La primera escena que el filme nos ofrece es el zoom in a una detallada maqueta de una elegante casa realizada a escala, donde cada objeto ha sido retratado con sumo cuidado. En su interior, hay una tranquila habitación en la que –de un modo casi surrealista- irrumpe un hombre para despertar a su hijo. El hombre, Steve (Gabriel Byrne), le pide a Peter (Alex Wolff) que se levante de la cama y se ponga un traje. Ahora el padre busca a su hija, Charlie (Milly Shapiro), quien pasó la noche en la casa del árbol situada a un costado de su hogar. En el automóvil espera Annie (Toni Collette), madre de los dos adolescentes y esposa de Steve. Todos visten de negro ya que asisten al funeral de la abuela. Durante el discurso previo al entierro, Annie habla sobre lo difícil que fue para ella tener una relación sana con su madre, debido a los problemas mentales que la difunta poseía y las tragedias que parecían rodear sus vidas. Paulatinamente conocemos a los integrantes de la familia: Annie es una artista, realiza modelos a escala para presentarlos en una galería; entre sus proyectos se encuentra una minuciosa copia de su propia casa. Steve, el miembro conciliador, es un psiquiatra que intenta mantener unida a su familia. Peter es un joven distante que tiene una relación ríspida con su madre. Y Charlie, una adolescente atípica que chasquea la lengua –como una especie de tic nervioso-, realiza extraños muñecos con los objetos que encuentra en su casa. Pero, tras la muerte de la anciana, sucesos que carecen de una explicación racional comienzan a suceder.
Uno de los temas que más inquieta al cineasta Ari Aster son las relaciones familiares; dicha inclinación es palpable desde sus cortometrajes Munchausen y The Strange Thing About the Johnsons, dos aproximaciones sobre lo tóxicos y destructivos que pueden ser los vínculos sanguíneos. El legado del diablo (Hereditary, 2018) también camina sobre ese terreno, pues del mismo modo en que la relación con su madre se deterioró a partir de sus diferencias, Annie crea un bucle similar con su hijo, hecho que llega al punto más álgido cuando –durante una pesadilla- le confiesa a Peter que nunca quiso tenerlo y deseaba abortarlo, resumiendo en la represión de ese secreto la tensión que se oculta detrás de las paredes de esa casa que exteriormente parece perfecta. El director de fotografía, Pawel Pogorzelski (We’re Still Together,2016; Tragedy Girls, 2017), logra crear -dentro de lugares tan reducidos como lo son las habitaciones de un hogar- un ambiente que oscila entre lo real y lo quimérico, jugando constantemente con las certezas, expectativas y certidumbres del espectador. Por su parte, el saxofonista Colin Stetson logra una composición musical tan certera y apabullante que convierte los sonidos de una casa del siglo pasado en el himno espectral que presagia la inmersión de algo maligno que se va agolpando escena tras escena hasta que, acompasado con las cuerdas y los sintetizadores, se expande de la misma manera en que la sangre fluye fuera del elevador en The Shining. Pero El legado del diablo no es solo una cinta sobre las relaciones interpersonales; algo oscuro y ominoso reside en un guion sumamente detallado y pulcro que se toma su tiempo para revelar un hecho aterrador, con la misma calma que se nos devela el destino de Neil Howie en The Wicker Man, el de Anna en Martyrs o el de Rosemary en Rosemary’s Baby, dejando que el personaje de Toni Collette pase del duelo a la ira y el de Alex Wolff de un arrogante adolescente a un niño que llora en busca de su madre. En su primer largometraje, Ari Aster logra crear un complejo rompecabezas, sumamente aterrador que nos muestra cómo sus personajes son tan sólo peones movidos por una fuerza mucho más grande que ellos.
Fecha de estreno en México: 8 de junio, 2018.