Sofía y su esposo desean adoptar. Cuando Sofía lee en el periódico la noticia de que una bebé fue encontrada muerta y abandonada en un basurero, ese deseo poco a poco se va canalizando en una necesidad: de dignificación, de compasión, de personalización. Entonces su lucha por darle un entierro digno comienza, una en la que ella es vista como loca por interesarse en un ser humano al que no conoce, del que no obtendrá absolutamente nada, al que muchos ni siquiera consideran como tal. Se habla de muertes anónimas, de crímenes sin criminales, de víctimas indefensas, de cadáveres atrapados en la burocracia condenados al olvido por el gobierno, de la corrosión espiritual de las leyes. Todos, temas muy del cine chileno de festivales, que dan para metáforas que alcanzan recovecos históricos sensibles, como el Golpe de Estado de 1973 y sus desaparecidos. O con cualquier suceso (inter)nacional que implique a niños muertos. La historia, llevada de forma acuciosa y meticulosa sobre los hombros y los gestos de la actriz Amparo Noguera, alcanza también dimensiones universales, comprometiendo al espectador ante dilemas morales: ¿cuántas veces te has realmente interesado en una noticia que lees en el periódico? ¿Hasta dónde te alcanza el alma para demostrar tu empatía hacia el otro? ¿Qué es para ti un ser humano? En tiempos en los que en ciertos sectores de la sociedad comienza a volverse políticamente incorrecto defender la vida de un feto, el mensaje de Aurora, que el director chileno, Rodrigo Sepúlveda, desarrolla en atmósferas calladas y bañadas por el azul apagado del mar y el gris del cielo, se siente como una película personal, valiente, aunque su fuerza se mitigue ligeramente por su cercanía en la historia real en la que está amparada.
SOR (@SofOchoa)
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