La marginalidad del pueblo huichol y la política gubernamental mexicana de exaltar el folklore de las culturas indígenas en el extranjero pero invisibilizar la existencia de los creadores, quedan claramente postuladas durante los primeros minutos del documental Ecos de la montaña, de Nicolás Echevarría (Cabeza de vaca, 1991), con una sencilla anécdota mostrada a través de pietaje de Televisa y una voz en off. En 1997, el presidente Ernesto Zedillo regaló al gobierno francés un mural huichol que fue colocado en la estación de metro del Museo Louvre. El gesto está plagado de ironía: la pieza está en los subsuelos; no alcanzó el suficiente estatus para entrar al monumento al saqueo y la colonización que es el Louvre -más allá de su función como espacio de despliegue y canonización cultural. El cuestionamiento sobre el borde entre el arte y la artesanía, aunque no de manera evidente, se mantiene vivo durante todo el filme. El autor de la pieza, Santos de la Torre, está tan en los márgenes que ni siquiera fue invitado a colocar propiamente el colorido mural construido a base de chaquiras que representa la cosmogonía de su pueblo; mucho menos fue invitado a la pomposa inauguración con ‘personalidades’ políticas y del arte en París. De alguna manera, Ecos en la montaña intenta resarcir una deuda nacional, al hacer un respetuoso y celebratorio retrato público del artista, al mostrar sus costumbres –en peligro de extinción–, su alma –en pena– y, claro, su arte.
El mural del 97 es el punto de partida para llegar a otro mural, también de De la Torre, hacia el final de la película, y lo que sucede entre estos dos es una travesía de reconocimiento del propio Santos como una voz que habla por su pueblo, que ha desarrollado una consciencia ancestral, abiertamente conectada con su geografía, sus antepasados, su esencia, sus dioses, pero también consciente de que el país en el que accidentalmente quedó atrapada su comunidad no solo no está interesado en él y su gente, sino que está dispuesto a cometer tropelías en su contra con tal de explotar su tierra o su arte o lo que sea. El relato está construido de forma metarreferencial como un tercer mural, en el que los pequeños mosaicos que lo conforman, cada uno con vida propia (las reflexiones de Santos, la ruta del peyote, su vida familiar, una visita al museo…) no siempre embonan a la perfección, haciendo algunos de sus pasajes algo crípticos. Pero a pesar de esta contención –que quizá se deba a que Echevarría evade a toda costa cometer el pecado que denuncia: la explotación (en este caso, de la imagen de un pueblo)–, Eco de la montaña es sumamente emocional. Cuando llegamos al final, cuando vemos el segundo mural de Santos terminado, hemos adquirido el suficiente conocimiento sensible para apreciar con mucha mayor fuerza, seriedad y apego el trabajo de este artista que no debe ser olvidado.
SOR (@SofOchoa)
Consulta los horarios en Cineteca Nacional, Cinemex, Cinépolis, Cine Tonalá
Fecha de estreno en México: 12 de junio, 2015.