Selva (Smashleen Gutiérrez), una niña de 13 años, vive con su abuelo Tata (Humberto Samuels) y una figura maternal, Elena (Hortensia Smith), en una choza escondida en el corazón de la jungla costarricense. La aparente tranquilidad de su vida es sólo una fachada improvisada para ocultar preocupaciones dolorosas. La salud de Tata se está deteriorando, y cuando Elena desaparece repentinamente, Selva se ve obligada a cuidar de un hombre moribundo que ha perdido cualquier deseo de seguir vivo. El mundo entero de la niña se derrumba y, sin nadie a quien admirar, se siente desorientada, angustiada y sola. Ceniza negra (2019) es un cuento iniciático con contornos fantasmagóricos, cuya austeridad formal es acompañada de un halo de misterio a medida que lo sobrenatural se vuelve más espeso. El estilo realista se equilibra con una ensoñación vertiginosa para dotar este drama de sensibilidad y modestia en el trazado de los sentimientos de Selva. La directora Sofia Quiros confecciona suave y delicadamente, pero con convicción y precisión, un retrato sobre la infancia agonizante, la vida que se desvanece y la naturaleza que emerge. La fuerte presencia de los paisajes -desde la selva hasta la costa caribeña costarricense- evoca todos y cada uno de los rincones de la densa y misteriosa flora y fauna que acompañan la armoniosa evolución del ser humano. Desde las primeras secuencias, la protagonista se enfrenta a una serpiente; un cuerpo reptil amenazante, pero también un símbolo mudo que se desliza para cristalizar la transformación que nutre la obra: el avance de la infancia hacia la adolescencia, el florecimiento del aprendizaje, el apetito por vivir, aunque sea un camino marcado por la pérdida.
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