La imaginación del ambicioso Phineas Barnum (Hugh Jackman) no tiene límites ni precio: es un creador de negocios fracasados. Después de que la compañía náutica para la que trabajaba quedara en bancarrota, se le ocurre una idea que puede cambiar su vida para siempre: un espectáculo con gente fuera de lo común. Valiéndose de su astucia, consigue un préstamo del banco que le permite inaugurar el primer circo de Nueva York. De la mano del multimillonario productor de teatro, Phillip Carlyle (Zac Efron), consigue reunir a la gente más extraordinaria de Estados Unidos. Sin embargo, normalmente los sueños tienen un costo que rebasa las posibilidades del dinero. Para lograr su cometido, Barnum tiene que enfrentarse, no sólo a la sociedad conservadora de su tiempo y a los críticos mordaces, sino a los dictados de su espíritu y a su propia inhumanidad, poniendo en riesgo aquello que más atesora: su familia.
Magia e ilusión –es decir, el arte del engaño– atrapadas en las crueldades del mundo real, es lo que ofrece el primer largometraje como director de Michael Gracey, El gran showman (The Greatest Showman, 2017). Ambientado a finales del siglo XIX, en aquella Nueva York varada entre el desarrollo industrial y la crisis económica, el filme biográfico y musical cumple con las exigencias de su género: contagiosas canciones, escritas por los galardonados de la Academia Benj Pasek y Justin Paul (La La Land, 2016), y una gran producción con escenarios y vestuarios excelentemente diseñados. Siguiendo el patrón discursivo de las historias del american dream (tenemos la vida que somos capaces de construir), la película –basada en la vida real de P.T. Barnum– es una huida de la realidad, cuyas problemáticas vacilan entre el cinismo y la filantropía del protagonista, la arbitrariedad de lo que consideramos virtuoso o depravado, el arte y lo comercial, la belleza y la fealdad, la discriminación y los valores sociales. En pocas palabras, es un retrato de los albores de la sociedad capitalista estadounidense, donde el gran empresario es considerado, también, como una oportunidad heroica hacia el futuro. Barnum habla todo el tiempo de libertad, de la necesidad de hacer del mundo una fantasía, entendiendo al respecto que eso significa hacer del mundo un producto: una ilusión. Si bien la película no hace sino inclinarse a mostrarnos a un Barnum humanitario, lo cierto es que es posible poner en duda su discurso, ya que muestra su contradicción por sí mismo: dar una oportunidad a las minorías raciales y a las personas con malformaciones genéticas ofreciendo un espectáculo de monstruos que hará reír a los demás. Lo más destacable, sin duda, son las melodías, las complejas coreografías y el manejo de las emociones del espectador a partir del ritmo del tiempo cinematográfico, pues engarza perfectamente el desarrollo de la trama con el carácter catártico de las canciones: las fibras sensibles del espectador están siempre a merced del filme. Por otra parte, se agradecen los riesgos tomados, por ejemplo, el coqueteo con el melodrama y lo ridículo impuesto, sobre todo, en los personajes del circo: transformar a un personaje cómico, como la mujer barbuda, en uno serio, no es cosa fácil. Sin embargo, se lamenta que dichos riesgos se expresen en un estilo fílmico más bien mesurado y convencional.
Fecha de estreno: 28 de diciembre, 2017.