Después de haber estado juntos durante muchos años, la pareja conformada por Beatriz (Sylvia Pasquel) y su esposo (Alejandro Suárez) parece haber llegado a un punto límite sin retorno plagado de desconfianza y pasión moribunda. La presencia de Dinorah (Greta Cervantes), una joven que cuida al hombre cuando Beatriz no está en casa, parece avivar sus llamas de resentimiento. Mientras Beatriz toma clases de tango -de manera discreta, incluso secreta- el señor, un médico fracasado que se convirtió en farmacéutico homeopático, está seguro de que lo está engañando. Además de transitar lentamente por la casa, cojeando y con bastón en mano, él dedica parte de su tiempo a oler los sostenes y la ropa interior de su pareja en busca de nuevas excitaciones, pero también rastreando si hay signos de infidelidad. Aprovecha varios momentos del día para acusar a Beatriz de ser una prostituta; la abusa verbalmente, la degrada y la humilla, mientras la mujer, obsesivamente, toma notas de sus acusaciones obscenas y se las lee a su compañero de tango (Daniel Giménez Cacho) a quien quiere seducir. Por su parte, el anciano tiene la intención de ver a Isabel (Patricia Reyes Spíndola), su amante de toda la vida, aunque su impotencia sexual es cada vez más frecuente.
En su más reciente filme, El diablo entre las piernas (2019), el veterano realizador mexicano, Arturo Ripstein (El castillo de la pureza, 1973; El imperio de la fortuna; 1986) y su habitual colaboradora, la guionista Paz Alicia Garciadiego, trabajan bajo las estructuras del melodrama marital para estirar los límites del género y, de manera osada y transgresora, representar el desmoronamiento de una pareja de ancianos, cuyos deseos pasionales, sexuales y lascivos los superan porque sus cuerpos viejos y decadentes ya no pueden sostener sus pretensiones. Lejos de cualquier atisbo de ternura, cursilería chantajista o falso conservadurismo, el filme se concentra en la exploración de los impulsos carnales y la frustración sexual durante la vejez. La corpulencia y la vulgaridad del hombre junto a la tristeza sofocante y la palidez que absorbe la vitalidad y energía de la mujer son rasgos tan contundentes para abordar de manera íntima, intensa, visceral y por momentos perturbadora esa última etapa de la vida humana que los personajes presienten pronto llegará a su fin. Filmada con la misma pulcritud del blanco y negro que ya había utilizado en Las razones del corazón (2011) y La calle de la amargura (2015), el cinefotógrafo Alejandro Cantú (Carmín tropical, 2014) repite la decisión estilística en esta nueva colaboración con Ripstein; su cámara se mueve por la casa de la pareja como si fuera un fantasma, deambula por las habitaciones, los pasillos y los rincones para tratar de comprender la complejidad de su relación. Pero no es una cámara pasiva; aunque se mueve de manera sigilosa, se vuelve entrometida e intrusiva, necesaria para descubrir los vínculos y las dinámicas de los personajes. La atmósfera de la casa acompaña de manera paralela el deterioro del estado físico de la pareja; cada uno tiene su habitación propia, por lo que cuando el anciano visita a Beatriz para fantasear con su ropa interior, ella lo percibe como una desagradable invasión. El guion logra construir paciente y eficientemente las extrañas dinámicas de la pareja; sus vicios, preferencias, gustos y miedos se desarrollan a distintas velocidades, pero permiten comprender por qué, a pesar de la repulsión y la perversa cotidianidad, se mantienen juntos.
Fecha de estreno en México: 5 de mayo, 2021.
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