El poder del nombre, el poder de la palabra, son dos de las fuerzas a las que el documental He Named Me Malala (Él me nombró Malala, 2015) recurre con insistencia para esbozar la identidad de Malala Yousafzai, la primera adolescente en haber ganado un premio Nobel (por la Paz, en 2014). El primer poder, el del nombre, que se evoca desde el título, alude a la relación del padre con la hija (“como una sola alma en dos cuerpos”, dice él). Antes de que ella saliera del vientre, él ya le tenía un deseo: sería valiente, sería diferente, sería rebelde, viviría como león, no como ratón, y entonces la bautizó Malala. En un momento conmovedor, el padre, Ziauddin Yousafzai, cuenta que en su árbol genealógico que iba cientos de años atrás, no había un solo nombre de mujer, y él escribió Malala. El segundo poder, muy ligado al primero, el de la palabra, es el poder de la libertad que te da la ausencia del miedo frente a un enemigo desalmado y armado, la ausencia de enojo frente al que ha puesto tu vida en peligro y ha mermado tu cuerpo. Este es el poder que ha propulsado la vida de Malala; la dirección se la ha dado el amor y la fe en la educación, específicamente en la educación de la mujer.
Malala salió de Pakistán rumbo a Reino Unido en 2012 con una bala en el cráneo. Los talibanes le habían disparado por su activismo, que comenzó a los once años, por defender el derecho a la educación de las mujeres. Esta es la línea narrativa central que el documentalista Davis Guggenheim (ganador al Oscar por Una verdad incómoda, 2006) usa para conocer la personalidad de Malala: ¿qué la mueve?, ¿por qué no tiene miedo? De ahí se desprenden dos líneas más: las evocaciones al pasado que explican la cadena de sucesos que ha sido su vida –y que visualmente se combina con sencillas pero encantadoras animaciones y con pietaje levantado en la región del Swat, de donde Malala y su familia son originarios– y el presente, la vida familiar, aparentemente común y corriente de esta heroína moderna. Vemos su casa, la relación con sus hermanos, cómo se sonroja cuando muestra en su computadora a los hombres famosos que le gustan. Podría parecer una joven normal, con inseguridades normales. Lo es y no lo es. Vemos su fe en el Islam (“esta vida es sagrada”), parte de su trabajo en África, con los refugiados sirios, siempre enfocándose en la educación. Malala es una de las personas más valientes del mundo y Davis no se molesta en cuestionarlo. Al contrario, colabora para abonar a favor de un mito viviente. Hay momentos en que la incomoda (“he descubierto que no te gusta hablar de tu dolor”, y ella enmudece) y también cuestiona la relación del padre con su hija (¿qué tanto está ella viviendo la lucha de él?), pero no se ensaña. El relato avanza con fluidez a través de la vida de esta joven que todavía es niña, pero que, al mismo tiempo, es un mujerón. Davis hace de su documental una celebración al pensamiento, al conocimiento, a la integridad y a quien lucha por la paz, que tanta falta le hace al mundo.
Fecha de estreno en México: noviembre 23, 2015.