Unos dedos rozándose a través del minúsculo espacio entre las varillas que forman parte del muro que divide a México de Estados Unidos se ha convertido en una imagen emblemática del dolor provocado por esa barrera atroz. Sería peligroso, sin embargo, normalizar y atenuar su efecto a partir de la repetición mediática. La fuerza de lo que transmite no está en el poder y la carga de la imagen misma, sino en lo que verdaderamente representa: de entrada, la destrucción de miles de familias que han sido, más allá de cualquier metáfora, realmente separadas e imposibilitadas para poder vivir juntas; bueno, aún peor, de tener la posibilidad de verse, olerse, tocarse, más allá del tenue frotamiento de los mentados dedos. Uno de los peores crímenes que pueden existir en la vida es precisamente ése, separar a los padres de sus hijos, a los hijos de sus padres. Y, luego, a los abuelos, tíos, hermanos y el tristísimo etcétera que le siga. Un dolor de los que no sanan con facilidad, quizá no se repara nunca. Porque, tal vez, el suplicio dure de muchos años a toda la vida. La consecuencia fatídica, cruel, del problema migratorio y el modo en que durante décadas lo ha resuelto el gobierno norteamericano. Al menos en esta vertiente que nos es cercana, pero que tiene resonancias en las tragedias que le son comunes a muchas familias en Latinoamérica, en Asia, en África, en todas partes. Probablemente el conflicto humano más grave de la era contemporánea.
Beyond Borders: más allá de las fronteras, es un filme dirigido por Micah Fink, y es apoyado por la producción ejecutiva del historiador e intelectual mexicano, Enrique Krauze. Como película para la pantalla grande, es un trabajo soso y plano, que carece de una propuesta estilística, ni en lo visual, ni en lo sonoro. Parece, más bien, un reportaje televisivo y, en ese sentido, es uno bien documentado, bien ejecutado. Porque, haciendo uso de sus fórmulas y códigos, logra penetrar su discurso apelando sí a la razón derivada de los argumentos que expones pero, por si las dudas, también a la emoción que si no se activa por lo anterior, tendrá elementos como la música que le dicte constantemente al espectador pasivo cuál debe ser su reacción a lo que ve. Lo cual, en realidad, debería ser innecesario, porque los testimonios de las historias que relata (por ejemplo, la de una madre soltera que viaja todas las semanas -todas, sin falta- de Nueva York a México como mensajera transportando dinero, regalos, cartas de personas que llevan años sin ver a sus familias –un hombre que cumple 28 años de casado, tiene ocho sin ver a su esposa e hijos-, al tiempo que intenta integrar a su propia hija que desde pequeña vive en Estados Unidos pero no tiene papeles para poder ingresar a la universidad y, mucho menos, conseguir empleo) no necesita que se le agreguen capas de sentimentalismo. Todas son existencias fracturadas por la separación o la amenaza de que suceda. Cualquier noche puede llegar la policía y quebrar la puerta para interrumpir el sueño de la noche y llevarse al padre, a la madre o a los hijos y, a partir de entonces, tal vez distanciar para siempre a quienes más se aman, triturando el otro sueño, mayor: el sueño americano de tener una vida más digna y feliz. Dentro de esa desdicha, dependiendo de la cuestión geográfica (dónde vivían en el otro lado, dónde se encuentra el lugar de origen en México), los más afortunados serán quienes, cuando menos, tengan la posibilidad de, con alguna frecuencia, aspirar a tocar por escasos minutos, dedo a dedo, a la persona o personas que más se quiere(n) en el mundo.
Cuando el filme fue realizado, se habían logrado avances en la ley migratoria después de un gobierno de Barack Obama que, intentando negociar con el Partido Republicano, se había convertido en el gobierno que más deportaciones había efectuado en la historia. Sin el apoyo del Congreso, finalmente el presidente consiguió, mediante órdenes ejecutivas, legalizar la estancia de los ‘Dreamers’, ciudadanos nacidos en Estados Unidos de padres sin estatus legal. Millones de inmigrantes soñaban con el siguiente paso que era, después de años de vivir, aportar, formar parte de la sociedad norteamericana, finalmente ser considerados ciudadanos o, de pérdida, residentes. Las elecciones del 2016 eran claves para sus aspiraciones. Pero triunfó ese esperpento de ser humano que es Donald Trump y, todos los avances que tardaron años en gestarse, se derrumbaron, se fueron al carajo. Ya todos sabemos qué es lo que está pasando actualmente. Todos los días se concreta una nueva trama, inhumana, de desolación y desesperanza.
Alfonso Flores-Durón y M.
Fecha de estreno en México: 16 de marzo, 2018.
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