En un pueblo de Líbano, el pequeño Zain (Zain Al Rafeea) denuncia a sus padres por haberlo traído al mundo, forzándolo a una existencia de dificultades y dolor. Los padres -con muchos hijos y pocos medios- no son personas crueles, pero no tienen la posibilidad y mucho menos la sensibilidad para entender qué es lo mejor para sus seres queridos. El niño de 12 años intenta hacer sus contribuciones para ayudar a los muchos hermanos y hermanas, incluyendo al mayor que se encuentra en prisión. Cuando los padres deciden casar a la muy joven Sahar (Haita Izzam) con un comerciante, el pequeño no puede más y abandona la casa para emprender una desesperada odisea en busca de algo mejor. Zain tropieza con una serie de infortunios y crueldades, pero en su camino se encuentra con Rahil (Yordanos Shiferaw), una migrante etíope que trabaja como empleada doméstica para mantener a su hijo Yonas (Boluwatife Treasure Bankole). La mujer recibe cariñosamente a Zain en la choza donde vive; mientras que para el pequeño, Rahil se convierte en una especie de madre. Desafortunadamente, un día, después de salir para cumplir con sus deberes, Rahil no regresa a casa y Zain tiene que hacerse cargo del cuidado de Yonas.
En la tradición cristiana, Cafarnaúm era el antiguo pueblo de Galilea donde Cristo realizó sus milagros. Pero en el lugar donde la actriz y directora libanesa Nadine Labaki establece su nuevo filme, el único milagro visto es la supervivencia. La película narra la vida en los barrios más degradados de Beirut, a través de la historia de Zain, uno de los muchos hijos de familias en condiciones absolutamente desesperadas y para quienes la vida parece solo una colección de experiencias sin esperanza. A diferencia de sus películas anteriores (Caramel, 2007; ¿A dónde vamos ahora?, 2011), dramas discretos -incluso con momentos ligeros de comedia y pinceladas de optimismo- en torno a la feminidad y la intolerancia religiosa, Cafarnaúm (Capharnaüm, 2018) constituye una declaración poderosa sobre la miseria humana y la grotesca desigualdad, proponiéndose ser un relato oscuro en el que la dulzura de algunos personajes o situaciones no puede diluir el drama de las vidas que se cuentan. La película está saturada con un amplio catálogo de infortunios, peripecias y violencias; ahí están los barrios bajos poco salubres y marginados, los niños que crecen en la calle, el maltrato infantil, la pérdida de la inocencia, niñas en matrimonios arreglados, la crueldad de la prisión juvenil, la migración ilegal, el tráfico de personas y el sueño inalcanzable de llegar a Europa. Esta decisión de condensar todos los males del mundo en poco más de dos horas tiene la desventaja de ser visto por algunos como un mecanismo fabricado únicamente para estrujar los corazones, orillarnos a llorar y obligarnos a sentirnos culpables por dichas problemáticas sociales. También puede ser un argumento para los detractores del filme que acusan a la directora de hacer una ‘estetización’ de la pobreza al mostrar constantemente la miseria de los barrios más pobres de Beirut. No obstante, la fortaleza de Labaki radica en evidenciar ese aspecto de la sociedad libanesa, sin descuidar la difícil condición de los migrantes que llegan a su país. Uno de los recursos formales más sobresalientes que emplea la directora para ejecutar una contundente denuncia es apoyarse en los planos cenitales del cinefotógrafo Christopher Aoun; las tomas aéreas de los barrios evidencian el atiborramiento de las casas y construcciones, miles de piedras que oprimen los sueños de los pobladores. En última instancia, Cafarnaúm se inserta en la tradición cinematográfica del realismo social al ser una película que, con humanidad y empatía con los menos afortunados, busca emitir un grito sobre la difícil situación de las personas que no están viviendo sus vidas, las están sobreviviendo.
Fecha de estreno en México: 8 de febrero, 2019.
Consulta horarios en: Cinépolis, Cinemex, Cineteca Nacional