A principios de la década de los sesenta, poco antes de la visita del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, a México, el policía judicial y también detective, Filiberto García (Damián Alcázar), es contactado por el coronel del ejército mexicano (Javier López) y un enigmático político (Eugenio Derbez) para que averigüe todo lo relacionado a un pequeño grupo de terroristas de la China comunista que ha ingresado al territorio nacional con la intención de asesinar a Kennedy. Para recopilar información, Filiberto decide visitar a sus contactos del barrio chino del Centro Histórico, entre quienes se encuentran Fumanchú (Gustavo Sánchez Parra), Liú (Salvador Sánchez) y Martita Fong (Bárbara Mori). Con el pasar de los días, el judicial también se entrevista con Graves (Ari Brickman) -un agente de la CIA- y Laski (Moisés Arizmendi) -un espía ruso de la KGB-, ambos dispuestos a colaborar con las investigaciones. Enamorado de Martita, fantaseando con unas vacaciones en Acapulco y cada vez más sumido en una ola de mentiras y corrupción, Filiberto se siente confundido y abrumado con las pistas que ha recopilado. Para tomar distancia y poder resolver el caso, el hombre comienza a desconfiar de todos aquellos que están involucrados en la misión.
Basado en la obra literaria de Rafael Bernal publicada en 1969, El complot mongol (2019) pretende crear un relato de intriga internacional al involucrar a distintos participantes en una red de putrefacción humana que, conforme avanza, debería proponer encrucijadas, dilemas y bifurcaciones, pero termina palideciendo ante el atractivo de sus dos o tres recursos visuales, cuyos encantos paulatinamente también pierden interés debido a la manera tan insistente en que los utiliza el director Sebastián del Amo (El fantástico mundo de Juan Orol, 2012; Cantinflas, 2014) a lo largo del relato. Las luces neón de saturadas tonalidades verdes y rojas arropan los escenarios nocturnos para confeccionar enigmáticas y sugestivas atmósferas de incertidumbre y sospecha, laberintos artificiales y metafóricos por los que deambula Filiberto en sus distintas facetas (el asesino, el vengativo, el investigador, el enamorado) interpretadas de manera destacada por Alcázar. Sin embargo, los elementos de la novela negra y del thriller de conspiración son desechados inmediatamente por el cineasta mexicano. Poco importa que nos creamos o no una conspiración, lo verdaderamente importante es la manera en que el narrador es capaz de ir de un lado a otro para generar tensión y transmitir una sensación de peligro, invitando al espectador a ser partícipe en el armado del rompecabezas. Pero desgraciadamente nada de eso hay aquí. Del Amo recupera el sarcasmo -aquel elemento que en las páginas le permitieron a Bernal crear nuevas capas de comprensión ante situaciones absurdas y macabras-, pero en pantalla lo traduce en un humor tosco y ordinario basado en la caricaturización y ridiculización del otro: del extranjero, del provinciano, del borracho, del débil. En lugar de recurrir a la voz en off como estrategia para narrar los acontecimientos en primera persona desde la perspectiva del protagonista, el guionista y director prefiere que Filiberto rompa la cuarta pared con la intención de crear una especie de complicidad con el público. Esta decisión conlleva tres graves problemas. El primero a nivel visual; el filme está repleto de close-ups, no sólo porque cada vez que Alcázar le habla directamente al público debe mirar a la cámara de frente, sino porque incluso en las conversaciones que mantiene con otros personajes, se repite la misma fórmula: plano, contraplano y ambos interlocutores de frente a la cámara. Segundo, el espectador es manipulado tramposamente para permanecer siempre del lado del policía; no basta con ver los acontecimientos y recibir la información desde la mirada de Filiberto, sino que, además, escuchamos sus prejuicios antes de que nosotros intentemos cuestionar el proceder del personaje o reconstruir determinados eventos y comportamientos de los otros. Tercero, el quebrantamiento de esta pared imaginaria es estirado hasta su límite, explotado constantemente, evidenciando así la poca imaginación para utilizar distintos métodos que favorezcan la empatía con los conflictos, angustias y dolores del protagonista. Y en última instancia, aunque se resalte que El complot mongol es una farsa, esto trabaja en detrimento del filme, cuya columna vertebral, el de la intriga, se tambalea constantemente.
Fecha de estreno en México: 18 de abril, 2019.