Richard Kuklinski (Michael Shannon), asesino a sueldo norteamericano, cuyas variadas formas de matar –desde pistolas, pasando por el uso de arsénico, hasta extravagancias tales como una ballesta– le hicieron un personaje interesante para el gusto popular. Capturado en 1986, provocó sorpresa en sus más allegados debido a que siempre se le consideró un respetable hombre de negocios y buen padre de familia. Se le apodaba “el hombre de hielo” por su curioso método al momento de deshacerse de los cadáveres; los congelaba para confundir a la policía, pues así no se podía determinar la hora de la muerte. Kuklisnki murió en 2006 al interior de la prisión de Trenton, se le adjudicaron más de cien homicidios, aunque se cree, éstos podrían haber superado los doscientos.
En pantalla sobresale la actuación de Michael Shannon (Take a Shelter, 2011), quien hace de su Kuklinski un personaje redondo, muerto, inexpresivo, tan capaz de ser un sobresaliente padre de familia como un despiadado asesino, sin que ninguno resulte inverosímil al espectador. Por otra parte, el guion y la dirección de Ariel Vromen demeritan los esfuerzos de Shannon, pues el ritmo de la película es irregular, en su intento de ser tanto una buena epopeya gansteril como un retrato del serial killer, no logra conjuntarlos; en tanto, la trama se ve afectada por la disparidad en la importancia que se presta a ciertos asuntos, de tal forma que, detalles importantes como el origen de su psicopatía, su código moral e incluso la trascendencia de su modus operandi, apenas aparecen como meros sucesos circunstanciales. Se agradecen las bien llevadas actuaciones de Ray Liotta, Wynona Ryder y Chris Evans, aunque la presencia de David Schwimmer, quien fuera Ross en la serie televisiva Friends, provoca una risa involuntaria en momentos poco oportunos.
AS (@albertosandel)