Ambientada en 1919 en una Europa desastrada y herida tras los estragos provocados por la Primera Guerra Mundial, y durante la resaca dejada por los horrores de la guerra, un exsoldado francés, Adrien (Pierre Niney), viaja a las provincias alemanas para llevar flores a la tumba de un amigo germano, Frantz (Anton von Lucke), contra el que luchó en los campos de batalla. Una vez ahí, Adrien no sólo tendrá que enfrentarse al odio y desprecio alemán, sino también al rencor de la familia de su amigo y a su exprometida Anna (Paula Beer), con quien comenzará una relación que trascenderá los límites del lenguaje, de las naciones y de la muerte. Un secreto, sin embargo, pondrá de manifiesto la fragilidad de ambos.
Frantz (2016), dirigido por François Ozon (Dans la Maison, 2012), es un melodrama de amor narrado a la manera del cine clásico (composición visual que opta por la objetividad y el realismo, punto de vista externo cómplice de la intriga y linealidad temporal), pero con la intensidad emocional que caracteriza a los filmes del cineasta francés. Basado libremente en la película de 1932, Broken Lullaby, dirigida por la leyenda del cine alemán, Ernst Lubitsch, el filme de Ozon es también un homenaje a las películas románticas de aquel entonces; un homenaje que une lo clásico con una tenue variante de experimentación contemporánea: el uso del color. La mayor parte del filme es en blanco y negro, pero existen algunas escenas que son completamente a color y, más aún, hay otras que parecen ser invadidas por él. No obstante, no se trata de un capricho gratuito, sino de un hilo de lectura e interpretación que puede guiar al espectador a comprender el filme, y a sentirlo, de modos más profundos. François Ozon tiende a cargar sus obras de sentidos simbólicos, ya sea a partir del psicoanálisis y los arquetipos o, como en este caso, de las herramientas propias del arte cinematográfico. De manera que las finalidades del cambio de coloración se dirigen a dichos sentidos y son, básicamente, tres: primero, insinuar una diferencia entre los espacios narrativos de la realidad y aquellos pertenecientes a lo onírico y a la memoria; éste sería el nivel más superficial. Segundo, para crear atmósferas psicológicas en la trama y en los espectadores: el color crea un ambiente cálido, intenso, alegre, vívido, mientras que el blanco y negro permanece como parte de un sueño terrible, interminable, en el que los personajes están sumergidos y donde no hay más que dolor, pasividad y tedio. Irónicamente, son las escenas en blanco y negro las que están destinadas a lo real, a la insoportable realidad de los personajes, a tiempo que es en las escenas a color, donde se viven los sueños, la ficción y las mentiras (que más que ser nocivas, son paliativas). Y tres, el color es el medio a partir del cual se sugieren los cambios en los estados emocionales: la alegría y el amor, opuestas a la muerte y al sufrimiento. Por otra parte, es importante señalar que Ozon vuelve a sus temas recurrentes: la pasión (l’amour fou), los dilemas morales, la culpa, el secreto y la mentira, mismos que suelen transformar a las estructuras de sus filmes en un complejo amasijo de drama y thriller psicológico. Frantz no es la excepción, pues hay momentos en los que la persecución de la verdad tiende a tonos similares a los del thriller. Sin embargo, a diferencia de sus películas anteriores, ésta presenta todo ese sistema que lo caracteriza de un modo más elegante, sutil, menos patético, más concreto y mucho más intenso. En otras palabras, vemos a un director en plena madurez creativa.
Fecha de estreno en México: 4 de enero, 2018.
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