Con una apenas audible y pocas veces emitida voz de pajarito, Natalie Portman interpreta (tan bien, que un Oscar es más que probable) a Nina (supongo que es ironía:) Sayers, una frágil pero musculosa y obsesiva bailarina que sueña, como todas las bailarinas, con conseguir el papel principal en la puesta en escena de temporada, El lago de los cisnes. Ella sí lo obtiene y para interpretar al cisne blanco (bueno y puro) y al negro (malévolo y seductor) a la perfección, explora, a su costa, todos los rincones de su consciencia e inconsciencia; madre opresora, celos a sus compañeras, sexualidad reprimida, incluidos, sin violar la cuadrícula de ajedrez. Pasa del blanco al negro omitiendo matices.
Filmada en solo 42 días, esta contraparte femenina de la película anterior de Darren Aranofsky, la exitosa El luchador (2008), supo sacar lo mejor de sus mayores desventajas: resuelve las carencias dancísticas del cast usando una muy ceñida al bailarín cámara en mano que acentúa el esfuerzo físico y el vértigo psicológico.
SOR