Atormentada por un dolor en el estómago sin razón médica aparente, Chloé (Marine Vacht) decide seguir el consejo de su ginecóloga y asistir a un psiquiatra para considerar las posibilidades de la existencia de una afectación psicológica. Tras sólo algunas consultas con Paul (Jérémie Renier), su terapeuta, Chloé mejora física y emocionalmente de manera rápida e inaudita. Sin embargo, al tiempo que se construye entre ellos una sana relación profesional, también se engendra una inevitable historia de amor que imposibilita continuar con las terapias y que da pie a su relación amorosa. Tiempo después, cuando deciden vivir juntos y recomenzar desde cero, Chloé descubre, no obstante, que Paul esconde un extraño pasado: se ha cambiado el apellido y, además, mantiene en secreto la existencia de un hermano gemelo, también psiquiatra, a quien niega a toda costa. Para averiguar lo que ocurre, Chloé pide una consulta con él, con Louis (Jérémie Renier), sorprendiéndose por su personalidad explosiva y tan opuesta a la de su hermano. Sin embargo, sus motivaciones pronto se desviarán hacia un camino oscuro involucrándose con él en un amorío violento que la orillará al borde de la locura.
Si se analiza, se verá que la obra de François Ozon (Frantz, 2016) es una exploración que, de manera reiterativa, pero evitando repetirse, aborda los mismos temas (la perversión, el secreto, el voyerismo) con ligeras variaciones de estilo. En este sentido, es un cineasta enfocado, sobre todo, en las formas. Al menos eso queda claro con su más reciente filme Doble amante, amante doble (L’amant double, 2017) en el que cada uno de los elementos visuales que se nos presentan, como parte de la trama o de la exploración cinematográfica, está cargado de sentidos simbólicos, alegóricos y metafóricos. Ozon es un excelente constructor de símbolos —no por nada vemos su obsesión con el psicoanálisis que, dicho sea de paso, éste podría ser su filme más saturado de dicha teoría psiquiátrica—, y los cuales abundan en L’amant double. Su astucia se encuentra en que no sólo coloca los símbolos en la pantalla, sino que los engarza con los conflictos internos de sus personajes. Un ejemplo claro está en la construcción del espacio y en el cómo éste dialoga con el interior de Chloé. Durante su turno en el museo, donde labora como vigilante, ella se encuentra rodeada, casi invadida, de obras que le insinúan al espectador los estados mentales y físicos del personaje en cuestión; ya sean cuadros abstractos que hacen referencia a los sonrosados genitales femeninos y al símbolo de la maternidad que pesa sobre Chloé o las esculturas enmarañadas que sugieren el enredo emocional de la protagonista, Ozon apela, siempre, a nuestro propio inconsciente para involucrarnos con la trama. Como decía antes, esto también es visible en los recursos técnicos, en la edición y en el montaje. Por ejemplo, la partición de la pantalla para mostrarnos diferentes puntos de vista de un mismo hecho, recalcando los trastornos psicológicos y acontecimientos siniestros del filme. O bien, las disolvencias, mismas que crean una sutil yuxtaposición conceptual de las imágenes proyectadas generando un diálogo que resignifica lo que observamos —al inicio del filme este tipo de transiciones son utilizadas, más que para realizar un cambio espacio-temporal, para hacer hincapié, desde los gestos de Chloé, de su volatilidad emocional. Desafortunadamente, Ozon peca, como en algunas otras de sus películas (Dans la maison o Les amants criminels) de perder el control de la anécdota y rebasar el límite que existe entre lo poético y lo patético, resolviendo, incluso, la historia de forma burda y simplona. Por momentos, el filme nos remite a La double vie de Véronique (Dir. Krzysztof Kieslowski, 1991) por su bella exploración cromática y su acercamiento a la ternura, fragilidad e intimidad femenina, sin embargo, conforme avanzan los minutos, descubrimos que se trata de algo no sólo más retorcido, sino tosco. Aún la misma riqueza simbólica se diluye —irónicamente por su acumulación desordenada y obvia— dejándonos, al final, con un sabor de boca agridulce y de tenue decepción.
Fecha de estreno en México: 22 de marzo, 2018.