Paul Gauguin pasó toda una vida viajando a tierras lejanas en busca de un paraíso primitivo. Creyendo que la clave para desatar su creatividad se encontraba en lugares lejanos que aún no habían sido corrompidos por la civilización, se dirigió a áreas cada vez más remotas de Europa, el Caribe y la Polinesia. “Para hacer algo nuevo”, decía, “tienes que volver a los orígenes, a la humanidad en su infancia”. Pero al llegar a cada destino descubrió que la realidad que encontraba era muy diferente del paraíso que había imaginado. Había fantaseado cada nuevo lugar como un mundo sagrado donde las personas vivían de manera simple, libre y sin inhibiciones, pero en cambio encontraba sociedades complejas con sus propias realidades difíciles. Hambriento de inspiración y hambriento de deleitarse con un nuevo mundo, partió hacia Tahití donde imaginó que podía pintar en paz, viviendo en armonía con la naturaleza, esforzándose por capturar este paraíso esquivo, representando un mundo de ensueño mítico e idealizado.
Sin molestarse en darnos mucha información sobre el pintor titular (Vincent Cassel) o su familia antes de emprender su odisea rumbo a un lugar desconocido y exótico, Gauguin, viaje a Tahití (2017) se basa en las controvertidas memorias de Gauguin para seguir al artista revolucionario mientras se adapta a este nuevo mundo y descubre nuevos materiales, estilos y mitologías. Sin interés en la elaboración de una película biográfica tradicional, el director Edouard Deluc captura la fascinación del artista por la vida en la isla mientras se sumerge en la forma de vida indígena, mostrando el tiempo que el pintor pasó en la isla durante su primer viaje, alternativamente peligroso y prolífico, donde, siguiendo una improvisada propuesta hecha en una sola conversación, acepta “casarse” con Tehura (Tuheï Adams), quien se convertiría en el tema de algunas de sus pinturas más famosas. Muy bien interpretada por Adams, el papel de Tehura -como la joven nativa optimista, de buen corazón que inspira a un hombre blanco- es una reminiscencia de Pocahontas (Q'orianka Kilcher) en The New World (2005) de Terrence Malick. Sin embargo, aunque la película de Malick parece haber influido en Deluc en términos de su enfoque general, desafortunadamente, la heroína de Kilcher es mucho más tridimensional que Tehura de Gauguin. Eludir y a veces romantizar las actitudes extravagantes de Gauguin -por ejemplo, la falta de comida o de descanso de la joven, mientras posa durante horas y horas- son los medios utilizados para justificar sus fines artísticos, y es ahí donde la película pierde la oportunidad de examinar el desequilibrio de poder entre artista y musa, así como marido y mujer. La fotografía de Pierre Cottereau y la música de Warren Ellis son elementos completamente inmersivos: ayudan a crear un portal vivo de otra época, un mundo de ensueño, del cual Gauguin esculpe una existencia exigua. Desafortunadamente, la mayoría de las composiciones visuales están rígidamente dedicadas al tono melancólico establecido por Deluc y, por lo tanto, carecen del color y la vitalidad de la obra del artista durante ese periodo creativo. La verdadera gloria de la película descansa sobre los hombros de Vincent Cassel, quien le da vida a los defectos y talentos del pintor de manera irresistible. Gauguin espera una vida de ocio al hundir sus pies en la arena polinesia por primera vez, pero en cambio se encuentra en la misma rutina que su antiguo ‘yo’ parisino. Se quema de frustración cuando su mejor trabajo no logra ganar dinero, ya que no logra mantener una relación saludable con su nueva esposa y sus tendencias autodestructivas lo empujan más cerca del límite. Este viaje está asfixiado por la desalentadora visión sombría de Deluc, cada pequeña victoria se ve arruinada por la perpetua indigencia del protagonista, mostrándolo como un ser humano incapaz de vivir en cualquier sociedad.
Fecha de estreno en México: 18 de abril, 2019.