Paul Kersey (Bruce Willis) es un cirujano que lleva una cómoda e idílica vida en Chicago con su esposa Lucy (Elisabeth Shue) y su hija Jordan (Camila Morrone) -que está a punto de dejar la ciudad para realizar sus estudios universitarios en Nueva York-. Una noche, mientras Paul debe trabajar en el hospital, tres violentos delincuentes irrumpen en la casa de Paul, matando a Lucy y lastimando gravemente a Jordan. Desesperanzado y con muy poca confianza en las habilidades de los detectives, la policía local y las autoridades, Paul anhela una fuerza de vigilancia que luche contra los criminales. Adquiriendo ilegalmente un arma, el cirujano comienza a transitar las calles durante la noche para asesinar a los delincuentes de la ciudad, entrenándose para enfrentarse a los que destruyeron a su familia. Ganándose el apodo de “The Grim Reaper”, Paul se convierte en una misteriosa estrella de los medios, pero su misión de vengarse de los monstruos de la ciudad se complica a medida que profundiza en el inframundo, tratando de mantener su vida cotidiana en el proceso.
Death Wish comenzó su vida en 1972 como una novela escrita por Brian Garfield, que tenía la intención de hacer una declaración sobre la inutilidad del vigilantismo, representando a su personaje principal como un hombre llevado lentamente al borde de la inhumanidad. Dos años después llegó la adaptación cinematográfica protagonizada por Charles Bronson, un filme de acción que cambió en gran medida la dirección temática, alimentando secuelas cada vez más ridículas (cuatro en total). Ahora, el momento de la llegada del remake, dirigido por Eli Roth (Hostel, 2005; Knock Knock, 2015), no podría ser peor. En Estados Unidos, el tema de las armas y los lunáticos que las poseen es debate constante y tema cotidiano en los noticiarios. Y en este contexto aparece una película que celebra las maravillas destructivas de las armas de fuego y el valor de ir más allá del sistema legal para alcanzar la justicia por mano propia; peor aún, Roth no está dispuesto a permitir que Kersey sea vilipendiado por sus acciones imprudentes, al contrario, es celebrado. El primer acto de Death Wish permite identificar la impotencia de un hombre común frente a la violencia cotidiana enviándolo a una misión de justicia acribillada y turbulenta que debería llevarlo a un nivel de inestabilidad mental. Sin embargo, en los actos posteriores, falta el arco crítico de pacifista a maníaco; Roth evita cualquier disección de índole moral y es poco aventurado para explorar la sombría psicología de su personaje. Por su parte, Willis es totalmente plano, ofreciendo una interpretación sin matices y aletargada, obligando a Roth a sumergirse en su catálogo de torturas para presentar secuencias sangrientas y acentuar el rastro de venganza de Paul. Los cuerpos se abren en rodajas y se aplasta la cabeza, pidiendo a la audiencia que se deleite con la exhibición del dolor. Y si eso no es suficiente, el culto a las armas toma el mando, con Roth recurriendo al poder sonoro de AC/DC mientras muestra el proceso de aprendizaje para utilizar pistolas, rifles y metralletas, dejando que el relato no sea más que un desfile para enfrentamientos cansinos entre un hombre enojado y los matones que asesinaron a su familia.
Fecha de estreno en México: 9 de marzo, 2018.