El estado de Guerrero debe su nombre a uno de los líderes de la Independencia, Vicente Guerrero, que en el año de 1821 firmó el Plan de Iguala, documento que dio como resultado la ruptura con el Imperio Español para convertirnos en una nación independiente. Durante las últimas décadas, y a casi 200 años de la gesta realizada por el líder del ejército insurgente, el panorama del estado se ha visto afectado por la falta de oportunidades -tanto sociales como económicas-, mismas que generan un cultivo propicio para la descomposición del tejido colectivo, lo que es aprovechado –en distintos niveles de la sociedad- por el crimen organizado que ha utilizado los campos de la región para la producción de la amapola, sustancia primaria para la elaboración de la heroína, exportada en cantidades masivas a Estados Unidos.
Un mapa que traza los límites del estado da inicio a Guerrero, documental realizado por el francés Ludovic Bonleux (El crimen de Zacarías Barrientos, 2008; Acuérdate de Acapulco, 2013), con una línea roja que zigzagueando por el papel no solo muestra las fronteras que delimitan el lugar, sino que de manera simbólica revela el camino que muchos recorren en busca de un familiar perdido. El mapa se convierte en una carretera que nos conduce hacia la primera protagonista del filme, Coni, una luchadora social que lidera la coordinación de la policía comunitaria FUSDEG (Frente Unido para la Seguridad y el Desarrollo del Estado de Guerrero), a la que vemos, con el objetivo de reintegrar “halcones” (jóvenes delincuentes ligados al narcotráfico), realizar inspecciones por zonas necesitadas donde estos menores puedan contribuir a la comunidad mejorando calles o reforestando algunos puntos de la demarcación, intentando así su reinserción a la sociedad. Por su parte, Mario es un hombre que invierte gran cantidad de sus días en remover la tierra en fosas comunes -buscando encontrar el cuerpo de su hermano, secuestrado años atrás y del que jamás volvió a saber nada-, participando en grupos civiles que se organizan para rastrear las zonas en busca de sus seres queridos. Y, finalmente, Juan, un maestro rural que forma parte del Movimiento Popular Guerrerense y es miembro activo de las manifestaciones civiles en Iguala. A través de estos tres caminos, podemos observar la forma en que cada uno, a su manera, realiza activismo social en un estado que, acostumbrado a la indiferencia de sus gobernantes, ha fomentado la tradición de educar a sus jóvenes con un espíritu de resistencia, pues consideran –Juan lo comenta mientras imparte clases a nivel primaria– que la función principal de la educación radica en formar jóvenes críticos que fortalezcan el sentimiento comunitario, evitando una sumisión ante el sistema capitalista.
El filme ofrece –a tres voces- un enfoque sobre la abrumadora situación en la que se encuentra ese estado que desemboca en el Pacífico. En sus trabajos previos –todos ubicados en la misma geografía de la república-, Bonleux hace patente la construcción de un territorio que se ha edificado a partir de la violencia social y la indiferencia política. Guerrero se ubica temporalmente entre los días posteriores al 26 de septiembre del 2014, fecha en que, de acuerdo a lo asentado por el ministerio público, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecieron por órdenes de José Luis Abarca (alcalde en ese momento del municipio de Iguala), en contubernio con el cártel Guerreros Unidos (organización criminal dedicada al narcotráfico, el secuestro, la extorsión y la trata), y el 7 de junio del 2015, día en que se realizan las elecciones estatales para la gubernatura, la presidencia municipal y los 81 regidores de ayuntamiento. A lo largo de estos nueve meses la cámara del documentalista registra el descontento social y las manifestaciones contra el gobierno que ocurren en esa demarcación, subrayando el hartazgo de una comunidad ante el desconocimiento del paradero de los jóvenes.
Las ciudades de Tlapa, Iguala y el pueblo de Petaquillas componen una suerte de cartografía que nos permite observar el nivel de violencia que ocurre en ese territorio –aquí son retratadas tres regiones, pero se puede inferir que esta situación atraviesa esos límites- y los problemas de seguridad en una sociedad que históricamente ha mantenido gran reticencia frente a sus autoridades y que, a partir de este evento, agudizó su malestar. En medio del caos, la desesperanza y la desprotección, surgen agentes de cambio como Coni, heredera del sentido de lucha de su padre -un fotógrafo que estuvo presente en la Guerra Sucia de los años sesenta en Guerrero-, quien como miembro clave de la FUSDEG –grupo civil de autodefensa armado- busca crear nuevas formas de ayudar a la comunidad donde habita, empero, su esfuerzo al intentar promover una democracia comunitaria fracasa cuando entre otras cosas, al interior del grupo los mismos integrantes son incapaces de llegar a acuerdos fundamentales; Juan -el maestro rural- y el colectivo al que pertenece, buscan hacer un llamado a la población para que el día de las votaciones se abstengan de emitir su sufragio, pues consideran que participando legitiman un sistema al que ellos se oponen. A partir de manifestaciones en contra del gobierno estatal que se tornan violentas, el director muestra a un grupo que pese a sus buenas intenciones, no logra canalizar pacíficamente su inconformidad con el Estado, generando un ambiente de caos y anarquía. Mario, por su parte, decide -aunque con recelo- actuar dentro del área de las instituciones gubernamentales en miras de que eso facilite la búsqueda del cuerpo de su hermano. También se une a un grupo de familiares de personas desaparecidas que se coordinan para inspeccionar zonas que las autoridades han dejado en el olvido, encontrando en fosas comunes huesos y ropa interior como únicos testigos de las atrocidades que el crimen organizado perpetró en el lugar. Pese a que cada uno de los protagonistas lucha bajo sus propios métodos y convicciones, todos coinciden en algo: es necesario eliminar las injusticias que mantienen a su población en condiciones de pobreza y violencia extrema.
Guerrero es un documental que exige la atención de la gente, un reclamo ante la indiferencia de aquellos que han olvidado la situación que se vive en ese estado y un recordatorio sobre esos cuerpos ausentes cuyos restos descansan en sitios desconocidos para su seres amados. El director retrata la vulnerabilidad del espacio; caminos mal pavimentados, casas agrietadas, la carencia de los individuos que por un instante se cruzan por la cámara y que sólo esperan que las autoridades cumplan con esa paz que prometen. Bonleux realiza una inspección certera sobre los conflictos que agobian a cada uno de sus personajes, volviéndonos partícipes de su dolor y de las complejas decisiones que deben tomar para mantenerse sobre aquel camino que han trazado hacia el lugar que hace dos siglos nos brindó los primeros atisbos de libertad. Sin embargo, el realizador omite la opinión de personas que también forman parte del conflicto al ser, igualmente, miembros de la comunidad, pues nos presenta, por ejemplo, a los granaderos simplemente como una extensión del Estado, despojándolos de su dimensión humana –con la excepción de una escena donde vemos los rostros asustados de estos hombres temerosos ante lo que una turba iracunda les pueda hacer- y exponiéndolos como sujetos indiferentes ante el sentir de la comunidad. El documentalista elige personas que abogan por una resolución pacífica, pero que están dispuestas –con la excepción de Mario- a alzarse en armas si eso beneficia a sus comunidades, si bien esta visión idealista de la transformación social que el realizador expone, parece minimizar la dificultad con que posteriormente se podría controlar a estos grupos armados que dentro de sus filas integran a miembros con posturas muy radicales; uno de los grupos de autodefensa guerrerense, se menciona de pasada, ha sido infiltrado por algún grupo del narco. El hecho de que Bonleux elija a Juan –un docente egresado de una Escuela Normal que tiene a su cargo la enseñanza de un grupo de estudiantes a nivel primaria- para hablar de la formación educativa y social con la que estos niños están creciendo, nos muestra que ellos, en apariencia espectadores silentes –que observan huesos humanos, injusticias y el mismo rezago en que se encuentran sus familias-, en realidad se convierten en contenedores de la impotencia e indignación acumuladas que sus mayores transmiten. Durante una conferencia a la que asiste Mario en la Universidad Iberoamericana, expone un problema muy relevante sobre los desaparecidos: habla de aquellos que quedan, esos niños que crecen con odio ante la indiferencia de las instituciones y la sociedad, y que, en unos años el número de personas que carga a cuestas esta clase de rencor va a ser mayor, lo que originará un circulo de violencia que nunca culminará. Este tipo de resentimiento y frustración hace mucho más sencilla la penetración, en esas áreas tan vulnerables, del crimen organizado, un tema que el documentalista evita tocar, por lo que jamás observamos a esta entidad como algo a lo que se debe hacer frente, o siquiera mencionar, incluso a sabiendas de que este tema forma parte fundamental del problema que aqueja la región. El crimen organizado está tan enraizado en todos y cada uno de los niveles, tanto en los de gobierno como en los de la sociedad, que no es viable omitirlo para explicar el conflicto que vive Guerrero en la actualidad.
Fecha de estreno en México: 29 de junio, 2018.
Consulta horarios en: Cineteca Nacional