Un perro aburguesado relata cómo pasó de ser un joven director de cine fracasado, sin empleo ni creatividad, a un animal de cuatro patas. Es la historia de Julian (Julian Radlmeier), un cineasta en su etapa iniciática que, al no encontrar inspiración para su nueva película, pasa el tiempo investigando en la biblioteca y distrayéndose, sobre todo, con las mujeres que, invariablemente, lo rechazan una y otra vez. Pero, el reencuentro con Camille (Deragh Campbell) en una fiesta lo orilla a mentir y debe llevar su mentira hasta los últimos límites de lo racional. El novato director cuenta que está trabajando en una nueva película, en la cual ella tiene un papel protagónico asegurado: un cuento de hadas ambientado en una utopía comunista. Además, dice que para desarrollar su nuevo proyecto ha decidido hacer investigación de campo en los huertos donde se cosechan manzanas. No obstante, la verdad es que, por su desempleo, el departamento de asistencia social de Berlín lo ha enviado allá para ganar dinero e involucrarse con el sistema económico de Alemania. Julian lo ve como una oportunidad para conquistar a Camille, quien decide acompañarlo, y para, a partir de la inmersión total, sembrar nuevas ideas que, probablemente, germinarán en un filme verdadero.
Mediante una estética del absurdo, cimentada no únicamente en la inverosimilitud del relato, sino en la construcción de personajes hiperbólicos y de situaciones paródicas, el director, guionista y protagonista Julian Radlmeier (Ein proletaisches Winter, 2014), entrega una farsa, una sátira de la clase política e intelectual contemporánea. Para hacerlo, el cineasta alemán se vale de una lista gigantesca de referencias literarias, filosóficas, pictóricas y cinematográficas que se despliegan tanto visual como narrativamente. Desde el punto de vista narrativo, Radlmeier sigue el camino trazado por el escritor ruso Mijaíl Bulgákov en su novela corta Corazón de perro, para involucrar en una historia, aparentemente sencilla y de corte fantástico, conceptos y críticas complejas. Del mismo modo, y siguiendo el modelo de Jean-Luc Godard, sobre quien Radlmeier ha expresado su profunda admiración en diversas ocasiones, Autocrítica de un perrito burgués (Selbstkritik eines burgerlichen Hundes) mezcla la crítica política y filosófica a través de un estilo de comedia que es, por momentos, similar al del slpastick. Por otra parte, en el filme pesan significativamente referencias directas a ciertos cineastas como Rainer Werner Fassbinder (en particular la miniserie Eight Hours Don’t Make a Day) y Roberto Rossellini (específicamente Europa 51 y Francesco giullare di Dio), cuyos estilos son emulados, pero para llevarlos al ridículo y hacerlos convivir con personajes que carecen de profundidad y son deliberadamente planos, es decir, con personajes que son creados con el único fin de representar alegóricamente alguna tendencia política que colisiona con las demás durante la estancia de Julian en el huerto. Ahí, tanto el protagonista como Camille conviven con otros trabajadores, quienes, en conjunto, crean una especie de microcosmos político en donde la ideología de cada uno busca imponerse. Lo interesante, es que cada una de ellas es llevada al extremo paródico mediante el personaje que la representa: tenemos al fascista que es representado como un abusivo, el “bully”; también está el comunista, representado como un ser utópico y falso, pues no comprende sus propios mandamientos (“El ideal es un comunismo sin comunistas”, se dice en el filme); vemos al anarquista, que se retrata mediante la pereza; la democracia se hace presente cuando todos los personajes buscan llegar a un acuerdo que, por las imposiciones de otros, desencadena en una “dictadura de la estupidez”; y, por último, también se hace presente la religión, pero como mera superstición. Hasta este momento, el filme ha logrado entregarnos una comedia absurda entretenida e inteligente, por momentos, a la par que nos relata la difícil e ilógica vida del huerto. Sin embargo, luego de que la capataza de la zona sufriera un accidente que desencadena en una revolución sin sentido y en una huida inevitable de todos los personajes, la trama se extiende casi como una necedad de hacer, una vez más, hincapié en las reflexiones cinematográficas mediante lo metaficcional: Julian comienza a hablar de la película que vemos, los personajes se dan cuenta de que son personajes y comienzan a odiarlo, y las referencias no se detienen. El filme de Radlmeier se agota a sí mismo y termina siendo, como lo menciona en el título, un producto de aquello que pretende criticar: una autocrítica de su propia pretensión intelectual y adormilada perspectiva política.
Fecha de estreno en México: 16 de febrero, 2018.
Consulta horarios en: Cineteca Nacional