Desde que era muy pequeña, Benedetta (Elena Plonka) parecía tener una conexión especial, fuera de este mundo, con Dios y con la Virgen. Se vivía el período de la Contrarreforma y sus padres, por supuesto, decidieron internarla en un convento, previo pago de una muy generosa dote (porque, según la Madre Superiora, Sor Felicita (Charlotte Rampling), la lista de espera era abundante), en la región de Pescia, en Italia. Desde su llegada, la niña muestra tanto sus capacidades especiales, que llaman la atención de todas las integrantes del convento, como un carácter fuera de lo común, particularmente para su edad. Y así pasan los años hasta que Benedetta (Viriginie Efira), ya convertida en joven mujer, toma los votos con sus padres presentes en el convento cuando, de pronto, aparece una chica, Bartolomea (Daphne Patakia), haciendo un escándalo al huir de su propio padre (que no la baja de puta), y pidiéndole a la Madre Superiora la acepte como novicia. Ésta le responde que no lo puede hacer gratuitamente, pues ahí no es beneficencia. Pero Benedetta, genuinamente conmovida, le suplica a su padre que él pague la dote y, con el apoyo de la madre, lo convencen de hacerlo. A partir de ese momento, las dos jóvenes se vuelven muy cercanas. Pronto Bartolomea comienza, deliberadamente, a despertar el interés sexual de Benedetta, a partir de la abierta actitud que asume con respecto a sus cuerpos. Pero entonces, una situación que involucra un acto de crueldad de Benedetta hacia Bartolomea parece poder distanciarlas, incluso quizá de por vida, al tiempo que las visiones que tiene Benedetta y los estigmas que aparecen en su cuerpo convencen a la jerarquía eclesiástica de convertirla en la nueva Madre Superiora, pese a la posibilidad existente de que, en realidad, todo sea fabricado por ella misma. Sor Felicita siempre se mostró suspicaz respecto a la personalidad y peculiaridades de Benedetta, pero le convenía que el convento recibiera reconocimiento que a ella la pudiera beneficiar políticamente. Bartolomea, por su parte, parece haber perdonado a Benedetta, pues ella misma contribuyó a su entronización, si bien igualmente parece albergar sus propias dudas respecto a si la conexión sobrenatural de Benedetta es, más bien, de lo más natural del mundo.
Una vez que Benedetta es elegida Madre Superiora, las acometidas sensuales de Bartolomea terminan por seducirla; finalmente, sin reparos, se ha dejado encender la llama del deseo, y no repara más en dejar que sus impulsos sean sexualmente satisfechos a plenitud. Entre el recelo -en buena medida instigado por la Sor que es como su hija, su protegida (Louise Chevillotte)-, y el celo que le despierta haber sido despojada de su rango, Sor Felicita espía a Benedetta por un agujero que da a la habitación principal (que fue suya) y descubre que el noviazgo al que se comprometió con Dios ha encontrado competencia, no solo en la persona de Bartolomea, sino también en el sacrílego objeto de una virgen de madera. Ni su pacto con Dios, ni su ego mancillado le permitirán a Sor Felicita dejar que lo que vieron sus ojos quede guardado en exclusiva en su mente. Las más altas autoridades eclesiásticas deben conocer el grado que ha alcanzado la relación íntima de las dos atractivas monjas.
Paul Verhoeven labró una exitosa carrera en Hollywood (Showgirls; Basic Instinct; Robocop) en buena medida dejando que su forma sensacionalista de abordar el sexo y la violencia opacara su innegable talento para contar historias sobre personajes que buscan emancipación y/o venganza. Pero en el 2016, el veterano realizador de origen holandés, reubicándose en terreno europeo, conjuró su, eh, propia revancha con Elle, un filme complejo, sofisticado y muy inteligente sobre, eh, claro, una venganza, ejecutada con suprema elegancia y donaire por la maravillosa Isabelle Huppert; la extraordinaria recepción que tuvo su tabajo tanto con la crítica internacional como dentro del circuito de festivales alrededor del mundo, y también con el público en todas partes, finalmente reivindicó una carrera que, en términos de reconocimiento, en el mejor de los casos hasta entonces había sido solo polémica. Pero hay almas que prefieren navegar bajo tormentas por encima de la placidez que suele otorgar la calma. Verhoeven para su siguiente proyecto decidió adaptar el libro “Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy” (de Judith C. Brown) sabiendo que, incluso a inicios ya de la tercera década del siglo XXI, el tema levantaría cejas, perturbaría mentes y, sobre todo, generaría escándalo en ciertos círculos: su mero mole. Benedetta, nos informa el propio filme cuando inicia, se basa en una historia real, pero el director se interesa mucho menos en profundizar en la complejidad de la personalidad de su protagónica, o en la naturaleza de los supuestos milagros (reales o inventados), ni siquiera en la relación misma, con todo y su aspecto sexual y de deseo, entre Benedetta y Bartolomea; lo que busca Verhoeven es plantear una provocación, a partir del sexo y la violencia, en este caso de manera torpe (aunque las escenas sexuales sean filmadas como si las monjas fueran actrices de soft porno, eso sí), y melodramática (la secuencia de la monja en las alturas del convento bajo un cielo rojo parecen salidas de una telenovela de Televisa), desde lo que más que un postulado liberalísimo termina más bien cayendo en el ámbito de un moralismo retorcido. Es decir, para lo que siempre ha sobresalido, lo que le dio un nombre en Hollywood, lo que tantos detractores le ha generado; aunque, en esta ocasión, filmando de nuevo en Europa, es cierto que ha logrado embaucar, incluos en los círculos de la crítica más exigente, tanto a los fácilmente impresionables, como a los más calenturientos.
Debajo de una atractiva iluminación (como de restaurante caro), de interpretaciones actorales comprometidas con la trama, de una puesta en escena efectista y de su intento por descargar la obsesión por abordar el tema de la venganza (la de Sor Felicita, la de Bartolomea, ¿también la de Benedetta, en última instancia?) se encuentran trampas hábilmente montadas para el espectador. El viejo truco de las monjas lesbianas jugado de la manera más infantil, perezosa y libidinosa posible. Además, aderezado con secuencias que se hospedan cómodamente en los territorios del gore, uno también abordado desde la trivialidad y la bravata; la provocación fácil simplona de quien parece, a los 83 años, querer ser recordado como un fanfarrón. Verhoeven se ha querido defender de los ataques en su contra alegando que todo lo que retrata en su filme en realidad ocurrió. Él, siendo un experimentado director de cine, parece querer pasar por alto que en su oficio, es tan importante el qué se dice como el cómo se dice; y cuando la obra, además, aspira a ser considerada en términos de arte, la forma involucra no sólo el aspecto visual y sonoro, sino también el modo de articular el discurso, que va mucho más allá de la simple enunciación del relato. Por más morboso que éste pueda parecer.
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