Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal), dos adolescentes del pueblo de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco, aparecen maquillados como payasos a bordo de un microbús ofreciendo una rutina de comedia. Sus chistes de humor blanco son incapaces de llamar la atención de los indiferentes, e incluso egoístas, pasajeros. Las miradas melancólicas, que reflejan un alto grado de desesperanza, se hacen presentes en los improvisados artistas callejeros. El impulsivo y agresivo Cagalera -que contrasta con el carácter manso e inofensivo de Moloteco- decide hacer uso de la pistola de su abusivo padre, Baturro (Enoc Leaño), para amenazar a la gente y obtener algunas monedas. Al darse cuenta de que el robo en el transporte público deja más ganancias que sus rutinas de chistes, Cagalera le plantea a su leal amigo delinquir más seguido con la intención de reunir lo más pronto posible el dinero que necesita -20 mil pesos- para pagar una plaza en el sindicato de electricistas y abandonar el pueblo que tanto repudia. Sin embargo, en su trayecto, los jóvenes se encuentran con el Planchado (Ricardo Abarca), otro delincuente que les ofrece trabajitos bien remunerados, y el Chillamil (Daniel Giménez Cacho), un perverso hombre recién liberado de prisión.
Chicuarotes (2019), segundo largometraje como director de Gael García Bernal, continúa una larga línea en el cine mexicano que explora las redes que se tejen entre la marginación social, la pobreza y la violencia. Desde el resentimiento con el que actuaba aquel líder de una pandilla juvenil llamado El Jaibo en Los olvidados (Dir. Luis Buñuel, 1950) hasta las dinámicas de agresión y redención en espacios urbanos de la Ciudad de México en Amores perros (Dir. Alejandro González Iñárritu, 2000), pasando por la masa enardecida que busca hacer justicia con su propia mano en Canoa (Dir. Felipe Cazals, 1976), García Bernal parece nutrirse de estas referencias para concentrarse en exhibir la miseria. Bernal se apoya en el notable trabajo del cinefotógrafo Juan Pablo Ramírez (González: Falsos profetas, 2014; 7:19, 2016) para, mediante el uso de tomas continuas, dar a conocer los espacios de San Gregorio Atlapulco, trazando una especie de mapa que permite saber las posiciones de los personajes y sus traslados. Cada cuadro, cada secuencia y cada evento representado aluden a una sociedad llena de desigualdades que se devora a sí misma. En esta especie de ouroboros -la serpiente que se come su propia cola- se encuentra Cagalera, un desesperanzado joven cuya brújula moral sólo le indica marcharse de la penuria de su pueblo. Para lograrlo, el protagonista toma una serie de impulsivas y viscerales decisiones que inminentemente lo conducen a un descenso a los infiernos donde la homofobia, el abuso sexual, el maltrato doméstico, el robo, el secuestro, la venganza, la corrupción y el linchamiento forman parte de las rutinas cotidianas de su contexto y son mostradas por el director de manera fugaz, imprecisa e impaciente, dando la impresión de sólo ofrecer un catálogo de pobreza e infortunio desde una mirada que se siente incómoda al inmiscuirse en un contexto ajeno. Además, la coexistencia de diversos tonos en el guion de Augusto Mendoza (Abel, 2010), trabaja en detrimento de las preocupaciones que pretende explorar Bernal -¿cuál es el origen de esta ola de violencia? ¿la espiral de la pobreza tiene alguna salida?-; hay destellos profundamente oscuros y macabros, próximos a los westerns trágicos de Sam Peckinpah, que, cuando amenazan con explotar, son interrumpidos de manera inesperada e ineficaz por momentos de comedia absurda, cuasi surrealista, pero que sólo contribuyen a la desorientación.
Fecha de estreno en México: 27 de junio, 2019.