Al poco tiempo de haber llegado a cuidar a su abuela Anna (Lin Shaye), quien sufre de padecimientos mentales, Alex (Gabrielle Haugh) descubre -en el ático- las reglas de un antiguo juego que no necesita tablero ni dados para funcionar, sino sólo de alguien que se atreva a jugarlo. Sin pensarlo dos veces y siguiendo las reglas al pie de la letra, Alex y su amigo Miles (Grayson Gabriel) comienzan la partida descubriendo, casi de inmediato, que no se trata de un juego común ni de entretenimiento ni, mucho menos, divertido: las consecuencias de perder pueden ser catastróficas, pues ellos no son los únicos participantes. Tan pronto aceptan las condiciones iniciales, el tercer jugador, conocido como ‘el demonio de la medianoche’ —una presencia siniestra que disfruta de ver sufrir a los otros haciendo realidad sus miedos más profundos—se manifiesta. El juego comienza a las 12:00 am en punto y no terminará sino hasta las 3:33 am. Sin embargo, lo que Alex y Miles no comprenden aún, es que ganar no es una opción.
Las reglas del juego son sencillas, no obstante, las normas que rigen el universo cinematográfico que presenciamos y que Travis Zariwny (Intruder, 2016), guionista y director de Demonio de medianoche (The Midnight Man), intentó construir, nunca terminan de aclararse, al contrario, cambian durante el filme y sólo con la finalidad de parchar errores o huecos en el guión. Zariwny no sólo ha realizado un remake innecesario de un filme del 2013 dirigido por el irlandés Rob Kennedy (Midnight Man), sino que ha entregado una película construida con retazos mal combinados de refritos del género de terror, en la que lo único que destaca son los problemas: la trama nunca llega a un conflicto y ni siquiera alcanza a ser verosímil, la situación que desencadena la historia se da de manera forzada; la inserción de personajes externos no tiene ningún sentido con lo que se nos cuenta, salvo para, precisamente, llenar aquellos vacíos. Tomemos como ejemplo la entrada casi mágica del Dr. Goodberry (Robert Englun), quien aparece a mitad de la madrugada sentado en la sala para explicarle a los jóvenes la naturaleza del espectro al que se enfrentan y las causas de los trastornos de la abuela de Alex: una suerte de Deus ex machina que, irónicamente, no aporta nada. Por otro lado, se inserta, casi como necedad, una supuesta historia de amor entre Alex y Miles que nace y termina con un sólo beso. Los diálogos son tan falsos y están tan mal construidos, que los actores parecen repetirlos robóticamente, aún los movimientos corporales, los gestos y las reacciones físicas. Los esfuerzos actorales de Lin Shaye (Insidous, 2010) son insuficientes para salvar aún una sola escena del filme y termina, más bien, ridiculizándose a sí misma. De igual modo, la presencia de una leyenda del género, Robert Englun (A Nightmare on Elm Street, 1984), no hace más que hacernos sentir engañados, pues considerando de quien se trata, podríamos haber esperado más de la película. Desde el punto de vista visual, la dirección de Zariwny es mecánica y redundante: se ciñe a repetir los mismos planos una y otra vez con la finalidad de contarnos la historia lo más rápido posible y de la manera más simple que exista. Tal pareciera que todas las energías se gastaron en la creación del monstruo, en el maquillaje y en la caracterización del mismo, aunque deja mucho que desear. En pocas palabras, Zariwny nos entrega una caricatura de los filmes de terror con personajes mal construidos, una historia insulsa y sin sentido, conejos satánicos y una anciana que sonríe malévolamente y que nos da los únicos sustos de la película, pues durante una hora y media reímos más de lo que nos asustamos.
Fecha de estreno en México: 23 de febrero, 2018.