Después de la turbulenta relación que tuvieron y los innumerables obstáculos que superaron en las dos películas anteriores, Anastasia Steele (Dakota Johnson) y Christian Gray (Jamie Dornan) encuentran, aparentemente, la estabilidad y el equilibrio entre el sexo y la comprensión, el control y la libertad, el placer y el dolor. Él -apuesto y dominador- sigue siendo un cobarde con sus traumas del pasado debido a la ausencia de una figura materna; ella -tímida, culta y curiosa- todavía tiene dudas respecto al placer compartido, pero ha decidido disfrutar las inclinaciones sadomasoquistas de su compañero, y está dispuesta a que caminen sobre ella si eso le asegura su estabilidad económica y emocional. Después de todo, su historia de amor es coronada con una fastuosa boda, seguida de una apasionada -aunque efímera- luna de miel en la playa. Pero los fantasmas del pasado y las fuerzas oscuras acechan a la feliz pareja. Pronto se encuentran a sí mismos -y a sus seres queridos- involucrados en una intriga criminal y en la mira de una persona enigmática y malévola que busca desenterrar secretos sin importar el daño físico y psicológico que sus acciones puedan causar.
Cincuenta sombras liberadas (Fifty Shades Freed, 2018), la tercera adaptación cinematográfica de la popular serie erótica de BDSM de E.L. James, comienza como un diario de viaje; la fotografía de John Schwartzman (Jurassic World, 2015) es preciosista, la composición de los encuadres busca resaltar la belleza de las locaciones de ciudades europeas -en Francia, principalmente-, mientras los close-ups captan con precisión los atractivos rostros de los protagonistas. Todos estos elementos posibilitan la elaboración de postales que sólo exacerban lo empalagoso de la feliz etapa de la pareja hasta que llegan a su residencia en Seattle. Las interminables discusiones de la pareja se reducen a ver cómo el celoso señor Gray le prohíbe a su esposa ver a otras personas; ella se revela, pero al poco tiempo se siente culpable de no satisfacer los deseos de su marido, entonces acude a él para ser “castigada”. Cuando este tipo de situaciones se estiran al máximo, entonces el director James Foley (Fifty Shades Darker, 2017) recurre a fuerzas y agentes del exterior para desatar una serie de amenazas y tensiones dramáticas; es ahí cuando el filme aspira a alcanzar las dimensiones de un thriller erótico, pero el guion perezoso de Niall Leonard ofrece pistas muy poco astutas que rayan en lo predecible y lo ridículo, y que no se esfuerzan por motivar al espectador a descifrar las perversas motivaciones de los personajes. Cada pequeño conflicto se resuelve con la visita a la “sala de juegos” para un poco de sadomasoquismo liviano con el protagonista abalanzándose sobre ella en lo que aparentemente es una salvaje escena sexual, pero es orquestada de manera muy tímida. Johnson y Dornan ofrecen interpretaciones acartonadas, vacías y monótonas; incluso cada vez que aparentan tener relaciones sexuales exhiben una serie de movimientos artificiales -casi robotizados- y suspiros falsos y poco espontáneos. Para una franquicia aparentemente enraizada en lo perverso y lo transgresor del sadomasoquismo, Fifty Shades es notablemente casta; Foley está más interesado en el glamur del estilo de vida de Gray que en los impulsos más oscuros que habitan en su dormitorio, por lo tanto, el filme termina siendo un ejercicio desapasionado.
Fecha de estreno en México: 9 de febrero, 2018.