflictos. La joven ofrece una notable interpretación en el papel principal, lanzándose a la acción y al desprendimiento helado de una mujer completamente aplastada por el peso del sistema que la rodea. Además, Luss está respaldada y apoyada por un trío de actores sumamente talentosos y experimentados -Luke Evans, Helen Mirren y Cillian Murphy-, quienes desempeñan sus roles con aplomo y convencimiento. Plagado de incesantes ráfagas de energía, el relato de acción comienza a sucumbir ante la insistencia del director por introducir una serie de flashbacks que devienen en una estrategia repetitiva y que trabajan en detrimento de la narrativa. La película cambia constantemente las líneas de tiempo, saltando entre seis meses antes y el presente con un absoluto desprecio por la narración ordenada y equilibrada, y este es simplemente el principal desacierto del filme.