En una región rural de Costa Rica vive Clara (Wendy Chinchilla), con su madre, Fresia (Flor María Vargas Chaves) una mujer ya entrada en años, fervorosa creyente de la religión, y su sobrina María (Ana Julia Porras Espinoza), quien la quiere y la cuida. Porque Clara es una persona fuera de lo común. Por un lado, padece una discapacidad física que no le permite moverse con naturalidad; mentalmente, es claro, tampoco actúa bajo los estándares de los otros y, además, mantiene una conexión peculiar con la naturaleza que le permite, incluso, establecer un diálogo íntimo con el caballo blanco de la familia (que solo a ella entiende y obedece); pero, por encima de todo, en virtud al encuentro que, se rumora, tuvo con la Virgen, Clara se convirtió en una especie de emisaria suya que practica pequeños milagros en la comunidad cuyos miembros recurren constantemente a su manto protector para que les de alivio, solucione sus problemas económicos o lo que sea. Para redondear la complejidad de su figura, Clara, entrando en sus cuarenta, está experimentando un feroz despertar sexual, por lo que no necesita mayor provocación para otorgarse a sí misma placenteros milagros, sin importar donde se encuentre. Por lo general, empero, su madre la descubre y como castigo le llena las manos de chile, o se las quema. El ver a María ponerse romántica con un joven que recién ha llegado para ayudarlos con las labores de la propiedad, solo arroja gasolina al fuego interno que parece consumirla.
El cine sigue siendo un medio importante para, de forma artística e inteligente, ayudar a la gente a asimilar la importancia que tiene aceptar, respetar y convivir (de preferencia también querer) al otro, al que consideramos diferente, al que para bien o para mal no encaja en el corset con que la sociedad suele querer que la realidad se contenga. Con una inventiva y convincente interpretación de Wendy Chinchilla (bailarina que sabe apropiarse del cuerpo y la mente de Clara), una práctica y eficiente puesta en escena, resaltada por el educado ojo de la fotógrafa sueca Sophie Winqvist que captura con donaire los paisajes naturales y la forma en que inciden en Clara, un diseño de sonido que acentúa esa presencia de la naturaleza en el interior de Clara, la directora Nathalie Álvarez Mesén retrata un mundo que pese a desarrollarse en la apertura del espacio y la riqueza de lo verde y lo fresco, es opresivo y asfixiante, una estampa con la que muchas personas, en muchos sitios de Latinoamérica claramente se pueden identificar. No es necesario que exista la maldad entre quienes ejecutan acciones reprobables, muchas veces es suficiente con que las buenas intenciones no se adecúen a los deseos de la persona a la que se busca cuidar o proteger. En ocasiones se necesita de actos radicales para romper la violencia de las inercias, y Clara parece haberlo entendido.
*Minicrítica escrita en el IFF Panamá (Diciembre 2021)
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